Miguel toma el primer beso de Miles.
Había comenzado de forma inocente. Al menos para Miles, así había sido.
Solo tenía curiosidad. Solo quería saber, cuando se deslizó escaleras abajo, por qué no se le permitía estar allí por la noche. Era solo un restaurante, solo hamburguesas y papas fritas, ¿cuál podría ser el problema? Pero supo, tan pronto como llegó al último escalón y asomó su cabeza para ver, que la gente que cenaba allí a tales horas no eran los clientes promedio.
Todos vestían trajes. Elegantes trajes negros, con corbatas del mismo color, algunos de ellos tenían puestas gafas de sol, pero la mayoría solo usaba el traje. Estaban bebiendo alcohol, algo que Miles ni siquiera sabía que sus padres permitían. Las narices rojizas, las fuertes risas que lo habían hecho salir de su habitación y el color marrón burbujeante en la mayoría de los vasos le dijeron suficiente.
Había visto bebidas así en la televisión. Y en las mesas donde estaban jugando una especie de juego de cartas, había… armas. Pistolas, de algún tipo, Miles no sabía de cuales, pero sabía que eran pistolas y sabía que los adultos no solían llevar pistolas falsas como con la que jugaba arriba en su habitación cuando era más joven.
Estas eran personas diferentes a las que se le permitía atender durante las tardes, después de terminar su tarea y antes de acostarse. Ahora Miles entendía por qué no se le permitía bajar aquí, pero lo que no entendía era por qué a estas personas se les permitía estar aquí. No eran policías. Miles no estaba seguro de cómo lo sabía, pero lo sabía. Nada de esto se sentía bien.
Con el corazón acelerado, Miles se movió para alejarse de la entrada y volver a subir a su habitación, pero un hombre en una de las mesas captó su movimiento y Miles se congeló.
Oh, no.
Para su sorpresa no recibió una reacción iracunda, o un grito diciendo “¡sal de aquí!”; pero sí una sonrisa, suave y amistosa, al mismo tiempo que el hombre arqueaba una ceja. Miles miró alrededor de la habitación buscando a sus padres. Ellos no estaban.
Mientras pensaba en los pros y contras, encontró más razones para quedarse allí, aunque todavía estaba en pijama y eso era un poco vergonzoso, pero Miles también era muy, muy curioso. ¿Quiénes eran todas estas personas? ¿Por qué tenían armas? ¿Y por qué estaban aquí jugando cartas y haciendo tanto ruido? ¿Por qué no iban a un bar o algo así?
El hombre que lo encontró in fraganti es enorme, debía tener alrededor de treinta años. Y unos ojos carmesíes brillantes y agudos que no apartaron la mirada de Miles en absoluto, ni una sola vez, mientras el chico más joven entraba nerviosamente en la habitación.
¿Dónde estaban sus padres? Estarían tan enojados cuando lo encontraran aquí abajo. Lo castigarían, muy probablemente. Pero el hombre levantó una mano, con la palma hacia arriba, y le hizo señas con dos dedos. Una conversación rápida, y luego volvería a la cama. Eso debería ser suficiente para saciar su curiosidad.
—Hola —el hombre lo seguía mirando, sonriéndole a Miles, y cuando el adolescente llegó a su mesa, una gran mano se posó a la mitad de su espalda, sobre su camiseta—. ¿Qué haces fuera de la cama tan tarde? —y luego, el hombre agregó antes de que Miles pudiera responder—. No hicimos demasiado ruido, ¿verdad?
—Solo quería ver —Miles respondió en voz baja, para que sus padres no lo escucharan—. Podía oírlos reír. Quería ver... No estaba tratando de escabullirme.
—No, no, lo entiendo —el tono del hombre era tranquilizador—. ¿Por qué no te quedas? Toma asiento —con eso, Miles se encontró siendo empujado en el asiento al lado del hombre, y luego toda la silla fue arrastrada tan cerca que los brazos de plástico de las sillas se rozaban—. No le hagas caso a tu mamá y papá. Una vez que sepan que te he pedido que te quedes, estarás bien.
—No —Miles insistió y se movió para ponerse de pie, pero la mano del hombre en su hombro lo empujó sobre la silla. Podía oír la voz de su padre desde la cocina—. Estaré en problemas.
—Puedes confiar en mí.
Lo siguiente que sucedió, fue uno de los momentos más confusos en la joven vida de Miles.
Sus padres entraron en la habitación, sonriendo, con más bebidas en sus manos. Y luego, en un instante, esas bebidas estaban regadas en el suelo, junto con el vidrio de los vasos rotos, y hubo un tenso silencio en la habitación.
Esa parecía una reacción extrema a que Miles hubiera bajado al restaurante tan tarde, en su opinión, pero sabía que sus padres se molestarían, así que se preparó para eso, para esuchar sus voces manchadas con enojo y amenazas de quitarle su celular, su computadora, su libertad, pero en cambio, la voz de su madre sonaba tensa y extrañamente alegre.
—Miles, cariño, vamos a llevarte de vuelta a-
—Me gustaría que se quede —dijo el hombre, interrumpiendo a Rio, y la mano sobre el hombro de Miles lo apretó ligeramente—. ¿No te gustaría quedarte, Miles?
—Quita tus manos de mi-... —sin embargo, el hombre interrumpió a Rio y Miles la observó cuidadosamente, cada vez más confundido por la conversación que le seguía.
—Lo dejaré pasar, porque lo entiendo —comenzó despacio, como si hablara con una niña pequeña—. Mi sobrina tenía la edad de Miles, eso es todo. Disfruto la compañía, después de todo, solo estamos jugando a las cartas —de repente, Miles no estaba seguro de si debía estar de acuerdo con el hombre y quedarse, o defender a su madre e irse a la cama.
No sabía... qué opción era la más segura.
Antes de que tuviera la oportunidad de decidir, Jefferson se acercó y apoyó una mano en el hombro de Rio.
—Está bien, cariño, Miguel es un buen tipo, cuidará de nuestro Miles —¿por qué? Ya se había imaginado que no eran policías, pero ¿eran malos? Miles se dio cuenta de que, en su mente aparentemente inmadura, había estado pensando en agentes secretos que pasaban por el restaurante después de una misión exitosa, pero pronto se dio cuenta de que ese no era el caso, y que este hombre tenía algún tipo de control sobre sus padres.
Rio le estaba sonriendo a Miles, y aunque no era una sonrisa genuina, no parecía enojada o molesta porque él había bajado. Parecía asustada.
—Solo avísanos si nos necesitas, ¿de acuerdo?
—Él estará bien, Rio. Tienes mi palabra —y entonces el ambiente volvió a la normalidad. El aire ya no estaba tenso, pero Miles notó que Rio no salió de la habitación por el resto de la noche.
El hombre se presentó como Miguel O’Hara, y pasó el resto de la noche mostrándole a Miles cómo jugar al póquer. Le explicó las reglas y el objetivo, y dejó que Miles lo ayudara a tomar decisiones. Era simpático, genial, divertido, y a Miles le gustaba. No estaba seguro de por qué su madre tenía tanto miedo, o por qué no le quitó los ojos de encima en toda la noche, o por qué apretaba los labios con tanta fuerza cuando Miguel acariciaba a Miles en la cabeza.
Tampoco estaba seguro de por qué Miguel tenía más voz que sus padres. Más que Rio, quien nunca había dejado que nadie la mandara desde que Miles podía recordar. Ella siempre estuvo a cargo, pero aparentemente eso se acabó.
Y así se volvió cada viernes por la noche, durante un tiempo.
Miles se recostaba en su cama, dividido entre la idea de bajar al restaurante o quedarse en su habitación, eventualmente bajaba y, por invitación de Miguel, se unía al juego de póquer.
Poco a poco, Rio parecía sentirse más cómoda y salía de la habitación por breves períodos de tiempo. Antes de que esto se convirtiera en la nueva normalidad, y sus padres se encontraran en la cocina preparando comida y sirviendo bebidas mientras Miles jugaba a las cartas con Miguel y sus amigos. Sus “hombres”, como él los llamaba, aunque allí también había mujeres.
—A mis hombres les gustaría otra ronda, por favor —Miguel diría, y sus padres desaparecerían en la cocina.
Una noche, varias semanas después de este pequeño arreglo, Miles estaba cansado y no tenía ganas de bajar. Solo quería dormir. Podría hacerlo la próxima semana. Pero un par de horas después de haber tomado esa decisión, llamaron a su puerta y despertó. Miles caminó hacia la puerta, frotándose los ojos.
—¿Sí? —preguntó, abriéndola. La luz del exterior se coló en la oscura habitación, lo que le obligó a entrecerrar los ojos.
—¿No vas a bajar, Miles? —preguntó Rio, con voz tensa—. Depende de ti, por supuesto, pero Miguel está preguntando por ti —y había algo en la forma en que lo dijo, algo en la forma en que hablaba, que inquietó a Miles.
Como la primera noche que él bajó, y la forma en que ella reía forzadamente después de que Miguel insistiera en que Miles se quedara. Miles empujó la puerta un poco más y encontró a un hombre extraño parado a un lado. Como si estuviera escondido. Estaba cansado, pero ahora su corazón latía con fuerza de nuevo. Al igual que esa primera noche.
¿Cuál era la opción más segura? ¿Qué se suponía que debía hacer?
El hombre, uno que Miles reconoció que estaba allí a menudo pero no alguien con quien hubiera hablado, le sonrió.
—El jefe quiere que juegues al póquer —él explicó—. Dice que eres realmente bueno en eso. Necesita ayuda para ganar en grande.
Miles miró a su madre, su sonrisa con los labios apretados y la forma en que sus cejas se fruncieron muy levemente. Estaba aterrorizada. Esas personas la aterrorizaban, aunque no habían sido más que amables con Miles. Si ella subió aquí para buscarlo, probablemente fue porque querían que él bajara. O porque Miguel, que parecía tener el poder de decirles a todos qué hacer, le dijo que fuera a buscarlo. ¿Qué pasaría si ella volvía sin él?
—Bueno. Bajaré.
—Vístete —dijo el hombre, ya sin sonreír mientras se giraba y bajaba las escaleras. Rio se quedó con él y se inclinó para hablar con Miles a su nivel.
—No tienes que ir a ningún lugar al que no quieras ir. ¿Está bien, Miles? Él no te obligará. No dejaremos que te obligue a irte.
—¿Qué? ¿Ir adónde... abajo?
—Es una sorpresa —titubeó cuando los pasos en las escaleras se detuvieron—. Él te lo dirá. Pero depende de ti, ¿de acuerdo?
Cuando Miles bajó las escaleras vestido con un par de jeans y una sudadera, descubrió que las cosas seguían igual que siempre.
Se frotó los ojos, tratando de adaptarse a las luces brillantes mientras se dirigía aturdido a la mesa de Miguel. Se sentó en su silla habitual, justo al lado de Miguel, y miró la mano de cartas de Miguel. Tuvo cuidado de mantener la cara en blanco, tal como Miguel le había enseñado a hacer, para que nadie más supiera si era una mano buena o mala.
—Buenas noches, Miles. Pensé que no iba a poder verte esta noche.
—Solo tengo sueño —Miles logró, a través de un bostezo.
Y el juego continuó, esta vez, con la ayuda de Miles. El tiempo pasaba y las palabras de Rio tenían cada vez menos sentido hasta que finalmente, el juego terminó y Miguel ordenó a todos otra ronda de bebidas. Excepto para él, esta vez. En cambio, se volvió hacia Miles, sonriendo suavemente, tal como lo había hecho la primera noche.
—Es fin de año —explicó—. Estoy seguro de que lo sabes.
—Sí.
—Y siempre, hay fuegos artificiales. Conozco el lugar perfecto para verlos. Solía llevar a mi sobrina allí. ¿No te gustaría ver los fuegos artificiales? —entonces, Miles supo adónde iba todo esto, y las palabras de Rio cobraron sentido. Ella había insistido en que era su elección, pero...
La forma en que el hombre se detuvo en las escaleras cuando ella dijo que dependía de Miles. Como si se estuviera asegurando de algo. Comprobando la situación. ¿Se suponía que debía decirle que fuera con Miguel? ¿O realmente dependía de él? Estaban tan asustados de Miguel por alguna razón desconocida, y Miles no estaba seguro de cómo leer la situación.
Sin embargo, la idea lo golpeó de repente; tenían miedo de Miguel porque los estaba amenazando. Todo tenía sentido ahora. La forma en que había dicho la primera noche que “lo dejaría pasar” cuando Rio le alzó la voz. Miguel tenía algo valioso para sus padres, y Miles de repente se preguntó si tenía tantas opciones como creía en este asunto.
¿Qué hubiera pasado si él no hubiera bajado? ¿Qué le habría dicho o hecho Miguel a Rio? ¿Estaba el otro sujeto allí arriba para asegurarse de que ella no le dijera a Miles que se quedara en la cama?
—Me gustaría que me acompañaras —añadió Miguel, cuando Miles no respondió de inmediato. Tuvo cuidado de mantener su expresión en blanco, como cuando estaban jugando al póquer, para que Miguel no se diera cuenta de lo que Miles estaba empezando a darse cuenta.
Miró a su madre, quien le sonrió desde donde estaba sentada en la caja registradora, viendo cómo se desarrollaba la escena. Pero ella todavía parecía preocupada. ¿Cuál era la elección correcta? Estaba seguro de que su madre no quería que fuera, pero ¿estaría bien si no lo hacía? ¿Quería ir? No estaba seguro.
—Bueno —Miles estuvo de acuerdo, porque si su madre se esforzaba tanto para asegurarse de que Miguel estuviera feliz, probablemente Miles también tendría que hacerlo. Independientemente de lo que ella le había dicho arriba.
Sabía que no eran “buenas personas”, porque a pesar de lo amables que eran con él, sus padres les tenían miedo. Y ahora mismo, no sabía nada más. Por qué Miguel quería que fuera con él. Y si la única manera de averiguar las cosas era por su cuenta… entonces lo haría.
El auto de Miguel era tan elegante y negro como su traje.
Era cómodo, y Miguel se sentó en la parte de atrás con él, mientras alguien más conducía. ¿Por qué Miguel no conducía? ¿Él no era el jefe? Miles siempre pensó que el “jefe” conduciría.
—Despídete de tus padres, Miles —Miguel bajó la ventanilla y agitó una mano, un gesto normal y amistoso, pero Miles podía ver que Rio se veía aterrada detrás de esa sonrisa, mientras que Jefferson parecía solo aturdido.
Se preguntó cuándo cambiaron las cosas, mientras se despedía con la cara en blanco, y se preguntó si todo fue culpa suya por haber bajado las escaleras hace tantas semanas. Si tan solo hubiera escuchado...
—Miles —ahí estaba la sonrisa de Miguel de nuevo. Aquella suave expresión que parecía reservada solo para Miles—. ¿Te gustaría pasar por un helado? —preguntó, y Miles asintió automáticamente, pero por dentro estaba tan a punto de entrar en pánico que se sentía adormecido—. Bien. ¿Chocolate o vainilla? Nos detendremos en McDonald's.
Miles ni siquiera estaba seguro de lo que había pedido hasta que tuvo un cono de helado de chocolate en la mano. Se lo comió distraídamente, mirando por la ventanilla del coche mientras salían del estacionamiento y se dirigían hacia... bueno, algún lugar, supuso Miles.
Pero a Miles le gustaba Miguel. Y esa realización lo calmó inmensamente.
Miguel era amable con él. Era genial, divertido, confiado, y Miles encontró todo eso increíblemente atractivo en el sentido de que decidía continuar pasando tiempo con él los viernes por la noche. Solo quería aprender más sobre Miguel. Sobre lo que hacía para ganarse la vida, y quién era, y por qué Rio le tenía miedo.
Se encontró interesado en aprender sobre el estilo de vida de Miguel, y de no ser por que el miedo de su madre lo hizo dudar, habría estado emocionado por ver los fuegos artificiales. Así que se entusiasmó con esa idea. No estaba en peligro. Miguel era amable con él. Miguel, como había dicho Jeff, “cuidaría de él”.
—Miguel… —comenzó Miles, pero una punzada de vacilación, de preocupación lo hizo detenerse—. ¿Prometes no enojarte?
—Lo prometo. No tienes que preocuparte de que me enfade contigo por nada, Miles.
—¿Cuál es tu trabajo? —preguntó, y cuando miró a Miguel, encontró al hombre con el ceño fruncido. Por primera vez, parecía molesto con Miles. Pero él había prometido no enfadarse. Él lo había prometido. Miles cruzó los brazos sobre su pecho con fuerza, volviéndose hacia la ventana—. Está bien. Sé que ustedes son como… —se detuvo antes de llamar a Miguel y sus hombres “tipos malos”.
—Vendemos cosas. Eso es todo.
—¿Qué tipo de cosas necesitan un arma para venderlas? —descruzó los brazos, dejando caer las manos sobre su regazo—. Por favor, dime. Estoy cansado de que todos me oculten cosas.
—Drogas, Miles. Vendemos drogas —y por una vez, muchas de las preguntas de Miles fueron respondidas. Miró a Miguel, con los ojos muy abiertos ante la honestidad. Eso fue... más de lo que Miles esperaba escuchar. Había estado esperando un “no importa” o un “cuida tus modales, Miles”, pero en cambio, alguien realmente lo había escuchado y le había dicho lo que quería saber. Esa emoción superó la sensación aterradora que era estar cerca de alguien que hizo algo malo.
—Oh —respondió después de un momento—. Gracias por decirme —eso tenía sentido. Estos eran “tipos malos”, gente peligrosa que hacía cosas igual de peligrosas. No era de extrañar que sus padres estuvieran preocupados por él. Pero solo iban a ver fuegos artificiales, ¿verdad? Así que no tenía por qué asustarse.
Miles miró por la ventana mientras entraban en un estacionamiento. El auto se detuvo en la cabina de peaje, y una vez que el conductor pagó, salió del auto, al igual que Miguel. Miles observó, confundido, cómo Miguel se sentaba en el asiento del conductor y la cabina de peaje los dejaba entrar. Observó los autos pasar bajo una luz tenue mientras subían por la rampa, y luego subían otra, y luego otra hasta que estaban diez pisos arriba y Miguel estacionó el auto en un espacio vacío.
Todos los espacios estaban vacíos y los fuegos artificiales ya habían comenzado, chillidos agudos seguidos de fuertes estallidos y luego docenas de sonidosmás pequeños.
Miles siguió el ejemplo de Miguel cuando el hombre salió del auto y dio la vuelta para apoyarse contra el capó. Miles se unió a él, se sentó junto a Miguel con los pies en el parachoques y miró hacia el cielo con su cucurucho de helado derritiéndose en su mano. Sus ojos se posaron brevemente en una gota que se derritió y se deslizó por sus nudillos.
—Miguel… —preguntó Miles, y cuando alzó la mirada, Miguel ya lo estaba observando, en lugar de a los fuegos artificiales. Podía sentir un rubor subiendo a sus mejillas, pero no estaba seguro de por qué.
—¿Sí, Miles?
—¿Qué le pasó a tu sobrina?
—Nunca tuve una sobrina —dijo, y se rió entre dientes.
—Le dijiste a mis padres-...
—Lo que querían oír. No hay necesidad de decirles la verdad. Solo se preocuparían más por ti.
Bien. Eso tenía sentido.
Miles se volvió hacia el cielo y le dio un mordisco a su helado antes de que volviera a gotear sobre él. Eventualmente, el helado se acabó y Miguel se había acercado lo suficiente a Miles para estar uno al lado del otro, aunque Miguel no estaba sentado en el auto. Miles jugó con sus manos, observando los colores extravagantes que llenaban el cielo, pero su mente estaba en Miguel y en lo cerca que estaba el hombre.
El hombre que vendía drogas, portaba armas y asustaba a Rio al que Miles no le tenía miedo, aunque sabía que debería tenerlo. Si Rio le tenía miedo, todos deberían tenerle miedo.
—Es casi medianoche —dijo Miguel, mirando su reloj—. ¿Sabes lo que hace la gente a medianoche en Año Nuevo?
—¿Qué?
—Se besan.
Oh.
Y de repente, la noche tomó un giro totalmente diferente que hizo que el estómago de Miles se sintiera extraño y revuelto, y tal vez Miles fuera un poco ingenuo, pero no era estúpido, sabía a lo que se refería Miguel y eso lo hacía sentir raro en el buen sentido.
Y tal vez eso era lo que preocupaba a sus padres todo el tiempo. Tal vez sabían, o sospechaban, que Miguel iba a hacer algo así. Pero Miles no estaba preocupado. Estaba bastante seguro de que estaba a salvo con Miguel, y que si decía que no, Miguel no lo haría. Estaba bastante seguro de que le gustaba la idea, pero aún así…
—No lo sé —respondió a la pregunta no formulada—. Nunca he besado a nadie.
—¿De verdad? Bueno, puedo guiarte en eso.
¿Una guía de besos? Eso sería un poco vergonzoso. Pero Miles estaba emocionado ante la idea de decirles a sus amigos que había besado a alguien en Año Nuevo. No podría decir quién, pero tal vez diría que fue con un chico. Gwen probablemente ya imaginaría que si besaba a alguien, no sería a una chica. Ganke estaría tan celoso por que Miles haya besado a alguien primero.
Y sin siquiera intentarlo, Miguel quería besar a Miles, Miles no tenía que hacer nada, a diferencia de cuando solía intentar conseguir citas en la escuela.
—¿Cuánto falta para la medianoche? —¿cuánto tiempo tenía para decidir? También había algunas desventajas, como por ejemplo, Miguel era un hombre adulto y Miles estaba a punto de cumplir trece años. Estaba el hecho de que Miguel también era un tipo aterrador, y a Miles le gustaba, pero ¿a Miguel le gustaba Miles?
—Tres minutos.
—La gente solo se besa si se gustan —Miles comenzó, y la mano de Miguel en la espalda de Miles comenzó a trazar círculos sobre él. Círculos lentos y firmes—. Y si es mi primer beso, quiero que sea con alguien a quien le guste.
—¿Crees que no me gustas?
—No lo sé.
—Me gustas —y ahora Miguel estaba frente a él, cerniéndose sobre su cuerpo. Alto e imponente.
En todas las fantasías de Miles, que nunca le había contado a nadie (solo en foros de reddit con un nombre de usuario aleatorio, para que nadie pudiera rastrearlo), siempre había imaginado que su primer beso sería con alguien más alto. Más alto y más fuerte, que tendría manos grandes que se sentirían cálidas y ásperas contra su piel al igual que las de Miguel ahora, mientras su palma toca la mejilla de Miles.
—¿Cómo puedo saberlo? —podría ser una mentira. Todo esto podría ser un truco. Miguel era un tipo malo, que vende drogas, porta armas y finge que solía tener una sobrina como Miles para intentar besarlo.
—Puedes confiar en mí.
Y Miguel le sonrió. Miles quería que las cosas fueran perfectas. Si iban a besarse, lo harían a su manera.
Miles levantó ambas manos, dudó, y cuando Miguel no lo detuvo, pasó sus dedos por el cabello castaño del hombre. No era áspero como pensó que sería, sino suave al tacto. Los fuegos artificiales aumentaron de repente, abriéndose camino hacia el cielo y explotando más rápido, y juntos, un hermoso final para la medianoche. Marcando el inicio del nuevo año.
Miles había escuchado que lo que sea que estés haciendo en la medianoche de Año Nuevo, es lo que estarás haciendo durante el resto del año. Y así, cuando Miguel se inclina, con ambas manos sobre el capó del auto a cada lado de su cuerpo, Miles cerró los ojos y dejó que sucediera.
Se besaron, suave y gentilmente, al igual que las sonrisas de Miguel y al igual que Miles esperaba que fuera. No sabía qué hacer consigo mismo. Con sus manos, con sus labios. Miguel olía intoxicante en cierto modo, pero también a quemado. Como algo metálico, que no podía precisar pero que era exclusivo de Miguel. Nada que hubiera olido antes, excepto tal vez vagamente.
Resultó que Miles no tuvo que hacer mucho, porque Miguel se alejó cuando los estridentes fuegos artificiales se detuvieron. Miles parpadeó, las emociones inundaron sus sentidos ahora que tenía un momento para pensar. Miedo, porque sabía en algún nivel que lo que acababa de suceder estaba mal. Nerviosismo, porque ahora que se habían besado ¿qué sucedería? ¿Las cosas seguirían igual? ¿Cambiarían? ¿Seguiría viendo a Miguel los viernes por la noche? Un extraño y puro tipo de alegría, porque él acababa de tener un primer beso realmente bueno. Y por último, engreído, porque nadie más en el mundo sabía lo que acababa de pasar.
Porque nadie, ni una sola persona que le haya mentido, ocultado cosas de él y tratado como un niño, tenía que saber lo que acababa de pasar a menos que él quisiera. Eso último fue una buena sensación.
—Gracias, Miles.
—¿Por qué? —Miles sonaba más sin aliento de lo que esperaba. ¡Solo se habían besado durante unos segundos!
—Por permitirme ser tu primer beso. Lo atesoraré.
Y luego, de vuelta en el auto, bajaron por las rampas por las que habían subido. Los padres de Miles se preocuparían si no regresaban pronto.
Miguel parecía contento cuando se deslizó de nuevo en el asiento trasero, junto a Miles, y el conductor volvió a subir al asiento delantero, pero Miles estaba lleno de preguntas que sabía que probablemente no debía hacer frente a otra persona. Pero necesitaba saber lo que iba a pasar a continuación.
Obtuvo una parte de la verdad de Miguel, y ahora quería exigir más. Más verdades, más respuestas, más cosas que no tenía permitido saber.
—Miguel —susurró Miles, y Miguel lo miró por un segundo antes de volverse hacia la puerta. Con solo presionar un botón, una ventana polarizada se abrió entre los asientos delanteros y traseros, dividiéndolos y dejando fuera al conductor para que, técnicamente, estuvieran solos allí atrás.
—Para que conste, Miles, no tienes que preocuparte por lo que dices delante de mis hombres.
—¿Tú… —Miles no levantó la vista mientras jugueteaba con sus manos—. ¿Yo… —no sabía cómo preguntar sin sonar como un niño pequeño e inseguro—. Solo quiero saber si las cosas serán diferentes ahora.
—¿Te refieres a los viernes? Todavía me encantaría que te unas a mí para jugar. A menos que prefieras lo contrario, por supuesto —Miles tenía una opción. Estaba bien elegir.
—Pero no puedo contarles a mis padres sobre esto-...
—Podrías, si quieres. Realmente no importa, pero es posible que no te dejen volver a verme después de eso.
Miles sintió una sacudida en su pecho, algo como dolor o miedo.
—¿Y eso no te importa?
Entonces, Miguel pareció darse cuenta de algo.
Se estiró, desabrochó el cinturón de seguridad de Miles y le indicó que se acercara a él. Sin embargo, Miles no se movió. Lo que Miguel había insinuado hirió sus sentimientos y lo confundió. El hombre había dicho que le gustaba Miles, pero si no importaba si Miles podía verlo o no, ¿podría ser que Miguel había obtenido lo que quería y eso era todo? ¿Fue una mentira lo que lo condujo a esto? Un beso no podía valer tantas mentiras.
—Me importa —el tono de Miguel era amable y tranquilizador—. Pero no te pediré que mientas por mí. Solo quiero que estés al tanto en caso de que decidas decirlo —presionó una palma en la mejilla de Miles, girando su rostro hasta que se miraron a los ojos—. Solo quería decir que no me meteré en problemas. No iré a la cárcel, no me encerraran. Eso es todo.
—¿Por qué no?
—Soy una persona poderosa, Miles, con mucho dinero. Nadie me tocará. Jamás. Pero si decides que has tenido suficiente de mí, no exigiré lo contrario. ¿Lo entiendes?
—Sí —él entendió. Y honestamente, no entendía cómo incluso los policías podían tenerle miedo a Miguel. No cuando era tan amable—. ¿Y si no es así?
—... ¿Qué?
—Si no he tenido suficiente —Miles explicó—. ¿Entonces, qué pasará?
El restaurante y la casa de Miles quedaron a la vista en la distancia.
—Lo que quieras. Voy a tener una fiesta mañana por la noche, para celebrar con mi equipo. Estoy seguro de que se me ocurrirá una razón para salir contigo algunas horas.
Miles miró por la ventana, donde Rio y Jeff estaban sentados. Luego, miró a Miguel y asintió.
—Si. Quiero ir contigo. Pero…
—¿Pero?
—No los… lastimarás, ¿verdad? ¿Jamás? —le preguntó, su mente volviendo a ese momento cuando Miguel había amenazado a Rio. Todo era una broma, ¿verdad? De alguien tan amable como Miguel, tenía que serlo—. ¿Incluso si dicen que no puedo ir?
—No me dirán que no —Miguel se rió entre dientes, seguro—. Nadie tiene ese derecho, excepto tú, Miles.
—Pero no les harás daño. Incluso si digo que no.
—Incluso si dices que no —Miguel estuvo de acuerdo, repentinamente solemne, y Miles se relajó un poco.
—Bueno —y luego, cuando el auto se detuvo frente al camino de entrada, Miguel se acercó a Miles y abrió la puerta.
—Entonces te veré mañana por la noche. Buenas noches, Miles.
—Buenas noches —dijo Miles, y salió del auto. Cuando se alejó, Rio casi había saltado de su silla para correr hacia él.
—Miles, cariño, ¿estás bien? Está todo-...
—Estoy bien —él sonrió, para tranquilizarla—. Los fuegos artificiales fueron geniales y compramos helado. Me habló de su sobrina —Miles mintió entre dientes, y parecía que Rio podría colapsar de alivio. Después de todo, mentir no era tan difícil. Quizá por eso todo el mundo lo hacía tanto.
Los sueños de Miles esa noche estaban llenos de besos y otras cosas, pero principalmente, estaban llenos de Miguel.
fin.