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watching you, love it (Parte 1 de 3)

No está seguro de qué hora es, excepto que es muy probable que sean las tres y media de la mañana. Está exhausto, pero afortunadamente es la última noche que tomaría turno doble en el bar, considerando que lleva casi tres días sin pegar ojo. En ese momento, lo único que quiere es cruzar el umbral de la puerta de su casa, subir las escaleras y arrastrarse a la cama. Cuando repentinamente tropieza con Dios sabe qué cosa al último escalón del porche, y casi se golpea la cara contra la puerta.

—Qué mierda… —maldice, desorientado repentinamente por todo el movimiento, pero agradecido de que sus reflejos parezcan seguir intactos. Se da la vuelta para tratar de ver bajo las luces tenues de la calle con qué diablos acaba de tropezar, y nota que es una caja.

Girándose para abrir la puerta, suspira mientras patea la caja hacia el interior de su casa, para luego buscar a tientas el interruptor junto a la entrada después de arrojar las llaves al suelo y quitarse los zapatos. Con tan solo un vistazo de la caja etiquetada y pulcramente forrada en papel rosa pálido, con pequeñas flores impresas por todas partes, puede deducir que el paquete definitivamente no va dirigido a él. Se agacha, con la intención de leer la dirección escrita en la etiqueta en la parte superior.

—¿I-Izaya Orihara? —se pregunta medio dormido, no tiene puta idea de quién es, hasta que lee el número de la casa y se da cuenta de que es su vecino, y su corazón se salta un latido—. Izaya pulga-de-mierda Orihara.

No es que realmente desprecie a Izaya Orihara. La verdad es que ni siquiera conoce al tipo. Es más como, Izaya pulga-de-mierda Orihara, la pesadilla que ha estado torturando a Shizuo desde lejos durante los últimos ocho meses desde que se mudó a la casa de a lado. Puede que también haya una gran posibilidad de que sea la causa de casi todas las fantasías y erecciones de Shizuo. De hecho, intentó odiarlo en un primer momento, con sus miradas provocativas y sonrisa afilada, pero realmente dejó de intentar engañarse a sí mismo convenciéndose de que su vecino no era la criatura más asquerosamente perfecta que sus ojos habían visto en su vida.

Resopla molesto, ya se siente nervioso por el hecho de tener que devolverle la caja en algún momento, pero eso podía esperar. Son más de las tres de la mañana, está medio dormido y apenas puede mantenerse en pie, sería muy raro cruzar el patio solo para entregar una caja. Tendrá que esperar hasta la mañana.

Con cuidado empuja la caja con un pie, colocándola en un lugar contra la pared para no pisarla cuando por la mañana se le haga tarde y salga prácticamente corriendo por la puerta, y se dirige lentamente a la cocina.

Sus acciones al llegar son mucho menos que elocuentes, sacando varios vasos del gabinete junto con una cantidad poco saludable de aspirinas, con la intención de aliviar el dolor de cabeza que siente comenzar en una de sus sienes. Cree que toma unas pocas y llena el vaso con agua del grifo antes de arrojar las pastillas por su garganta esperando que sean suficientes.

Bebe el agua rápidamente, porque jura que puede escuchar a su cama llamándole a gritos, cuando su atención logra captar algo de movimiento en la casa frente a él y luego el encender de las luces de la cocina.

No pasa ni un segundo cuando él aparece, con grandes auriculares sobre su cabeza mientras se desliza ágilmente alrededor de su cocina. Así es como empezó todo, piensa Shizuo, y está agradecido de no haber encendido las luces de su propia cocina, por temor a ser visto.

Ahoga el gemido en su garganta cuando sus ojos logran captar la ropa del otro. Todo comenzó bastante normal. Shizuo recuerda las camisas enormes y los pantalones ajustados. Pero, las últimas veces, sus atuendos se volvieron un tanto más reveladores, por decir lo menos, porque esos shorts diminutos de color negro no dejan absolutamente nada a la imaginación, junto con un crop-top de color blanco que muestra su suave estómago sin vergüenza.

Shizuo ni siquiera intenta contener el pequeño «joder», que se desliza más allá de sus propios labios, sonando peligrosamente parecido a un gruñido cuando ve al chico agacharse para buscar algo dentro de su propio congelador, y definitivamente el trasero de nadie debería verse tan hermoso.

Finalmente se endereza, balanceando lentamente sus caderas mientras se da la vuelta con un pequeño bote de helado en sus manos, luego de abrirlo, toma un poco en sus dedos antes de deslizarlos delicadamente a su boca.

Shizuo sabe que no debería estar mirando, pero nunca ha sido muy bueno conteniendo sus impulsos. Podría considerarse algo un tanto normal, o una casualidad si fuese la primera vez, pero en este punto ya ha perdido la cuenta de cuántas veces se ha visto envuelto en la misma situación y ahora simplemente repasa el hecho de que tal vez Izaya quiera ser visto. ¿Por qué otra razón encendería cada puta luz en su cocina y dejaría las cortinas abiertas si no quisiera que lo vieran?

Shizuo siempre se siente un poco menos culpable después de ese pensamiento, incluso su propia respiración se detiene en su garganta cada vez que vuelve a notar que esta es la única ventana con vista a la cocina de su vecino y que está directamente frente a su propia casa. Tal vez Izaya quiere que él lo vea. Pero ese mismo pensamiento se va tan pronto como llega, concluyendo que simplemente no podía ser verdad. Todo era una tontería, su imaginación parece no tener límites.

La batalla interna en su mente se detiene de forma repentina cuando Shizuo observa con la boca abierta a Izaya apoyarse contra el mostrador de su cocina e inclina su cabeza hacia atrás, mientras dirige otra pequeña cantidad de helado a esos labios demasiado perfectos. Todo el movimiento es muy simple, pero roba un gemido de los labios de Shizuo cuando una gota de helado cae sobre la clavícula ligeramente expuesta del contrario y éste no duda en retirarla con el pulgar y limpiarlo con su lengua. Esta última acción parece durar una cantidad de tiempo absurda, siente Shizuo, pero no va a quejarse. Ni un poco.

Y luego siente comenzar a ponerse duro en sus pantalones.

Literalmente está parado en medio de su cocina, sintiendo como si toda la habitación de repente hubiera aumentado varios grados de la nada solo con mirar a su vecino, y se le está comenzando a parar el maldito pene solo por eso. De hecho, incluso le sorprende que Izaya no pueda sentir la forma en que los ojos de Shizuo parezcan estar clavándose en su piel.

Finalmente se encuentra dispuesto a apartar la mirada, dispuesto a beber otro vaso de agua, subir por las escaleras y revolcarse en su propia vergüenza entre sus sábanas mientras intenta no masturbarse pensando en esos malditos shorts negros de terciopelo.

Casi alcanza a apartar los ojos, y una parte de Shizuo realmente desea haberlo hecho en ese momento. Pero la otra solo agradece a sus más bajos instintos, ya que de hacerlo, no habría visto a Izaya mover sus labios al ritmo de la letra de la canción en sus auriculares, deslizar una mano a través de uno de sus muslos, alcanzando su trasero, hundir sus elegantes dedos con ligereza en la carne blanda y luego–…

Mierdamierdamierda, ¿acaba de golpear su propio culo?

Shizuo no puede soportarlo más, y ya se encuentra alejándose de la ventana tratando de mirar hacia otro lado, sólo para ver a Izaya darse la vuelta en menos de un parpadeo y mirar directamente hacia él, esbozando una sonrisa mal intencionada en sus labios.

Shizuo se encuentra en el suelo más rápido de lo que puede respirar al momento en que registra lo que acaba de suceder. Una serie de maldiciones escapan de sus labios en un tono lleno de angustia que él mismo no reconoce como su propia voz. Siente como si su corazón estuviese atascado en su garganta y ve prácticamente su propia dignidad irse a la mierda por la puta ventana, pero agradece que sea solo en sentido figurado, porque Izaya podría seguir parado allí y realmente no necesita verle más humillado.

No hay forma en que me haya visto, Shizuo trata de razonar consigo mismo mientras se aferra con un puño a su camisa, intentando que su corazón deje de palpitar como loco. Las luces están apagadas y no puede haberme visto. Pero miró directamente hacia aquí. ¿Y qué significa esa puta sonrisa…?

Sacude la cabeza intentando alejar todos los pensamientos zumbando en su cerebro, obviamente, la acción hace poco para borrar sus nervios. El dolor de cabeza que comenzó hace algunos minutos hace que lo brusco del movimiento lo haga sentir mareado y un ligero malestar en el estómago, todo mientras trata de decidir entre comprobar si Izaya sigue parado en medio de su cocina mirando hacia su ventana, o arrastrarse hacia las escaleras y acurrucarse en su cama como el hombre patético que cree que es.

Por supuesto, elige la segunda opción porque ¿qué otra cosa se supone que debe hacer? No soporta la idea de que Izaya lo vea, especialmente no con la vergüenza de sentir esa dolorosa erección debajo de su ropa. Trata de no pensar en lo estúpido que debe verse arrastrándose por el suelo, pero se convence a sí mismo de que no tiene otra opción, y luego con cuidado sube las escaleras.

Se mueve tan rápido como puede una vez que llega a la cima de los escalones, prácticamente tropezando con sus propios pies antes de llegar a su habitación, dejándose caer en la cama y hundir su rostro en la almohada.

Nunca más podrá salir de su maldita casa. Esa es la única respuesta plausible a este problema. Absolutamente jamás volverá a salir de allí, no mientras exista la posibilidad de que la pulga de mierda de Izaya Orihara pueda verlo. Su corazón sigue latiendo contra su pecho de forma errática, y luego de un momento trata de regular su agitada respiración por todos los movimientos rápidos que lo llevaron hasta su habitación. Intenta respirar profundamente, haciendo todo lo posible por ignorar el dolor en su entrepierna y el ligero pre-seminal que siente humedecer su ropa interior.

Él quiere tocarse. No negará que lo desea con urgencia, pero simplemente no puede. La lucha interna entre hacerlo o no hacerlo, continúa hasta que sus párpados se vuelven demasiado pesados y finalmente se deja llevar por el sueño, mientras intenta alejar cualquier imagen del hermoso culo de Izaya apenas cubierto por esos shorts negros de terciopelo.

Lo último que ve antes de quedarse dormido, es esa maldita sonrisa.

continuara...