La primavera llega como un soplo de aire fresco, y él le da una nueva vida a Miles.
Es primavera, cuando los ve por primera vez.
Enero trae tardes frías y solitarias a la floristería de Miles. Pasa su tiempo leyendo novelas románticas de mierda detrás del mostrador y deseando no estar tan soltero. Es difícil escapar del romance cuando eres florista, y Miles no quiere dejar de serlo. Solo desea que algo de ese romance sea dirigido a él por una vez.
Febrero trae el inevitable subidón de adrenalina, la revuelta del Día de San Valentín. Parejas felices a diestra y siniestra, y todos se abren camino directamente al corazón de Miles. Come una cantidad poco saludable de chocolate para compensar el espacio vacío en su cama.
Marzo, el comienzo de la temporada de bodas. Miles pasa horas pensando en los arreglos florales perfectos para sus clientes, arregla meticulosamente ramos de novia, ensarta guirnaldas y coronas de flores con suavidad. A veces incluso lo invitan a quedarse a las ceremonias; nunca los rechaza, y siempre duele.
Entonces... abril.
La primavera llega como un soplo de aire fresco, y él le da una nueva vida a Miles.
El timbre en su puerta suena como el claro repique de una promesa. Anuncia la entrada de dos figuras: una alta, una pequeña. Su llegada es narrada por el cielo: fuertes lluvias y el profundo y reconfortante estruendo de un rayo exigiendo que Miles preste atención, porque esto es importante. Un padre y una hija, ella la viva imagen del otro.
Pero el otro parece como si hubiera salido de una pintura renacentista, como si perteneciera a un museo, detrás de un vidrio, pero no hecho de cristal: es alto, en forma, irradiando confianza en su postura, su mirada arde como electricidad en el aire por la tormenta de hoy. Su cabello cae casi en rizos sobre su frente, húmedos y sobresaliendo por la lluvia, un recordatorio de que el cielo no quiere ser olvidado. Él es hermoso.
Miles se obliga a sí mismo a dejar de mirar.
Los dos se acercan al mostrador, sacudiéndose las gotas de lluvia que habían acumulado. El hombre tira de la trenza de la niña, juguetón, y Miles finalmente se fija en ella. Es difícil no fijarse en ella, porque mientras el hombre tira, ella le saca la lengua y hace una mueca (él le devuelve el gesto).
Ella es un petardo de poco más de un metro, con botas de rana, una falda elegante y alas de hada sobre su impermeable. Tiene el mismo cabello oscuro que su padre, los mismos ángulos marcados en su rostro pero más suaves. Miles se sacude de su ensoñación a tiempo para darles a los dos una cálida sonrisa.
—Hola —dice—. Soy Miles. No recuerdo haberlos visto antes —el hombre lo mira con una mirada firme pero amistosa.
—Encantado de conocerte. Soy Miguel.
—¡Y yo soy Gabriella! —interviene la niña. Han alcanzado el mostrador ahora, y su cabeza apenas se asoma por el borde—. ¡Estamos aquí por las flores!
—Bueno, has venido al lugar correcto, Gabriella —dice Miles, con ojos brillantes. Se inclina un poco hacia abajo para estar más cerca a su nivel—. Tengo muchas flores.
Gabriella cambia su enfoque hacia Miguel, en una extraña mezcla expresiva de presunción y emoción.
—Muchas —repite ella.
—Solo necesitamos una, en realidad —dice Miguel, divertido—. Es una tradición para mí poner una flor en la trenza de Gabriella los domingos por la mañana, pero nos acabamos de mudar aquí y, bueno, ya no tenemos jardín —Miles asiente, pensativo.
—Tomaría mucho tiempo juntar cada una de las flores que tengo… ¿Les gustaría acompañarme al almacén a elegir? Es donde guardo las flores.
—¡Sí! ¡Papá, sí! ¡Quiero ver todas las flores bonitas! —Gabriella grita, ansiosa. Saltando hacia arriba y hacia abajo, apenas viendo sobre el borde del mostrador que es casi demasiado alto para ella.
Miguel se ríe suavemente.
—Seguro, cariño —desvía su atención, sus son ojos profundos y bonitos, fascinantes—. Eso sería genial, Miles.
La forma en que Miguel dice su nombre es como escuchar el canto de mil sirenas. Se sumergiría en el mar para seguirlo, aunque sea lo último que escuche antes de una muerte segura.
Miles los lleva detrás del mostrador, abriendo la puerta del almacén. Gabriella salta, arrastrando a Miguel detrás de ella. Entonces ella se detiene, confundida.
—¿Dónde están todas las flores? —en la sala principal solo está la mesa de trabajo, paredes con cintas decorativas y montones de papel para envolver flores.
—Por aquí —explica Miles, y la conduce dentro de una puerta más.
Ella jadea de alegría cuando entra en la cámara frigorífica. Era lo principal que Miles había presupuestado cuando abrió esta tienda por primera vez, esencial para mantener vivo su negocio. No puede darse el lujo de salir a buscar flores frescas todos los días, así que las compra en grandes cantidades dos veces por semana y las almacena aquí. El aire es frío, y grandes cubos se alinean en estantes a lo largo de las paredes, repletos de flores.
—Papá —susurra Gabriella, asombrada—. Son muchas flores.
—No toques ninguna de ellas, ¿de acuerdo? —Miles dice—. Puedes oler y mirar, pero una vez que decidas cuál quieres, debo sacarla yo mismo.
Ella asiente con seriedad reconociendo las instrucciones, luego salta al final de la cámara para comenzar a oler y examinar metódicamente cada flor. La habitación es hermosamente fragante; si no fuera tan fría, Miles pasaría horas aquí solo por el aroma.
—Es como el cielo para ella —explica Miguel. Apoyándose casualmente en el marco de la puerta y... ¿por qué es tan atractivo?—. Ella ama las flores, ama el aire libre. En realidad, está medio convencida de que es un hada.
—Es tan bonita como un hada —dice Miles con complicidad, pero obviamente lo suficientemente alto para que Gabriella pueda escuchar. Ella sonríe.
—Lo es —Miguel le lanza una sonrisa afectuosa. Luego mucho más tranquilo, después de una pausa—. Ella estaba devastada cuando tuvimos que mudarnos. Teníamos un enorme jardín de flores, solíamos regarlo todos los días juntos.
—Eso suena hermoso. Dices que se acaban de mudar, ¿verdad? ¿Fue por trabajo? —la expresión de Miguel cambia ligeramente y Miles se pregunta si no debería haber preguntado.
—La madre de Gabriella nos dejó hace poco. Después de un tiempo, ya no podía pagar nuestra casa, no sin dos ingresos. Así que nos mudamos aquí.
Miles palidece, sabiendo que curioseó demasiado.
—Siento mucho escuchar eso —Miguel sonríe con tristeza.
—Sinceramente, su madre y yo nos odiábamos al final, solo estábamos juntos por Gabriella. Solo estoy molesto por eso, ella merece ver a su madre.
—Sí… —dice Miles, en voz baja—. Perder un hogar y una madre de una sola vez... ¿Ella está bien?
—Lo está, Gabriella es fuerte.
—Parece que la criaste bien, entonces —dice Miles suavemente con una sonrisa. La sonrisa de Miguel es genuina y su rostro se ilumina.
—Realmente lo intento, todos los días. Ella lo es todo para mí. Veo mucho de mí en ella.
—Se ve exactamente igual a ti —comenta Miles.
Una risa.
—Es lo que dicen. Pero más allá de eso... ella tiene esta chispa. Este amor por la vida. Yo solía tenerlo también.
Y quiere decirle a Miguel que le ha dado vida a Miles, que se sintió como si lo hubieran despertado de un sueño de mil años en el segundo en que Miguel lo miró a los ojos, que la sola presencia del hombre le hace sentir como electricidad en sus venas, vivo. Pero Miguel habla de nuevo.
—Ah, lo siento. No sé por qué estoy diciendo todo esto. Hay algo en ti que me hace bajar la guardia. Pido disculpas.
—No te disculpes —dice Miles con sinceridad. Está a punto de continuar, pero Gabriella los interrumpe.
—Miles, quiero esta, por favor —el nombrado se ríe de su mezcla de discurso formal e informal a la vez.
—Está bien, vamos a ver —se acerca y echa un vistazo a lo que ha elegido: margaritas—. Ah. Muy buena elección. ¿Sabes lo que significa esta flor?
—¿Tienen significados? —Gabriella pregunta, atónita. Miles asiente mientras toma la margarita más bonita que puede encontrar del ramo.
—Las margaritas representan felicidad y alegría. Así que usted, señorita Gabriella, está a punto de tener un muy buen día.
Él le da una sonrisa y la margarita; ella le da pura emoción a cambio, corriendo hacia Miguel.
—Papá, ¿escuchaste? ¡Significa felicidad!
—Es perfecta para ti —está de acuerdo Miguel. Ver a su hija tan emocionada hace que su expresión se ilumine con una especie de cariño que Miles no puede expresar con palabras.
—Cerraré el almacén, pueden esperar en el frente —dice Miles, los dos se van y lo dejan solo con sus flores.
Justo antes de que Miles abandone la habitación, un destello púrpura llama su atención y se detiene en seco. ¿Sería demasiado? él piensa, ¿demasiado arriesgado? Mordiéndose el labio, elige la flor que está mirando antes de que pueda cambiar de opinión.
Al frente, Miguel trata de acomodar con cuidado la flor amarilla en la larga trenza oscura de Gabriella. Miles se sonroja, viendo la tierna interacción.
—Quédate quieta —murmura Miguel, y mete el extremo del tallo a través de su trenza una última vez—. Listo. Estás hermosa.
Gabriella sonríe y gira en círculos para mostrárselo.
—Está bien, ¿cuánto te debo? —Miguel pregunta, sacando su billetera y girándose hacia el mostrador. Miles le da su total, acepta el efectivo y le da su cambio.
Antes de que se dé cuenta, con un amistoso agradecimiento, están girando para irse.
—Espera —grita Miles.
Miguel se gira, expectante. De repente, la boca de Miles está seca.
—Yo, eh… tengo algo para ustedes. Miguel, quiero decir, para ti.
Las cejas de Miguel se levantan con curiosidad, y su cuerpo gira para mirarlo de frente nuevamente.
—Es para ti —sostiene un delicado lirio de cala púrpura en su mano. No puede hacer contacto visual cuando Miguel lo toma, de repente sintiéndose demasiado nervioso.
—¿Y qué significa? —Miguel pregunta. Su voz es suave y dulce. Una sonrisa tira de las comisuras de sus labios. Miles finalmente lo mira a los ojos.
—Los lirios de cala morados... representan la vida —dice—. Nueva vida, encanto y... belleza.
La sonrisa de Miguel se hace más grande.
—Gracias, Miles —se coloca la flor detrás de la oreja y el púrpura complementa tan bien el color de sus ojos que no debería ser humanamente posible—. Nos vemos el próximo domingo, ¿de acuerdo?
Y luego salen por la puerta, y florece esperanza en el corazón de Miles.
Por lo menos, Miguel sabe cómo seguir un horario.
Él y Gabriella llegan exactamente a las 10:30 del domingo siguiente por la mañana, y Miles está esperando (impaciente, como lo está en todos los aspectos de su vida).
Esta vez es un día soleado y templado, sin lluvia a la vista. Y Miles no puede evitar sentirse cálido de adentro hacia afuera cuando Miguel se le acerca por segunda vez. No es su intención que su voz suene tan sin aliento, pero lo hace de todas formas.
—Has vuelto.
Miguel lo mira de una manera que Miles no puede comprender. Está sonriendo, pero no de una manera desagradable. Es casi... juguetón.
—Miles —dice, con su hermosa voz profunda—. Es bueno verte otra vez.
—Estamos aquí por las flores —dice Gabriella, saltando para mirar por encima del nivel del mostrador y captar la atención de Miles—. Tus flores son muy bonitas, Miles. Olían muy bien.
Miles sonríe.
—Me alegro mucho de que te hayan gustado. Esa margarita que escogiste te hizo parecer un hada. Tendremos que encontrar algo igual de bueno hoy.
Sus ojos se iluminan.
—¡Yo también lo creo! ¡Era como un hada! ¡Y papá no parecía un hada en realidad, no como yo, pero sé que también amaba su flor porque no dejaba de decir lo bonita que era y de olerla y la mantuvo viva toda la semana!
Miguel se sonroja. En realidad se sonroja.
—Yo, ah… sí. Era tan hermosa que no quería dejarla morir, así que…
Miles está tan, tan increíblemente enamorado del hombre sonrojado que está parado frente a él que casi se olvida de responder.
—Gracias por cuidarla tan bien. Me entristece cuando la gente tira las flores antes de que se marchiten.
—Por supuesto —Miguel sonríe, el rubor aún adorna sus mejillas, y Miles una vez más queda impresionado por el poder absoluto que puede contener una sonrisa—. De cualquier modo, nosotros, eh… necesitamos una flor otra vez. Obviamente.
Tienen suerte de que esta hora del día sea tan tranquila. Sería más difícil acompañarlos al almacén si tuviera otros clientes que atender.
—Vamos —Miles inclina la cabeza, haciéndoles señas para que lo sigan. Gabriella hace una especie de salto extraño en lugar de caminar, y Miles mira divertido a Miguel. Él sonríe.
—Me dijo que ahora no solo es un hada, sino un hada rana. Las hadas rana no caminan, ellas… saltan.
Miles se ríe libremente, y cuando se apaga, nota que Miguel lo mira. ¿Qué significa esa expresión? ¿Cariño? Él aparta ese pensamiento.
—Vamos.
Una vez en la habitación, Miguel habla, casi sonando nervioso.
—¿Volverás a darme una flor?
¿Debería tomárselo al pie de la letra? ¿Es solo una flor, no es nada importante? ¿O significa esto que su regalo fue apreciado? ¿Significa esto que... podría significar... que está interesado?
—Por supuesto —dice finalmente—. Escogeré una para ti.
Miguel lo observa mientras revolotea por la habitación, casi alcanzando y luego retirándose de varias opciones. ¿Qué es exactamente lo que quiere decirle a Miguel a través de esta flor?
Miles finalmente entrega un solo tallo de pequeñas flores nomeolvides. Es un mérito para él que no se estremezca cuando sus dedos rozan los de Miguel.
—Gracias —sonríe Miguel. No pregunta por el significado, sino que hace una última petición—. ¿Podrías elegir una camelia rosa también? Necesito dársela a alguien.
El corazón de Miles no cae, pero se marchita. La esperanza gotea por su espina dorsal como una condensación fría, helándolo hasta los huesos. Por supuesto que Miguel tiene a alguien más en su vida. Su aura es electrizante, su cuerpo escultural, su rostro fascinante. Un imán que atrae a todos a su alrededor, incluido Miles, hasta que gira en espiral, orbita y cae alrededor de Miguel. Pero, por supuesto, no sería ni podría ser correspondido…
Intenta no cambiar su expresión, pero no está seguro de cuánto éxito tiene. Toma la camelia rosa (que significa anhelo, deseo, esperanza, todo lo que Miguel siente por otra persona) y la hace rodar en la palma de su mano varias veces.
Miles ama el amor.
Lo hace sentir cálido, traza una sonrisa en su rostro. No solo en el suyo, sino en el de los demás. Hay algo mágico en la forma en que ciega y conecta al mismo tiempo; dos personas aferradas la una a la otra en la oscuridad, sin miedo mientras se tienen el uno al otro. Es por eso que se convirtió en florista, honestamente.
Claro, le gustan las flores, les habla cuando está solo en la tienda como si fueran sus amigas, las manipula con delicadeza y las mete en la cámara por la noche. Pero realmente eligió este trabajo para llenar el vacío en su corazón, para demostrarse que el amor no solo es posible, es inevitable.
Tal vez sea inevitable para todos menos para él.
No puede estar enojado si Miguel tiene ojos para alguien más. Quizá Miles se permitirá una noche revolcarse, llorar los fragmentos de posibilidad que pasaron ante sus ojos, y luego seguir adelante. Tal vez llame a Gwen para ver comedias románticas y comer helado directamente del bote.
Buena suerte pequeña flor, con quien sea que vayas, piensa Miles. Se la pasa a Miguel. Cuando Gabriella hace que recojan su flor (una vara de oro, esta vez), Miles los acompaña al frente. En realidad, no tiene ganas de hacer contacto visual, porque sabe que tiene el corazón en su manga y no quiere que Miguel se sienta mal por vivir su propia vida. No le debe nada a Miles.
—Miles —pregunta Miguel, una vez que le entregan su cambio y le desea un buen día educadamente—. ¿Podrías decirme qué significa la flor de Gabriella?
Su rostro se ilumina. A los niños siempre les encantan los significados de las flores.
—¡Gabriella, tu flor significa buena suerte! Buena fortuna —ella asiente con seriedad.
—Las ranas también traen buena suerte, y yo soy un hada rana.
—Es apropiado —bromea Miles.
—Miles… —continúa Miguel, moviéndose un poco. ¿Por qué está nervioso?—. ¿Podrías decirme qué significa la flor que escogiste para mí?
—Yo… —Miles se endereza de nuevo—. Significa afecto y recordar a alguien todo el tiempo —se siente estúpido al decirlo en voz alta, desea que Miguel simplemente se vaya.
—¿Y ésta? —sostiene la camelia rosa, la que clavó sus raíces en el corazón de Miles y empujó hasta que se partió en dos.
—Significa añorar a alguien. Querer.
Miguel le da una sonrisa sin aliento y le ofrece la camelia.
—Miles, esto es para ti.
Oh.
Oh.
Miles tarda un momento en darse cuenta de que está mirando en lugar de reaccionar. Toma la flor con ambas manos, y la presiona contra su pecho. Él quiere que este sentimiento específico, de esta flor específica, sea parte de él para siempre. Quiere tatuarse la flor en su cráneo para ver los pétalos cayendo a su alrededor mientras se queda dormido.
—¿Es... es para mí?
La sonrisa de Miguel crece y Miles la iguala.
—Sí, es para ti. Me alegro de haber entendido bien el significado... de lo contrario, habría sido un poco vergonzoso.
Miles abre y cierra la boca un par de veces, las palabras no salen. Están atascados en su garganta, donde toda la esperanza ha vuelto a brotar y chapotea alegremente. Finalmente, vuelve a hablar.
—Gracias.
—De nada —respira Miguel, y de repente se miran a los ojos. Miles podría perderse en esos iris, en el brillo travieso. El otro inclina la cabeza juguetonamente y Miles lo imita con una sonrisa a juego. No está seguro de qué juego están jugando, pero ambos están en él y eso es lo que importa.
—¿Por qué no dicen nada? —Gabriella pregunta, con confusión total en su voz.
El hechizo se rompe y los dos hombres se ríen. Miles mira hacia abajo, sonrojado.
—Te veré la próxima semana, ¿de acuerdo? —Miguel le lanza un guiño, y él y su hija se van una vez más.
Miles mira alrededor de la tienda vacía, revisa dos veces y luego levanta el puño tan fuerte como puede, golpeando el aire con el vigor de un hombre recién resucitado.
Está pasando. Y le está pasando a él.
Solo le toma una semana más a Miguel hacer su primer movimiento.
—¿Café? —Miles pregunta, sorprendido.
—Sí, ah… —Miguel parece avergonzado—. Vi tu vaso la última vez, tenía tu pedido de café. Eché un vistazo y, bueno... ¿Accidentalmente memoricé lo que sueles tomar?
Miles sonríe.
—Debería dejar fuera los vasos de café vacíos con más frecuencia... tal vez todos mis otros clientes también comiencen a traerme café.
Miguel frunce el ceño.
—Lucharé contra todos por el derecho a ser tu único proveedor de café.
—Ah, mi gran proveedor de café… —Miles suspira—. Es justo como me gusta —toma un sorbo y da un entusiasta pulgar hacia arriba.
—Sí, lo he hecho bien —dice Miguel—. ¿Qué tal si revisas el costado y me recompensas con un mensaje de texto?
Miles inclina la cabeza en lugar del café, para evitar que se derrame. Es un número de teléfono, escrito con rotulador. Intenta no sonreír, comprometido hasta el final.
—Tienes muy buena letra, Miguel O'Hara. Lo consideraré.
—Que honor. Gracias por tu consideración.
Miles apenas dura cinco minutos después de que salen de la tienda antes de enviarle un mensaje de texto a Miguel.
—¿Y cuál es la elección de hoy? —Miguel pregunta, arqueando una ceja.
—Jazmín —dice Miles con decisión.
—Jazmín —repite Miguel, inclinándose más cerca—. Perfecto.
Miles también se inclina.
—Ni siquiera sabes qué significa —Miguel sonríe.
—No necesito hacerlo. Recibí todos los mensajes que me enviaste anoche alto y claro. Esto es solo un bonus.
Habían tenido su primera cita la noche anterior, una cena y bebidas. Simple y clásico. Miguel había aparecido con esta camisa desabrochada en la parte superior y jeans negros ajustados. Era completamente criminal que alguien se viera tan bien.
Como era de esperar, la noche terminó con Miles chocando contra el interior de la puerta de su casa, fusionándose con Miguel de todas las maneras correctas. Jadeos, gemidos sin aliento, la profunda voz de Miguel gruñendo en su oído...
Miles no tenía idea de dónde sacó la fuerza de voluntad para terminar la noche allí, pero lo hizo de alguna forma. Por supuesto, la consecuencia fue que Miguel lo había estado molestando con mensajes de texto sin parar desde entonces. Y Dios, Miguel era una provocación natural. Miles se alegraba de tener un mostrador lo suficientemente alto entre él y sus clientes cada vez que recibía un nuevo mensaje.
Hoy, domingo por la mañana, Miles no retrocede.
—Significa amor sensual, Miguel. El jazmín significa sensualidad.
—No necesito una flor para saber exactamente lo que me dejarías hacerte —susurra Miguel, lo suficientemente cerca como para respirar directamente contra su oído—. Tengo algunas ideas.
Miles se estremece y Miguel sonríe.
—¿Te gustaría eso? Me pregunto cuánto tiempo me tomará hacerte rogar.
Antes de que Miles pueda responder (y maldita sea, Miles está listo para responder), Miguel retrocede, con una expresión indiferente. Miles se da cuenta de por qué cuando Gabriella regresa del almacén para acercarse a ellos.
—¿Miles? Escogí mi flor. ¿Me ayudas por favor?
Miles niega con la cabeza, con la esperanza de aclarar la confusión en su cabeza.
—Claro, vamos.
No puede ignorar los ojos de Miguel sobre su cuerpo mientras se aleja.
En su segunda cita, Miles no termina la noche solo con besos.
—No sé por qué insistes en quedarte —se queja Miles—. Prometí que te presentaría eventualmente —Gwen rueda los ojos.
—No. Dijiste eso hace dos semanas y, sin embargo, aquí estamos: tú con un novio misterioso y yo sin saber si dicho novio es un asesino en serie o no.
—No necesito tu aprobación —dice Miles suavemente.
—No la necesitas, pero la quieres —responde Gwen felizmente—. A pesar de todo, me quedo. Soy un cliente que pagó en esta tienda.
—No pagas por una mierda. Usas mi tienda como tu propia sala de estar personal.
—Huele bien, y tienes sillas cómodas. ¿A dónde más se supone que debo ir?
—No sé, tal vez tu-... —comienza Miles, pero Gwen lo interrumpe.
—¡Oh! ¡Clientes! ¿Son ellos? —dice Gwen, medio parándose de su silla para mirar las ventanas.
—¡Probablemente! ¡Así que deja de mirar! ¡Siéntate! —Miles sisea.
Intenta correr y arrastrar a su amiga fuera de la habitación, pero Miguel y Gabriella entran antes de que pueda hacerlo. En cambio, se queda de pie en medio de la tienda.
—Hola —Miguel sonríe y lo acerca para besarlo.
Cada vez que Miles besa a Miguel se siente como el primero: estimulante, vertiginoso, dulce. Gabriella arruga la nariz, todavía no se ha acostumbrado a todo este asunto de los besos.
—Ew.
—Estoy contigo, pequeña —Gwen asiente con seriedad. Miles le saca la lengua.
—¿Quién es ella? —Miguel pregunta, con el brazo alrededor de la cintura de Miles. Antes de que Miles pueda responder, Gwen se presenta.
—Gwen. Fan número uno de Miles, mejor amiga y la única persona en esta tienda a la que parece importarle saber si eres un asesino en serie o no.
—No lo es —dice Gabriella alegremente—. Llora cuando pisa insectos a veces.
—Gabriella —sisea Miguel, pero el grupo ya se está riendo.
—Deberías saber que eres mi nueva favorita, Gabriella —dice Gwen, inclinándose para hablar con ella—. Hablaré contigo más tarde para obtener más información sobre tu papá, ¿de acuerdo?
Miles golpea el hombro de Gwen.
—Déjalos en paz.
—Bueno, es un placer conocerte, Gwen. Espero que algún día pueda convencerte de que en realidad no soy un asesino —los ojos de Miguel brillan con diversión.
Gwen entrecierra los ojos.
—Jesus —gruñe Miles. Dirige su atención a Gabriella—. ¿A dónde van papá y tú hoy, Gabriella? ¿Harán algo divertido?
—¡Vamos de picnic! —Miguel sostiene una canasta a su lado con una media sonrisa.
—Encontré un buen lugar cerca, hay un hermoso campo de flores alrededor de un claro. Y Gabriella pensó que sería divertido hacer un picnic.
El rostro de Gabriella de repente se ilumina.
—¡Miles, deberías venir! —Miles sonríe, un poco inseguro de cómo rechazarla.
—Ah, lo siento, pero tengo que quedarme aquí y trabajar.
—No, no lo harás —dice Gwen rápidamente—. Vigilaré la tienda.
Miles parpadea.
—Pensé que no apoyabas esto.
—No voy a evitar que mi amigo tenga una cita solo para mi propia satisfacción. Además, los asesinatos nunca suceden en los picnics. Estarás bien.
—¡¿Ves?! ¡Miles puede venir! ¿Verdad, papá?
Miguel sonríe, desarmando todo el corazón de Miles.
—Por supuesto que puede venir. Traje ingredientes extra y es demasiado para que solo dos personas lo terminen. Ven con nosotros.
Él duda. Gwen solía trabajar con él a tiempo parcial, por lo que no es como si no tuviera ni idea, pero ha pasado un tiempo.
—¿Estás segura de que puedes manejar la tienda, Gwen?
—Sí, sí. Ve, sé gay.
—No —dice Miguel, riéndose con el pecho lleno—. Tienes que apuntar.
—Mmm. Creo que me estoy divirtiendo así —bromea Miles. Lanza otra uva en dirección a la boca abierta de Miguel (haciéndola girar ligeramente fuera de su curso) y observa cómo rebota en la frente de Miguel—. ¿Qué opinas, Gabriella?
Ella se ríe sin control.
—¡Sigue haciéndolo!
Miles junta un puñado de tres uvas y las arroja todas a la mejilla de Miguel.
—Mocoso —Miguel exclama indignado y derriba a Miles en el suelo cubierto por una manta.
Miles lucha en su agarre, pero no realmente.
—¡No, no es mi culpa! ¡Solo eres malo atrapando! —Miguel finge gruñir ante las constantes risitas que brotan de los labios de Miles.
—Te atreves a burlarte de mí.
—Es difícil no hacerlo —Miguel jadea, entrecerrando los ojos.
—Es hora de que dejes de hablar, niño bonito.
Y así, sus labios se encuentran. No es un beso largo, porque Gabriella está mirando, pero es dulce, suave y brillante. El corazón de Miles late al ritmo de la brisa fresca en su piel. Cuando Miguel se aleja, sus ojos son cariñosos. Solo dura una fracción de segundo, porque entonces Miguel deja caer un puñado de uvas justo en la cara de Miles.
Miles elige no tomar represalias, sino que recoge las uvas y se las mete en la boca. Miguel rueda los ojos, pero está sonriendo.
Miles aparta la mirada de su novio (Dios, aún no puede creer que tiene novio) y mira hacia el cielo. Hoy se ve aún más vasto de lo habitual, aire claro y azul vibrante.
—¡Gabriella, mira! Esa nube parece un perro.
Ella hace un ruido de asombro, deslizándose para recostarse junto a Miles.
—Esa… es un hada —dice muy seria, señalando una mancha nublada.
—Como mi pequeña princesa hada —Miguel dice, tocando su nariz. Ella tararea felizmente.
—Tu turno —dice Miles, dándole un codazo—. Encuentra uno.
—Ya lo hice —murmura Miguel con seriedad, y no está mirando al cielo.
—Eres bueno en esto —murmura Miles mientras Miguel tira suavemente de mechón sobre mechón. El cabello de Miles ahora es lo suficientemente largo como para trenzarlo, y los dedos de su novio son precisos. Se siente agradable.
Gabriella está acurrucada en una esquina de la manta de picnic, durmiendo profundamente. Fue demasiada emoción para un día. Todavía hay un tulipán amarillo tejido en su trenza, a juego con el tulipán rojo oculto detrás de la oreja de Miguel.
(—Significa amor profundo —había dicho Miles, pasando la flor y dándole un beso en la mejilla).
—He tenido mucha práctica —responde Miguel—. He estado trenzando su cabello desde que era pequeña.
—Sabes que eres un muy, muy buen padre, ¿verdad? Gabriella tiene suerte de tenerte —Miguel está detrás de él, pero aún puede escuchar la sonrisa en su voz mientras responde.
—Ella es la brillantez personificada en un cuerpo diminuto. Yo soy el que tuvo suerte.
—No. Tengo suerte, porque puedo tenerlos a ambos. Dos por uno.
Con un tierno beso en la parte superior de su cabeza, Miguel saca un elástico de su bolsillo y ata la trenza de Miles.
—Hermoso.
Miles se palpa la nuca, la trenza está perfectamente lisa.
—Debería haber traído una flor para mí.
Miguel se mueve ligeramente, estirando la mano detrás de sí mismo. Para cuando Miles se vuelve hacia él, ha recogido una flor silvestre del suelo cercano. Miles sonríe mientras Miguel lo pasa por su cabello negro trenzado, sintiendo que finalmente es parte de algo importante.
—Listo. Ahora… —Miguel presiona suavemente una peca en su mejilla con su índice—. ¿Qué significa esa flor?
—Significa que te amo —dice Miles de inmediato, inclinándose hacia el toque.
—¿De verdad?
—No. Pero yo soy el experto aquí, y eso es lo que yo digo que significa, así que deberías escucharme.
Miguel sonríe, más brillante que el sol sobre ellos.
—Te escucharé por el resto de mi vida, si me lo permites.
Y todo dentro de Miles se siente vivo.
fin.