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Aromas y olores (Parte final)

Semana número once. Gracias a Eren, que al parecer era un enérgico futuro padre, dispusimos un calendario listo para tener controladas las semanas del embarazo. Mi abdomen ya había crecido uno o dos centímetros más, aunque seguía estando bastante plano y casi no se percibía la diferencia. Las náuseas y vómitos habían disminuido un poco, pero no el cansancio y el dolor abdominal. Habíamos tenido esperanzas de que pudiesen identificar el sexo de los pequeños a través de la tecnología más avanzada, pero no había sido posible, aún era muy temprano para eso.

Eren no dejaba de dormirse a propósito sobre mi estómago ni tampoco dejaba de besarme allí cada vez que tenía la oportunidad. Habíamos decidido que sería una buena idea comenzar a convivir juntos, claro que después de hablar con Erwin y comunicarle a Farlan. Mi novio (o ex novio, ya no estaba muy seguro) no había tenido problema. Dos veces a la semana pasaba por el departamento de Eren con una nueva bolsa llena de mis ropas y otras pertenencias.

—Así que tú eres el Alfa —comentó Erwin una vez, en el departamento de Eren, con Eren presente. Lo sentí tensarse a mi lado, bajo la mano que había colocado en su espalda baja a modo de apoyo, pero hizo todo lo posible para que no se notara delante de Erwin. El susodicho sonrió—. ¿Me prometes que cuidarás de él?

Eren asintió con seguridad, como sólo un Alfa podría hacerlo en una situación como esta. Para Erwin eso fue suficiente. No lo desafió ni siguió cuestionándolo, porque además de ser una mala idea cuando de un Alfa se trataba, Erwin no era ningún cabrón. Se giró hacia mí.

—No creí que llegaría el día que diría esto, pero… Levi —Erwin soltó un suspiro—. Sabes que aún seguimos siendo amigos, a pesar de todo. Ya sabes dónde encontrarme si necesitas algo. No les deseo más que lo mejor en esta nueva aventura que tienen por delante.

Podría haber sido peor. Podría haber acabado en lágrimas e insultos. Sin embargo, Erwin seguía siendo mi amigo y confiaba en Eren. Era la aprobación que no me había dado cuenta que necesitaba, hasta ese momento. A Erwin le agradaba Eren y eso era un alivio. Si ya no estábamos juntos, por lo menos lo podía considerar mi amigo.

Farlan, sin embargo, jamás había dejado de ser un mejor amigo celoso y posesivo. Había tenido que pasar por el mal momento de unos estúpidos Alfas intentando marcar territorio, lo cual era absurdo, porque Farlan era mi mejor amigo y Eren era… el futuro padre de mis hijos y el hombre que me follaba diariamente. Tuve que separarlos con uñas y dientes cuando estuvieron dispuestos a lanzarse el uno sobre el otro, pero no fue nada complicado, porque los dos estaban demasiado preocupados por mi embarazo como para seguir con estupideces.

Así que no se llevaban bien, pero por dentro sabía que iban a superarlo, porque Farlan no se resistía a mi cara bonita, y a Eren lo obligaría en la cama, porque él no se resistía a nada cuando teníamos sexo. Tarde o temprano tendrían que dejar su naturaleza de lado y comenzar a pensar más humanamente.

—No vas a cambiarme por un Alfa que sólo dejó sus parásitos en ti, ¿verdad? —me preguntó Farlan una vez. Decidí no dirigirle la palabra por un día entero. Eren se regocijó en su rostro lo máximo que le fue posible. Ambos la pasamos realmente bien haciendo sufrir a mi mejor amigo.

Semana número doce. Las náuseas habían cesado prácticamente, pero no del todo. En la ecografía semanal, finalmente se había podido diferenciar el sexo —aunque la obstetra no se fiaba de eso la mayoría de las veces, pero nos permitió aferrarnos a ello por esta vez—. Eran dos niñas, y Eren se había largado a llorar delante de la obstetra cuando ambos vimos la imagen en la máquina. Tuve que abrazarlo con fuerza cuando salimos del consultorio, porque él no parecía querer dejar de llorar.

Farlan admitió que le hubiese gustado ser tío de un niño, pero que estaba contento con las dos diablillas que estaban en camino, citando sus palabras, claro. La pequeña curva de mi estómago comenzaba a ser apenas más prominente y a Eren le parecía irresistible, por eso no dejaba de acariciarme allí cuando mirábamos una película acurrucados en el sofá o cuando me follaba lentamente y con cuidado.

En la universidad no había pasado por alto. Hange había chillado apenas al verme, gritando que me lo tenía bien guardado. Claro, me había olvidado lo bien que olíamos los Omegas en pleno embarazo. Perdí la cuenta de cuántas manos estuvieron sobre mi estómago y cuántas veces me preguntaron si sería niño o niña, y obvio, la cantidad de jadeos sorpresivos cuando les decía que eran gemelas. Toda la clase se había vuelto un desastre con todos mis compañeros estando pendientes de mí, ayudándome con cualquier cosa que hiciera, incluso aunque no me costara colocarme de pie aún.

De alguna manera, la voz se corrió rápidamente por toda la universidad y todos los alumnos sabían que Eren era el padre de mis niñas. No tenía duda de que Hange estaba detrás de todo eso, aunque jamás le había dicho nada sobre el padre, pero como él era la peor Omega del mundo, era obvio que no iba a creer que podría dejarme anudar por mi mejor amigo en pleno celo y sin utilizar supresores.

De todos modos, me olvidaba de todas las desgracias de mi trabajo cuando llegaba a casa y Eren estaba esperándome con té recién preparado y ganas de tener sexo lento y casi matrimonial.

Semana número trece. Final del primer trimestre del embarazo. Mi peor pesadilla.

Había comenzado a ganar peso más rápido que antes, ya que mis niñas estaban por acabar el desarrollo de todos sus órganos. Algunas prendas comenzaron a no disimular el peso de más en mi cuerpo y cada día tenía más deseos de llorar porque mi figura perdía su forma poco a poco. Eren decía que seguía viéndome irresistible, pero sabía que sólo lo decía por compromiso y porque era un estúpido Alfa. Me gustaría verlo en mi lugar a ver qué tan irresistible podría sentirse.

Las náuseas seguían disminuyendo y el cansancio había dejado de molestarme. Pero el constante rechazo a comidas que antes amaba me hacía la vida imposible. Ya no podía soportar el olor a café y le había pedido a Eren que por favor dejara de utilizar esa colonia Gucci que ya me provocaba no sólo ganas de vomitar, sino de mudarme también.

Al menos mis niñas podían verse con claridad. Pude ver las órbitas de sus ojos y a una de ellas succionando su pulgar, lo cual me robó unas cuantas lágrimas. Las vi moviendo sus brazos y dando pequeñas patadas. Ahora comenzaba a sentirlas, pero no era nada de lo que pudiese quejarme. No era algo regular, pero me quedaba sin aire cada vez que sentía cómo se movían en mi interior.

A Eren le encantaba hacer que me recostara en el sofá y dejarlo poner su oído en mi estómago durante largos momentos, intentando percibir algún movimiento, presenciar alguna patadita o simplemente amaba recostarse allí y quedarse dormido besando mi abdomen ya un poco más pronunciado. No podía evitar acariciar su cabello y sentirme orgulloso de haber obtenido la lotería al aceptar que me anudara un Alfa como él.

Ya no pude ocultarlo de mi familia.

A Erwin se le había escapado la información una vez que mi madre llamó a su casa preguntando por mí. Así que no sólo había pasado por el mal momento de decirles que sí, de hecho, estaba esperando gemelas, sino que había tenido que explicarles a mi madre, a mi tío y a mi hermanastra que un Alfa que había conocido cuatro meses atrás era el padre de mis niños. Mi madre se había plantado frente a Eren, gruñendo incesantemente, y Mikasa había hecho lo mismo. Kenny y yo no sabíamos cómo detenerlas, pero Eren era un excelente Alfa, y no le costaba demasiado ganarse el cariño de otros. Al menos podía agradecer que Eren no fuese un Alfa agresivo ni posesivo.

Al menos tenía más refuerzos, como los había llamado Farlan luego de haberle contado acerca de la mala experiencia. Mis cambios de humor cada vez eran más insoportables y no quería que Eren tuviese que soportarme solo, así que iba a quejarme a la casa de mi mejor amigo y todos ganábamos, menos Farlan, claro. Tenía más tiempo a solas con él hablándole a mi abdomen y burlándose de que en cualquier momento podría transportarme rodando sin necesidad de utilizar las piernas. Así que le partí el labio de un puñetazo.

Semana número catorce. Comenzaba el segundo trimestre del embarazo. Aunque no se podían apreciar muchos cambios, sólo el crecimiento del vientre —lo normal— y frecuentes sangrados de mis encías. Más allá de eso, todo seguía con normalidad. O lo que podía llamarse «normalidad» cuando mi Alfa cada vez parecía más enamorado de mi vientre y mi familia no dejaba de llamarme a cada minuto para saber cómo estaban nuestras bebés. Oh, y mi mejor amigo que ya comenzaba a considerar posibles nombres. Yo sólo quería dormir. Y comer. Y tener sexo. Y volver a comer.

Semana número quince. Las niñas doblaron su peso en consideración aquella semana y comenzaba el proceso de osificación de sus huesos. Y lo más emocionante de todo es que era mucho más fácil sentirlos ahora, incluso para Eren, quien prácticamente ya no se despegaba de mi vientre. Era el Alfa más baboso que había conocido, pero cada vez sentía que era imposible alejarlo de tanta felicidad, cuando se notaba que todo lo que sentía era genuino y verdadero. Eren estaba feliz y yo no podía negar que eso provocaba bonitas sensaciones en mi pecho, como si fuese mi deber protegerlo y hacerlo feliz.

Semana número dieciséis. Otra de mis pesadillas. Calambres. Me despertaban por la noche al punto de ser insoportables. Eren se tenía que despertar conmigo para hacerme masajes y echarme una mano con cuidadosos estiramientos. El doctor me había recomendado una dieta rica en potasio, así que ya teníamos controlado ese aspecto.

Las niñas seguían creciendo considerablemente. En esta semana se podía apreciar el desarrollo de las extremidades y la aparición de uñas y cejas. Los movimientos eran cada vez más intensos, como tener muchas burbujas en mi interior. Mi vientre ya comenzaba a ser visiblemente notorio y prácticamente difícil de disimular.

Semana número diecisiete. Era un caso especial, porque no solía comer demasiado a pesar de mi estado. Pero, aún así, tenía que comenzar una dieta estricta en nutrientes para el desarrollo de mis niñas. El dolor de abdomen comenzó a ser más constante debido al frecuente movimiento en el interior de mi vientre, pero el doctor me había dicho que me tumbara de lado cuando sucediera.

Mis ropas seguían incomodándome en la zona de mi abdomen, así que Eren había decidido salir de compras, dejándome al cuidado de Farlan. Mi mejor amigo me obsequió un álbum de música para Omegas en estado y me pidió que lo reprodujera cuando sintiera que los niños tuviesen que calmarse. No sabía si eso realmente funcionaba o si era la semana indicada para considerarlo, pero lo dejé junto al reproductor de música para tenerlo al alcance si era necesario.

—Oye —dijo Farlan una vez—. ¿Cómo follan con el…?

No pronunció la palabra, pero sí hizo un movimiento en forma de una curva saliente sobre su abdomen. Lo miré desde mi posición en el sofá, mientras intentaba comer una manzana, pero ni eso podía hacer porque Farlan jamás me dejaba tranquilo. No era como si fuese tan exagerado mi vientre, aún lo consideraba demasiado pequeño para cargar con dos mini-humanos allí dentro.

—Mejor de lo que tú lo haces, seguro —respondí desviando la mirada en dirección a la televisión, masticando con calma el trozo de manzana. Vi cómo fruncía el ceño desde el rabillo de mi ojo, y tuve que gruñir, porque Farlan era un imbécil—. Soy yo el que se sienta sobre él o de rodillas. ¿Contento? Y se llama vientre, no ese estúpido movimiento que has hecho.

—Oh, sí que te gusta Eren —sonrió Farlan. Fruncí el ceño y me giré para mirarlo con atención. Él abrazó el pequeño cojín contra su pecho y se mordió los labios—. Se suponía que todo esto era por los celos, pero ahora siento como si estuviesen prácticamente casados. Me hablas de cómo tienen sexo y son realmente buenos futuros padres, cuidándose mutuamente todo el tiempo y mimándose, no lo sé, esas cosas vomitivas y horripilantes que se hacen en pareja. Admítelo, Ackerman. Ese tipo te vuelve loco.

—Hace unas semanas lo llamabas «el Alfa que dejó sus parásitos en mí» y ¿ahora le dices Eren? —pregunté con una ceja alzada. Farlan gruñó contra el cojín y yo me arrodillé sobre el sofá, acercándome a él—. Oh, ¿no será una clase de química entre Alfas? ¿Quizás es tu nuevo mejor amigo ahora? ¿Quién es el Alfa supremo en la relación?

—Estás haciendo esa cosa de evadir mis preguntas creyéndote muy listo, pero no te saldrás con la tuya —sentenció Farlan. Achiné los ojos cuando copió mis movimientos, arrodillándose él también para enfrentarme—. Te recuerdo que dejaste a tu novio por ese tipo. Y todo este rollo de futuros padres los está poniendo flojitos a ambos. Te conozco, Levi. Terminarás enamorándote de él, toma nota de mis palabras y recuérdalo cuando suceda. Y esperaré una carta de agradecimiento y muchos obsequios por abrirte los ojos.

—Espero que sepas que te odio —le dije con los dientes apretados. Farlan sonrió triunfal, creyendo que había ganado. Pero se olvidaba de que todos ganábamos aquí, excepto él.

Al menos Eren había llegado a casa cuando estaba a punto de desatarse otra terrible discusión, pero no había colaborado demasiado cuando me ofreció ropa para Omegas encinta que había conseguido. Cada día me volvía más obeso y sensible, así que no, no había ayudado para nada, solo logró ponerme de mal humor y recordarme que no dejaba de aumentar mi peso con cada día que pasaba.

Semana número dieciocho. Seguía ganando peso, cada vez con más frecuencia. Y ya había perdido la cuenta de cuántas veces tenía que salir corriendo al cuarto de baño para no orinarme encima durante el día, incluso tenía que hacerlo cuando mi vejiga no me permitía continuar durmiendo. Mientras tanto, mis niñas seguían creciendo. Sus piernas y manos terminaban de moldearse y el corazón continuaba su desarrollo. Todo marchaba con normalidad ahí dentro.

Mi doctor me había pedido que comenzara algún tipo de disciplina para ejercitar, lo cual le haría muy bien a mi embarazo. Me había recomendado varios lugares en donde podría hacer yoga para Omegas en estado o taichí. También era bueno caminar durante el día, al menos por quince minutos. De todos modos, Eren fue el primero en moverse por mí y nos anotó a ambos en clases de yoga después de la universidad.

Era incómodo, porque las parejas parecían tener una química especial allí o incluso la mayoría estaba casada. Eren y yo ni siquiera podíamos considerarnos una pareja, nosotros sólo… follábamos y estábamos a unos meses de ser padres sin haberlo planeado. Pero nadie nos cuestionaba por ello, porque lo importante era cumplir con la rutina, y eso tenía sentido para mí, aunque no quería decir que no seguía sintiendo como si no encajáramos entre tanto estereotipo de felicidad y matrimonio.

Sin embargo, Eren parecía ensordecido con todo el tema del embarazo. Él era genuinamente feliz, ayudándome y estando todo el tiempo a mi lado. Y en las clases de yoga no era diferente, porque él me sostenía en cada rutina y me echaba una mano, preguntándome si todo estaba bien contra la piel de mi cuello. Lo peor de todo era que sí, todo estaba bien cuando él estaba a mi lado.

Semana número diecinueve. Comenzaba la tortura de evitar situaciones estresantes para no perjudicar a los niños. Quizás fuesen pequeños detalles, incluso estúpidos, pero odiaba encontrar la ropa fuera del armario, arrojada por la habitación o el cuarto de baño. Las discusiones con Eren por esto se volvían más regulares, aunque él intentaba evitarlas a toda costa, yo no dejaba de ser un torbellino. Tarde o temprano dejaría de ser el Omega de sus sueños y comenzaría a decir la verdad: que me odiaba.

Sin embargo, parecía olvidarme del odio que sentía hacia todo apenas Eren me ponía una mano encima. Odiaba el concepto de que fuese tan sencillo para él lograr que se me pasara el enojo, como si no hubiésemos estado discutiendo en ningún momento o yo no quisiera arrojar el maldito departamento por la ventana, sólo porque quería y estaba cabreado con la vida. Pero Eren tenía una clase de control sobre mí, que me hacía cabrear aún más y al mismo tiempo me volvía loco.

Sólo bastaba que me besara con suavidad cuando estaba ofendido y pretendía ignorarlo, o acariciarme y mimarme mientras fingía ver la televisión. Para ese punto, Eren ya me tenía comiendo de la palma de su mano. Cerraba los ojos y le permitía que me quitara el mal humor a su manera, simplemente con besos o terminábamos teniendo sexo con cuidado en el sofá.

Algunas veces lo odiaba. Otras no tanto. La segunda opción era la más frecuente.

Semana número veinte. Quinto mes de embarazo. Esta era prácticamente la etapa más importante para nuestras bebés, ya que era el momento en el que la ecografía indicaría que no habría riesgo de malformaciones. No había riesgos, así que los nervios pasaron más rápido de lo que había imaginado. Mis niñas estaban bien, completamente sanas, creciendo y desarrollándose, era lo único que me importaba.

Comenzaron las bajadas de tensión regulares, cuando me levantaba de la cama o simplemente estando sentado, sentía que me mareaba y que todo daba vueltas a mi alrededor. La primera vez había sido sorpresiva y había caído junto a la cama; no había sido una mala caída, pero sí que me había costado levantarme y me dolían mogollón las rodillas. Eren estuvo diez largos minutos diciéndome que le pidiera ayuda la próxima vez y dejara de ser tan necio de querer hacer siempre las cosas por mi cuenta. Obvio que había rodado los ojos. Y obvio que él se había enojado, pero no más de media hora, porque Eren era un flojito.

El doctor me había recomendado seguir una dieta rica en hierro para prevenir la anemia. Claro que esto se debía a los mareos y a las bajadas de tensión también, pero era mejor ser precavidos y no terminar lamentándonos más tarde. Me había ofrecido una dieta equilibrada, con tres comidas pequeñas al día para evitar desequilibrios en el balance de la glucosa, lo cual prevenía una posible diabetes gestacional.

Mis cambios de humor y mis rabietas continuaban, pero Eren lo tenía todo bajo control. No por cualquier motivo él era un buen Alfa. Y, por dentro, muy por dentro, agradecía que me hubiese tocado la suerte de tener un Alfa como él a mi lado. No era la primera vez que lo pensaba, pero tenía que admitirlo más seguido. No en voz alta, porque aún no quería darle ese gusto.

Semana número veintiuno. Los movimientos de las niñas se sentían a la perfección, aunque para Eren aún no fuesen fáciles de percibir, cuando estábamos acurrucados en la cama o en el sofá él intentaba no perderse detalle en el caso de que pudiese suceder algo. Él les hablaba a sus niñas y yo había comenzado a reproducir el álbum que me había obsequiado Farlan semanas atrás, porque la obstetra nos había dicho que eso era bueno para las bebés. Y como ya no había posibilidades de confusiones de sexo, nos dijo que ya era seguro comenzar a pensar en posibles nombres.

—Estaba pensando en buscar significados. ¿Tú qué dices, Eren?

—Lo que tú elijas, yo estoy de acuerdo —respondió. Le sonreí desde mi lugar frente a la cocina y Farlan fingió el sonido de una arcada. Rodé los ojos.

—Están tan casados —se quejó Farlan—. Me apiado de esas niñas. Nadie se merece tener unos padres tan cursis y tan poco autoritarios. Y sí, eso va para ti, Eren.

—Soy un Alfa, no un imbécil brabucón —replicó Eren. Se colocó de pie y caminó hacia mí, rodeándome el cuerpo hasta posar sus manos sobre mi notorio vientre. Farlan soltó un gruñido y sentí a Eren sonriendo contra mi cuello—. Y no planeo quitarle la merecida autoridad al Omega que carga mis cachorros, así que si me disculpas, déjame estar de acuerdo con todo lo que él diga.

—Deberías aprender de él —dije con una sonrisa burlona, girándome hacia Farlan aún en los brazos de Eren. Mi mejor amigo alzó una ceja—. Siendo como eres no conseguirás ningún Omega.

—Oh, vale, discúlpenme mientras me encargo de anudar a uno que ni siquiera conozco para que dejen de ser tan pesados —exclamó Farlan rodando los ojos. Me giré para poder ver a Eren y lo encontré con una ceja alzada. Farlan soltó un gruñido—. Lo siento, me olvido de que están prácticamente casados. Ni siquiera tienes que preguntar por la mano de Levi, porque ya la tienes en tus pantalones desde el día que se conocieron.

—¿Celoso? —preguntamos Eren y yo al unísono. No pudimos evitar soltar una risita cuando vimos la mueca de horror decorando el rostro de mi mejor amigo.

—Son los tipos más insufribles que he conocido —masculló Farlan.

Si ese era un infierno, no tenía qué decir nada sobre los dolores en mi ingle con cada segundo que mi abdomen crecía. Me despertaba por las noches berreando de dolor, intentando respirar profundamente para poder soportarlo. Eren se despertaba en el proceso y me preparaba una bolsa de agua caliente y me ofrecía el medicamento que mi doctor me había recomendado.

Aún no sabíamos cómo llamar a nuestras pequeñas.

Semana número veintidós. Mis piernas comenzaban a agotarse y mis pies a hincharse más seguido. Nada que no pudiese resolverse estirando mis piernas una vez sentado, moviendo mis pies de arriba abajo o con movimientos en forma de círculos. Usualmente, dormía con un cojín debajo de mis pies para ayudar a que todo circulara con normalidad. Eren me preparaba baños de agua fría y sal diariamente, lo cual aliviaba la pesadez.

Ya podía identificar los párpados, las pestañas y cejas de mis bebés. Debido a la compresión de la vejiga, seguía despertándome varias veces durante la noche para correr al cuarto de baño a orinar. No era nada que no pudiese hacer solo, pero Eren se quedaba con un ojo abierto cuando me escuchaba levantarme, para verificar que tuviese cuidado y ofrecerme ayuda rápidamente en caso de necesitarla.

Semana número veintitrés. Mis niñas pesaban cerca de medio kilo y sentía que estaba a punto de explotar, pero no estaba ni cerca de ello. Podía sentir sus movimientos diariamente, mucho más cuando me tumbaba en la cama y estaba tranquilo después de un día atareado en la universidad. Eren se ofreció a asistir a mis clases, para que yo pudiese descansar, pero se lo negué rotundamente. Eso podría ser en los próximos meses, porque no era nada que pudiese detenerme aún.

Las discusiones continuaban, pero Eren ya no tenía energías para soportarme. Aún estaba esperando el momento que dijera que se estaba agotando de mí. No lo culparía en lo absoluto, ni yo mismo podía soportarme.

Semana número veinticuatro. Estaba cansado de escuchar si ya estaba cerca de tener a mis niñas. Mujeres desconocidas me detenían mientras hacía las compras para preguntarme qué tan poco faltaba, y ni siquiera había terminado el sexto mes aún. Mis compañeros de trabajo decían que esas niñas saldrían de mí por su cuenta en cualquier momento y mis compañeros de clase no dejaban de bromear haciendo apuestas. También había escuchado referencias de la saga de películas de «Alien» y algo de una salida gloriosa desde mi caja torácica; lo mejor era no preguntar, y así lo hice.

El doctor nos dijo que podíamos reforzar el vínculo llamándolas por sus nombres o hablándoles. Eren les hablaba todas las noches, contándoles anécdotas de la universidad y de su familia.

—Necesitamos pensar en nombres urgente —dije una tarde mientras Eren no dejaba de besarme el vientre ni de hacer sonidos absurdos. Escabullí mi mano entre sus mechones castaños y me mordí los labios, porque así de idiota y baboso que era, me volvía loco. Acarició mis costados y me besó cerca del ombligo—. Eren, hablo en serio.

—¿Te agrada Isabel? —preguntó Eren. Alcé las cejas, pero lo consideré. Él sonrió contra mi estómago, para luego volver a besar la zona—. Puede tener muchos significados, pero usualmente es quien tiene salud y belleza.

—Sí, me gusta —respondí con una sonrisa. Me mordí los labios cuando sentí que separaba mis piernas y se posicionaba con más comodidad entre ellas. Descendió por mi abdomen, aún con mi mano aferrada a su cabello—. ¿Y qué me dices de Gabi?

—¿Eh? —cuestionó alzándose para poder mirarme—. Creo que significa fuerza divina...

—¿Cómo sabes tanto sobre nombres? —pregunté con el ceño fruncido. Eren se lamió los labios.

—No niego ni afirmo haber hecho mi propia búsqueda de posibles nombres —respondió con una sonrisa traviesa. Alcé una ceja—. Piénsalo de esta manera, Levi. Es un buen contraste siendo una linda y traviesa, y la otra fuerte y decidida.

—¿Isabel y Gabi entonces? —pregunté. Nos quedamos en silencio por pocos segundos hasta que ambos comenzamos a reírnos con mucha energía.

—Siempre podemos hacer cambios a de minuto, ellas nunca lo sabrán. Será nuestro pequeño secreto —dijo Eren. Asentí con la cabeza y él sonrió.

—Bien por mí —acepté con una sonrisa. Eren se deslizó sobre mí, para luego acomodarse detrás de mi cuerpo, recostándonos ambos en posición fetal. Lo miré extrañado por encima de mi hombro, pero él rodeó mi vientre e hizo que me retorciera cuando su mano descendió hasta adentrarse en mi ropa interior—. Sabía que esto era lo único que pretendías…

—Me gustas más que antes, cargando a mis pequeñas en ti —ronroneó contra mi cuello. Me mordí los labios y lo expuse a él, porque diariamente pensaba en pedirle que me marcara, pero Eren parecía ignorarlo completamente. Solté un gemido cuando me besó y fingió morderme en aquella zona—. No seas tan insistente. Piensa en lo que realmente quieres, Levi.

—Jódete —dije en un hilo de voz—. Y no dejes de tocarme.

Semana número veinticinco. Las niñas seguían cambiando de posición. La que estaba arriba a veces aparecía abajo y la de la derecha se movía a la izquierda. Era complicado saber cuál era la que más se movía o la que más descansaba porque no dejaban de rotar en mi interior de manera constante. Ya comenzaban a hacer gestos y se podían ver sus ojos, así como también sus pequeñas lenguas.

Mi humor estaba mejor que antes. Eren me había convencido de salir más seguido a caminar con él, incluso a tener citas por allí aunque no fuese necesario, aunque no fuésemos una pareja. Pero me di cuenta de que a él le gustaba tomar mi mano o rodear mis hombros, besar mi frente cuando esperábamos que la luz se pusiera roja para cruzar la calle o acariciar mi notorio vientre cuando nos sentábamos a beber algo caliente en una banca de algún parque.

Recordaba que una noche muy fría habíamos salido a cenar. Estaba prácticamente cubierto de pies a cabeza, con un gorrito y una bufanda incluidos. Sentía mis mejillas rojas y a punto de quebrarse por el frío y tenía mi bufanda alzada hasta la punta de mi nariz. Pero Eren se había detenido a mirarme como si estuviese encantado. Me recorrió el cuerpo con una mirada atenta y se mordió el labio inferior cuando llegó a mi vientre.

—¿Sabes una cosa? —preguntó luego de largos segundos, sus ojos sobre los míos. Lo miré tímidamente, pero negué con la cabeza. Eren sonrió—. Te escogería a ti como mi Omega todas las veces que fuesen posibles, porque estoy seguro que no quiero a nadie más que a ti a mi lado. Y si esto ha sido un accidente para nosotros, pues déjame decirte que es el mejor accidente que pudo ocurrir en mi vida.

Tuve que rodear su nuca con mi mano y atrapar sus labios con los míos para que dejara de provocar horribles revoloteos en mi pecho. Ya los había provocado en mi vientre, no tenía que hacerlo de nuevo. Pero al menos fue romántico besarlo en la calle, parado en mis puntitas y mi estómago prácticamente empujándolo lejos de mí. Eren rodeó mis hombros con sus brazos y me estrujó con cuidado contra su cuerpo, sin hacer mucha presión sobre nuestras pequeñas. Me besó con deseo, como si realmente fuese el único Omega en su vida.

Y eso… eso sonaba realmente bien. Yo también quería que fuese mi Alfa.

Semana número veintiséis. Se terminaba el segundo trimestre del embarazo. Las niñas pesaban casi un kilo. Sus cinco sentidos estaban bien desarrollados. Comenzaron los ciclos de sueño y vigilia, en los cuales pasaban largos ratos durmiendo. Sin embargo, en otros momentos los movimientos se volvían realmente evidentes.

La incesante necesidad de orinar continuaba, y con ello regresaba mi mal humor. Cada día estaba más histérico e insufrible debido a las hormonas, enojándome por todo. Comenzaba esa etapa en donde culpaba a Eren de todo, del desorden, del desastre que era mi vida, del embarazo, cuando en realidad ambos habíamos sido lo suficientemente irresponsables a la hora de tener sexo sin protección y en el momento más fértil de mi ciclo. Discutíamos por todo, incluso por qué programa de TV sería mejor para las niñas cuando fuesen más grandes y por qué su habitación tenía que ser rosa cuando también podía ser azul.

—¡¿Y por qué estás gritándome ahora?! —exclamó Eren alzando la voz. Estuve a punto de responder, pero él soltó un gruñido y apretó los puños. Tragué saliva y yo volví en mis pasos, pero estaba listo para lanzarme sobre su yugular si era necesario—. Ya deja de gritarme por todo, Levi. Lo estoy intentando, ¿de acuerdo? Deja de hacer todo un problema o un motivo para discutir, porque no quiero discutir. Hablemos, por favor. Todo es mucho más sano si dejamos de levantar la voz.

—¡Hueles a Omega! ¡¿Por qué hueles a Omega?! —pregunté completamente fuera de mí. Eren abrió los ojos.

—¿Quizás porque tú eres un Omega, Levi? —inquirió con ironía. Intenté no arrojarle la frutera que se encontraba sobre la mesada y aún no entendía cómo había hecho para no hacerlo. Me pasé una mano por el rostro. Ya ni siquiera sabía por dónde empezar.

—Es tan sencillo para ti, para cualquiera de ustedes —dije fingiendo una sonrisa. Eren pareció no comprender y yo solté una risita sarcástica—. Tú no tienes que cargar con los cachorros que dejan en ti, ninguno de ustedes tiene que hacerlo. Puedes encontrar un Omega y puedes tener muchos de ellos, porque tu naturaleza te lo permite. Pero ¿nosotros? Estamos destinados a pasar una vida entera con el Alfa que nos toca. Nosotros somos las zorras, los desesperados, los que atamos a los Alfas. Es tan sencillo salir corriendo si un Omega no les agrada o les parece el menos soportable de la colección… estoy tan cansado de esto. Estoy cansado, Eren. Engañé a mi novio contigo, mi vida cambió por completo gracias a ti, cargo con tus hijas cada día y tú hueles todos los días a un Omega distinto. Dímelo ahora: ¿saldrás corriendo apenas nuestras niñas nazcan?

—Levi, detente —pidió Eren pasándose una mano por el cabello.

—¡No puedo! —grité histérico al mismo tiempo que pateaba una de las sillas. Eren gruñó por lo bajo—. ¡Soy el jodido Omega que te follaste y anudaste, ya deja de engañarme! ¡Se suponía que esto significaba algo para ti!

—¡Esto significa el mundo para mí, Levi! —se quejó Eren. Sus mejillas estaban rojas y los tendones de su cuello estaban realmente tensos—. El día que nos conocimos quise dejar que te encargaras de lo tuyo, pero me hiciste parte de esto. Te pasaste dos meses enteros utilizándome para aliviar tus celos cuando se suponía que tu mejor amigo era el encargado de ello y tu novio lo permitía. Me mentiste cuando te pregunté sobre tus supresores y misteriosamente me pediste que comenzara a utilizar protección después de eso. Te aburrías de tu novio y era a mí a quien utilizabas. Jamás pensaste que yo también soy una persona, ¿verdad? Alivié cada una de tus necesidades físicas, estuve cada minuto del embarazo junto a ti apenas me lo dijiste, me pasé noches en vela cuidando que todo estuviese bien contigo, permití que tu familia se arrojara sobre mí por creer que estaba utilizándote, ¿y jamás se te ocurrió preguntarte por qué? Todo fue porque me enamoré de un Omega que ni siquiera puede soportarme.

—¿Que no te soporto? ¡Dejé a mi novio por ti, Eren! ¡Quiero tener estas bebés contigo y criarlas junto a ti! ¡Quiero que seas su padre y que te quedes a mi lado! ¡Desde ese día no he querido nada como te he querido a ti como mi Alfa! —dije con los dientes apretados. Comencé a reírme y segundos después a llorar—. Desde el primer minuto supe que eras todo lo que necesitaba, pero estaba aterrado de admitirlo. Mi naturaleza no me define por encima de mi persona. Quería ser diferente, quería no depender de un Alfa, quería demostrar que podía hacerlo… hasta que apareciste tú. Y a partir de ese momento quise todo contigo. Absolutamente todo.

—No puedo creer que me he enamorado de un Omega tan cabeza dura —soltó Eren. Alcé la mirada cuando sentí su cuerpo a mi lado, sus manos rápidamente tomándome del rostro. Me mordí el labio inferior cuando alzó mi barbilla y me obligó a sostener su mirada—. Lamento mucho haberte gritado, no era mi intención, pero sabes cómo volverme loco de todas las maneras habidas y por haber. Sin embargo, todo sería más sencillo si me dijeras lo que sientes más seguido. Soy un Alfa, no un adivino, Levi. Podríamos haber evitado todo esto si tú hablaras con más frecuencia.

—Podríamos haber evitado todo esto si tú me hubieses marcado cuando te lo he pedido —repliqué con una ceja alzada. Eren me miró con atención y yo solté un suspiro—. Todo lo que dije era verdad, no fueron mis hormonas. Y tú sabes que lo quiero. Ya no puedes decirme que es un impulso, Eren. Mi vida gira en torno a lo que siento por ti.

—De acuerdo —asintió Eren. Antes de que pudiese decir algo, colocó uno de sus índices sobre mis labios—. Pero primero déjame decirte una última cosa. No voy a irme con otro Omega, porque tú eres el único que quiero.

—Me alegro de saberlo —sonreí inclinándome hacia él para atrapar sus labios. Eren sonrió contra mi boca y me besó con suavidad cuando tomó mi rostro enteramente con una de sus manos.

Fui yo quien lo tomó de su playera y tiró de él hasta llegar a nuestra habitación. Nos desnudamos lentamente, sonriendo como dos adolescentes que estaban a punto de tener sexo por primera vez. Me acomodé frente al respaldo de la cama y permití que Eren me preparara con todo el cuidado del mundo. Besó desde la base de mi columna hasta mis hombros, siguiendo por mi cabello cuando se presionó pausadamente en mi interior. Cerré mis manos con fuerza en torno a los barrotes del cabezal.

Su nariz hurgó la unión de mi cuello y mi hombro, haciendo que todo mi vello se erizara. Una de sus manos no dejaba de acariciar la base de mi vientre, mientras que la otra provocaba uno de mis pezones. Uní una de mis manos a la suya en mi vientre y sentí los labios de Eren succionando levemente en mi cuello. Me retorcí y me arqueé cuando segundos después sus dientes se hundieron en mi piel, el dolor punzante robándome un gemido débil.

Finalmente estaba marcado. Finalmente Eren era mi Alfa.

Semana número veintisiete. Tercer trimestre de embarazo. Las niñas ya pesaban un kilo. Los movimientos se volvían cada vez más fuertes al punto de hacerme daño. Nada de lo que tuviese que preocuparme, el doctor había dicho que era normal, así que no tenía que perder la calma.

Los cambios de humor se volvieron peores. Eren no tenía nada que ver con ellos esta vez, al menos no en la mayoría. Me sentía mucho más seguro ahora que estaba marcado y era su Omega, tenía menos miedo de que me abandonara. En cambio, vivía más angustiado que antes y mi ansiedad empeoraba con cada día que pasaba, pensando en cualquier cosa que pudiese salir mal. Las niñas estaban perfectamente, pero de todos modos pensaba en la cantidad de cosas que podrían suceder hasta que fuese el momento de que nacieran.

Eren comenzó a prepararme té con más frecuencia y lo mismo hacía Farlan cuando él no podía quedarse a hacerse cargo de mí.

—No quiero que les suceda nada —le dije a Farlan mientras mirábamos una comedia en la televisión. Mi mejor amigo se giró hacia mí. Bebí con cuidado de mi taza de té mientras acariciaba suavemente mi vientre con mi mano libre. Sonreí cuando percibí el movimiento debajo de mis dedos—. Creo que una de ellas está despierta.

—Oh, ¿en serio? —preguntó Farlan con alegría. Se deslizó hacia mí y yo me acomodé para exponer mi vientre. Mi mejor amigo acercó su oreja y una de sus manos acarició mi estómago—. Joder, es verdad. Estoy seguro de que es Isabel. Sí que es una niña inquieta. Sé con certeza que será mi favorita.

—No seas cruel con Gabi, sólo está descansando —me quejé con el ceño fruncido. Farlan se rió y besó castamente mi vientre, pero no se alejó de mí. Me mordí los labios—. Oye, Farlan.

—Déjame tener una charla espiritual con mi sobrina favorita, por favor —replicó mi mejor amigo. Rodé los ojos.

—Le dije a Eren lo que siento por él —dije de todos modos. Farlan alzó fugazmente la cabeza y me miró con las cejas alzadas. Tiré del cuello de mi playera hacia un lado y expuse mi marca con todo orgullo—. Soy suyo ahora. Y me encanta eso.

—¡Ese es mi chico! —vitoreó Farlan. Solté una carcajada y él tomó mi vientre con ambas manos—. ¿Escuchaste eso, Isabel? ¡Tu madre finalmente ha tenido los cojones para admitir que se enamoró de tu padre! ¡A ti también te hablo, Gabi!

—Eres patético —mascullé con una sonrisa. Farlan volvió a besar mi vientre y se recostó de modo que su cabeza quedara reposada en mi abdomen—. Eren va a romperte el cuerto si se entera de que estás en su lugar. Dice que mi vientre sólo le pertenece a él.

—No puede hacerle daño a quien va a ser tu testigo de su boda —replicó Farlan. Solté un bufido—. Y obvio que yo organizaré todo el evento. Ustedes dos van a casarse, joder. Están destinados, Levi. Sé un poco más realista. Pensé que habías abierto los ojos del todo. Eres el peor.

—Te odio —dije pasándome una mano por el rostro.

—Esa es una vil mentira —se quejó Farlan.

Semana número veintiocho. Cada día estaba más cansado. Los movimientos de las niñas comenzaban a producirme dolor y me costaba encontrar una posición cómoda para poder descansar. Para colmo, el doctor nos había dicho que el insomnio era más pronunciado en un embarazo de gemelos, así que no me extrañaba vivir agotado. De todos modos, podía estar prácticamente cansado durante el día, pero cuando intentaba dormir por la noche, solo no podía conciliar el sueño. Incluso me despertaba a altas horas de la madrugada porque sentía que había dormido las horas suficientes cuando en realidad no era así.

No quería despertar a Eren, pero comenzaba a creer que estábamos más conectados de lo normal. Apenas encendía la luz del cuarto de baño, él ya se estaba removiendo y desperezándose en la cama, listo para hacerme compañía aunque estuviese a punto de caerse debido al sueño que tenía. Usualmente se quedaba dormido sobre mi hombro mientras intentábamos ver una película sin sentido, la mayoría de las veces de mala calidad y absurdas.

El dolor de espalda comenzaba a ser insoportable. No duraba demasiado de pie o sentado, en algún momento tenía que recostarme de lado porque no podía con la punzada de dolor. Recordaba que el doctor me había recomendado que me recostara sobre el lado izquierdo, así que eso es lo que siempre hacía, al menos cuando podía. En clase sólo me limitaba a sentarme alternando ambas posiciones.

Cuando los movimientos comenzaban a ser demasiado Eren, que se recostaba junto a mi vientre, solía hablarles y tararear tímidamente. Sonaba absurdo, pero eso las tranquilizaba.

—Se siente como si estuviese gestando un jodido huracán —mascullé contra la almohada. Eren se rió desde su posición junto a mi vientre. Hubo un movimiento particular, posiblemente una patadita—. ¿Sentiste eso?

—Sí… realmente no se detienen —sonrió Eren. Besó mi vientre y luego frotó suavemente su nariz contra mi piel—. Estoy seguro que Isabel es la más inquieta.

—Suenas como Farlan —dije con una sonrisa. Eren gruñó por lo bajo—. Lo siento, lo siento, no tengo que hablar de otro Alfa delante de las niñas, ya entendí, lo siento.

—Así me gusta —sonrió Eren. Me robó un suspiro cuando acarició todo el costado de mi vientre hasta llegar a mi abdomen—. No dejo de pensar en el gran día, Levi. Estoy loco por conocerlas, ver sus caritas, abrazarlas, oírlas llorar por primera vez. No puedo esperar a sentirme orgulloso de ellas y que nos odien por ser tan cursis delante de sus narices.

—Tendremos todo eso y más —dije, deslizando mi mano hasta escabullirla en su cabello. Eren presionó su frente en mi vientre y suspiró cuando masajeé su cabeza.

Ya no había dudas de que estaba completamente enamorado de él.

Semana número veintinueve. Las niñas seguían creciendo y ganando peso a pasos agigantados. Ambas estaban prácticamente enormes y cada día me creía más el cuento de que podrían nacer en cualquier momento. Aún faltaba para el gran momento, eso lo sabía, pero no significaba que todos a mi alrededor dejaran de decir que parecía estar a punto de explotar.

Había doblado el tiempo para llevar a cabo el ejercicio moderado que mi doctor había dicho les haría muy bien a mis bebés. Seguía asistiendo a las clases de yoga por mi cuenta y con Eren cuando era alguna sesión en pareja. Ahora que estaba marcado por él, no estábamos muy lejos de ser una pareja, viviendo juntos y básicamente siendo unos malditos melosos cuando del otro se trataba. Farlan había dicho que llegábamos a ser vomitivos y que por favor no hiciéramos el ridículo delante de las niñas.

Todo marchaba a la perfección, no había lugar para las preocupaciones.

Semana número treinta. Aparecieron las llamadas palpitaciones cardíacas, las cuales se debían al aumento del volumen sanguíneo por el propio embarazo. Varias veces me había descompensado a mitad de una clase y Dhalis me había pedido que por favor fuera al doctor o dejara de asistir a la universidad hasta que estuviese mejor. Claro, para él era muy sencillo. Estuve a punto de golpearlo, pero me sentía realmente mal. Y todo me molestaba, para variar.

El cardiólogo sólo dijo que tenía que evitar situaciones estresantes lo máximo que me fuese posible, pero la realidad era que todo me parecía una situación estresante a estas alturas. Me agobiaba demasiado y por todo, cualquier cosa, incluso hasta por comer. Ya no sabía qué hacer conmigo mismo, pero lo mejor que se me ocurría era extirpar a los niños por mi cuenta, ya que era una idea bastante tentadora. Y había dicho eso en voz alta. Preferí cambiar de cardiólogo, sin ninguna duda.

Semana número treinta y uno. Todo continuaba como antes. Seguía presentándome a las clases, y por desgracia cuanto más tiempo pasaba allí, más tenía que soportar a Hange tarareando dulcemente sobre mi vientre, acariciándolo y hablándoles a mis niños. Según ella, Gabi era su favorita, porque Isabel ya recibía demasiado cariño de todos los demás. Hange era una Omega que siempre iba en contra de la corriente.

Eren me hacía compañía en mis horas de ejercicios, primero caminando por la ciudad y luego en las clases de yoga. Además de eso, habíamos conseguido todo lo que hacía falta para terminar con la habitación de las pequeñas.

Y sí, finalmente había conocido a su familia. Bueno, sólo a su hermano, porque sus padres no vivían en el país, sino que hacía años se habían mudado a Alemania. Zeke era el mayor, un Alfa con espíritu de hermano sobreprotector. Eren no estaba muy contento de que me hiciera tantas preguntas relacionadas al embarazo, pero a mí no me importaba. Amaba hablar de mis niñas y sentirme orgulloso de ellas.

—No seas un aguafiestas —se quejó Zeke cuando Eren dijo que ya había sido suficiente por hoy. Sonreí de lado cuando él soltó un gruñido y cargó una de las cunas que fuimos a comprar los tres. El mayor de los Jaeger rodó los ojos—. Me apiado de ti por tener que soportarlo a él y a sus hijas. Debe ser una tortura. Los Jaeger somos gente bastante complicada.

—Oh, no, él es bueno —rodeé la taza de té con ambas manos y solté un suspiro—. El más complicado de los dos sigo siendo yo de todos modos. Tengo que admitir que Eren es el sol en casa.

—Tiene que ser una broma —comentó Zeke. Separé una de mis manos de la taza para acariciar el comienzo de mi vientre cuando sentí una intensa patadita—. Debes tener un efecto bastante particular en él. Siempre da la impresión de ser intratable. Es el maldito demonio personificado.

—Sé que ha tenido varios problemas con Alfas por no compartir mucho el sentimiento de serlo —dije, Zeke suspiró.

—En la escuela siempre intentaba hacer proyectos en defensa de los Omegas, pero jamás se lo permitían porque no confiaban en él por ser un Alfa —contó Zeke. Lo miré con curiosidad y él asintió con la cabeza—. Sí, vive enojado con su naturaleza desde que tengo memoria. Se ha metido en peleas con cada Alfa que conozco. Eren odia que los Alfas se aferren a su naturaleza para salirse con la suya. Él dice que más allá de nuestra naturaleza, también somos humanos, y que deberíamos impedir que nos identifiquen por ser lo que somos. Quería ser abogado, ¿sabes?, pero a su mejor amigo Omega no quisieron aceptarlo, porque ese no era lugar para Omegas que sólo sirven para cargar con los hijos de los Alfas y a veces de los Betas. Así es como terminó acompañándolo al departamento de artes.

—Oh, eso es realmente admirable —asentí con una pequeña sonrisa—. Jamás me habló de nada de esto, pero me alegro de saberlo. No sé muchas cosas de él, pero lo que he visto hasta ahora es demasiado para mí.

—Excelente, porque veo que le haces muy bien, hasta parece menos amargado —dijo alzando la voz porque precisamente Eren caminaba hacia nosotros, jadeando y sudando un poco. Me lamí los labios al verlo en ese estado; sí, las hormonas jamás descansaban. Eren gruñó, pero solo caminó hacia mí, acariciando mi vientre y besando mi cabeza. Zeke rodó los ojos—. Estaba contándole anécdotas sobre ti, hermanito. Cuando solías ser un manifestante rebelde en la preparatoria y un buen mejor amigo.

—¿Sabes algo? Algunas veces deberías cerrar la boca —se quejó Eren. Zeke y yo nos reímos suavemente—. Bien, no volveré a dejarlos a solas nunca más. Ya nos vamos, Levi.

—Comparte a Levi más seguido, Eren, es demasiado adorable para que sólo se quede con la impresión de un Jaeger —dijo Zeke.

—Que te den, hermano —respondió Eren.

Semana número treinta y dos. Realizamos la ecografía del tercer trimestre para verificar el correcto crecimiento de las niñas. Para nuestro alivio, ambas estaban bien, no había anomalías en ninguno de los dos casos y ambas partes recibían la misma cantidad de nutrientes.

Comenzaban las contracciones por los movimientos en mi interior. No era nada de lo cual preocuparse, el doctor había dicho que aparecían mucho más temprano que en un embarazo único y que sólo se debían a los movimientos frecuentes de las niñas. Eso no significaba que no dolían como un jodido infierno. Algunas veces terminaba de rodillas sobre el suelo o retorciéndome en la cama. Eren incluso había creído que los niños estaban a punto de nacer. Y era lo que más deseaba, pero aún quedaban seis semanas por delante, quizá menos, quizá más. Quién sabe.

Semana número treinta y tres. Cada día había menos espacio para los niños en mi interior, así que su crecimiento comenzaba a ser más lento, lo cual no era algo malo, pero a Eren y a mí de todos modos nos preocupaba. Continuaban los dolores y esta vez le había tocado a mi espalda —de nuevo—, pero con el ejercicio moderado todo era soportable. No había demasiados cambios.

Semana número treinta y cuatro. Las gemelas comenzaron a perfilar su colocación y ya era difícil que cambiaran de posición debido al restringido espacio.

A causa del desplazamiento de varios órganos hacia el diafragma, comenzaba a costarme respirar con más frecuencia. Las sensaciones de ahogo y los mareos sucedían constantemente. Hange había dicho que era suficiente y que comenzara a preocuparme por estar listo para el posible nacimiento. Aún no me sentía indisponible para dejar de asistir a clases, pero mi compañera no me escuchó y me obligó a hablar con las autoridades de la universidad para reclamar mi derecho de descanso por estar muy próximo a dar a luz.

Eren me dijo que tenía que descansar y no esforzarme, y que si quería hacer algo, allí tenía mi colchoneta apta para continuar con las clases de yoga en casa. Lo odiaba, pero era mejor que no hacer nada o mirar programas de Omegas a punto de dar a luz. Farlan cuidaba de mí en el caso de que Eren se quedara más horas en la universidad. La yoga con Farlan no era igual de excitante e inspiradora que con Eren. Sí, lo había dicho en voz alta y sí, había herido el orgullo de mi mejor amigo.

Debía que entender que Eren era mi Alfa favorito a estas alturas de la situación.

Semana número treinta y cinco.

—Levi, está nevando allí afuera, ¿qué demonios estás haciendo? —preguntó Eren cuando cerró la puerta prácticamente echándose encima de la misma debido al viento. Lo miré con una ceja alzada, con mi atuendo más cómodo y fresco para yoga, sentado sobre la colchoneta, a punto de hacer el próximo movimiento. Eren me observó desconcertado—. No me digas que tienes calor.

—He estado a punto de quitarme toda la ropa, pero el aire acondicionado está perfecto para mí —expliqué con una sonrisa inocente. Eren estaba cubierto de pies a cabeza, casi con su rostro completamente escondido por la bufanda y la capucha de su abrigo. Me mordí los labios intentando reprimir una sonrisa—. Te ves bien.

—Casi me congelo allí afuera —dijo soltando un gruñido. Dejó las llaves sobre la mesa y caminó hacia mí mientras se quitaba todo lo que tenía encima. Se inclinó hacia adelante y besó mis labios con suavidad—. No pienso dormir sin mantas esta noche, espero que lo sepas.

—Bien, dormirás en el sofá entonces —respondí con una radiante sonrisa. Eren volvió a gruñir, pero sacudió mi cabello y continuó hacia la habitación—. Farlan me acompañó a la consulta de hoy, los bebés están bien y no hay nada de lo que debamos preocuparnos.

—Excelente —respondió regresando a la sala. Noté que sólo se había deshecho de su abrigo y bufanda y seguía con todo lo demás. Me sentí acalorado simplemente por eso, pero intenté hacer lo posible para no desconcentrarme de lo que tenía que hacer—. ¿Necesitas algo?

—¿Haría yoga conmigo? —pedí. Eren sonrió, negando con la cabeza, pero haciéndome compañía de todos modos.

Semana número treinta y seis. No había señales de posibles cambios. Seguía todo mayormente como antes. Me pasaba la mayor parte del tiempo haciendo yoga, saliendo a caminar y viendo programas para Omegas que serían futuros padres. Lo normal desde que no estaba asisitiendo a clases en la universidad.

Eren decía que me veía impecable y no dejaba de tomarme fotografías para enviárselas a sus amigos y a su familia. Usualmente eran de él besando mi vientre o abrazándolo con demasiada felicidad, lo cual me robaba sonrisas traviesas.

Semana número treinta y siete. La gestación estaba a punto de acabar. Los bebés tenían menos espacio y yo cada día me sentía más incómodo. El doctor y la obstetra me habían recomendado que fuese preparándome porque en cualquier momento llegaría el gran día. Estaba emocionado, pero no podía negar que aún quería conservarlos en mí para protegerlos de todo y de todos.

Semana número treinta y ocho. No pasaron ni siquiera tres días cuando sucedió.

Estaba a mitad de la compra mensual cuando comencé a sentir las peores contracciones y que las niñas no dejaban de moverse. Una mujer que pasó junto a mí me miró extrañada y solté un gemido cuando el dolor fue insoportable. Tuve que respirar profundamente, pero solté un grito de dolor cuando no pude soportarlo. Allí pareció darse cuenta de la situación y rápidamente pidió que alguien me llevara al hospital.

Un chico de no más de veinte años se ofreció a ayudarme. Me tomó de la mano y me ayudó a subir a su automóvil para salir corriendo en dirección al hospital. Una mujer lo acompañaba, suponía que era su pareja, la cual me pedía que mantuviese la calma y respirara profundamente. Le extendí mi móvil a duras penas y le pedí que por favor llamara a Eren y luego a Farlan, para que les explicara lo que sucedía y que los niños estaban a punto de nacer. La mujer me hizo el favor sin pensarlo dos veces.

Sucedió todo demasiado rápido. El hombre pidió con urgencia una silla movible y la mujer comenzó a gritar en dónde se encontraban las salas de parto. Una enfermera apareció rápidamente y ayudó a trasladarme con prisa por los corredores del hospital.

El dolor era intenso y ya no podía soportarlo. Me recostaron en una de las salas y me pidieron que respirara con calma al mismo tiempo que cubrían mi nariz y boca con un respirador. Lo siguiente no fue más que oscuridad y un murmullo que fue disipándose paulatinamente.

Desperté horas después, lo supe porque todo estaba demasiado tranquilo a mi alrededor. Supe que no tenía que moverme, así que mantuve la calma. Sentía la herida en mi abdomen y me mordí el labio cuando no encontré mi vientre abultado al mirar hacia abajo. Moví una de mis manos y sentí que la atrapaban con rapidez.

—Oye —dijo Eren. Le sonreí débilmente, aún sintiéndome algo adormecido por la anestesia. Él sonrió hacia mí y se inclinó para besarme la frente, deslizando sus manos por mis mejillas—. ¿Cómo te sientes, Levi?

—¿Las bebés están bien? —pregunté en un hilo de voz. Eren sonrió y pude ver que sus ojos se cristalizaban un poco. Sentí pánico—. Eren…

—No te muevas, Levi, quédate quieto, ellos están bien —respondió Eren con rapidez. Solté un suspiro de puro alivio y él sonrió contra mi mejilla—. Acabo de llamar a las enfermeras a través del botón de emergencia. Oh, Levi, son hermosas, ni siquiera puedo comenzar a explicarlo.

Una enfermera apareció rápidamente en la sala, pidiéndole a Eren que se hiciera a un lado. Se aseguró de controlar que todo estuviese en perfectas condiciones y me sonrió, felicitándome por el buen trabajo que había hecho los últimos meses. Otra enfermera apareció, empujando dos pequeñas cunas de cristal. Sentí una enorme pelota formándose en mi pecho cuando las acercó a la camilla y pude ver a mis pequeñas en cada una de ellas. Recogió a una de ellas, la pequeña se removió un poco y soltó un quejido, pero pareció sentirse cómoda cuando la enfermera la depositó en mis brazos.

—Ella fue quien provocó las contracciones, no dejaba de moverse —dijo la chica con una sonrisa. Le dirigió una mirada a Eren y él se acercó cuando ella se inclinó para recoger a la otra pequeña. La depositó con cuidado en los brazos de Eren—. Y esta pequeña ni siquiera se ha movido cuando su hermanita hizo el berrinche para salir. Felicitaciones a ambos porque ambas niñas salieron fuertes y sanas.

Deslicé mi índice con cuidado sobre la pequeña naricita, sonriendo cuando recibí un leve quejido y un fruncimiento de ceño. No pude evitar sonreír y ganas de llorar cuando la pequeña pareció inquietarse. Alcé la mirada cuando Eren se sentó a mi lado, con la bebé prácticamente dormido en sus brazos.

—Ambos estamos de acuerdo con que la inquieta es Isabel, ¿verdad? —preguntó Eren con una sonrisa. No pude evitar soltar una risita y mi pequeña comenzó a llorar.

—Oh, no, no, era broma, no le hagas caso al insensible de tu padre —le dije suavemente, acunándolo contra mi pecho. Me mordí el labio inferior y tomé su pequeña mano, sonriendo cuando ella rodeó mi índice en su puño y volvió a fruncir el ceño—. No puedo creer que todo sea tan perfecto. Dime que no es un sueño.

—No lo es —respondió Eren. Sonrió cuando la pequeña pelota de mantas se movió en sus brazos—. Creo que Gabi está celosa y quiere que la cargues también.

Sonreí e hice espacio en mis brazos para cargar a Gabi al mismo tiempo que a Isabel. La gemela mayor, Isabel, apenas por ocho minutos de diferencia, según lo que le habían informado a Eren, se removió y pateó suavemente en dirección a su hermana, robándonos una suave carcajada. Gabi ni siquiera se inmutó, se dejó acurrucar y continuó durmiendo.

—¿Estás feliz? —preguntó Eren acariciando suavemente mi frente cuando las enfermeras se llevaron a las niñas nuevamente para continuar con el control post–natal. Le sonreí con suavidad, tomando una de sus manos para llevarla hacia mis labios y besar sus nudillos.

—No tienes idea —respondí contra el dorso de su mano. Eren se acomodó junto a mí como pudo, pasando su brazo libre por encima de mi cabeza, quedando así su rostro por encima del mío. Liberé su mano para que él deslizara su pulgar por mis pómulos, mi mandíbula y mi labio inferior. Lo miré a los ojos—. ¿Y tú?

—Jamás pensé que podría llegar a ser tan feliz con algo que tuviese que ver con mi naturaleza —respondió Eren. Soltó un suspiro y frotó su nariz contra la mía con suavidad—. Nunca creí que podría enamorarme tan fácilmente. Has cambiado mi vida, Levi. Eres lo mejor que me ha sucedido. Así que tú dime si soy feliz.

—Farlan será el padrino de bodas —dije con una sonrisa tímida. Eren me miró sorprendido—. Sería extraño contarles una anécdota a nuestros hijos y no la gran historia de nuestra boda, ¿no es cierto? No me gustaría hablar de esa ocasión en el servicio de Betas de la universidad o de cuando estuve a punto de…

—Ya, lo entiendo —me interrumpió Eren. Solté otra risita y me sonrojé cuando tomó mi mano y entrelazó nuestros dedos—. Espero que no te moleste que Zeke sea la madrina de bodas.

—¡Claro que no! —respondí con una risita. Eren se mordió los labios y solté un suspiro—. Entonces ¿eso es un sí?

—Joder, sí, mil veces sí, Levi —asintió Eren. Solté un grito y me removí para abrazarlo, pero la punzada de ardor en mi abdomen no me permitió demasiado. Él me rodeó los hombros con uno de sus brazos y besó mi frente—. Quédate tranquilo, podremos celebrarlo a nuestro estilo cuando te recuperes. Por ahora, un paso a la vez, cariño. Hacemos esto juntos, ¿recuerdas?

—Sí —respondí débilmente. Presioné mi frente contra la suya y sonreí—. Y me encanta lo bien que suena eso.

Eren sonrió y atrapó mis labios con suavidad.

fin.