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Gato

Entró a la habitación a pasos sordos, colocándose de puntitas y avanzando a ciegas con ambas manos estiradas hacia el frente intentando buscar algún punto de apoyo. La luz estaba apagada y todo estaba en penumbras. Sus pies chocaban descalzos contra el suelo, y con concentración máxima intentaba acostumbrarse a la oscuridad. El suelo estaba bastante esponjoso por la suave alfombra que había decidido comprar para su mascota. Para cuando ésta decidiera que jugar en el piso era demasiado emocionante y excitante.

Miró su casa con orgullo. Su mente divagó al recuerdo en el que se veía a sí mismo de pie frente a esa casa en oferta. Demasiado barato y muy a su gusto. Después de eso los detalles fueron mínimos para hacer así una casa más acogedora, tal y como él la quería desde un principio. Su vista se paseaba por todo el salón, estudiándolo con cautela como si no lo conociera, cuando algo en especial le llamó la atención y le sacó del pozo de sus pensamientos: un bulto en el centro, con unas curiosas orejitas negras y peludas —según lo poco que se alcanzaba a notar por la escasa luz filtrándose por la ventana— que se movían intentando reconocer algún sonido, como respiraciones o pasos, pero sus movimientos eran torpes, por lo que no parecía percatarse de nada.

Contuvo la respiración y se quedó quieto en su lugar, sin moverse un centímetro. Aquellas orejas que pertenecían a su mascota, intentaban encontrarlo con el sentido del oído, pero él odiaba ser recibido por ella. No quería que le escuchara, no aún.

Las pequeñas orejitas comenzaron a moverse intentando una vez más encontrar algún sonido, pero el silencio era tal que al parecer no lograba escuchar nada. Se agacharon un poco a modo de rendición. Sus ojos acostumbrados sólo un poco a la habitación, notaron una intensa mirada brillante acechar sus ligeros movimientos, como el balancearse hacia los lados por no poder mantener la postura de ambos pies juntos y quietos en un solo lugar. Y notó como algo detrás de ese par de ojos intensos se levantaba como una serpiente hipnotizada. Aquella larga extremidad se movió hacia los lados en señal de ataque y salió disparado en su dirección mostrando filosos colmillos como si este fuera a morder.

Se giró para encender el interruptor antes de que su mascota impactara contra su cuerpo.

—¡Gato! —gruñó Saitama, apenas sintiendo las uñas del para nada pequeño felino sobre su espalda.

—¡Amo, llegaste! —el felino se aferró a su espalda y luego subió ambos brazos y piernas, dejándose colgar completamente del cuerpo de su dueño. La larga cola, algo esponjada por la excitación producida, se enrolló en la cintura de Saitama, pegando así sus cuerpos—. No me llames gato, por favor. Sabes que mi nombre es Genos. Soy tu pareja también, no tienes que tratarme como una mascota siempre. Soy especial —comenzó a ronronear y sus afilados colmillos se asomaron por el borde de sus labios al querer formar un puchero—. Quita esa cara. ¿Una sonrisa para mí?

Saitama sonrió de manera forzada y se deshizo del abrazo empalagoso de Genos para poder respirar con normalidad, soltando así el aire que apenas había recordado tenía retenido en sus pulmones. El minino gruñó al sentir la agresividad de Saitama al quitárselo de encima y su cola se erizó para luego lamerse dos de sus dedos, dejando pasar el brillo agresivo que se acumulaba en sus ojos.

—¿Comías? —preguntó Saitama al notar aquella acción familiar.

—Algo así.

Se acercó a él y le acarició el cabello, sintiendo como sus pequeñas orejitas peludas bajaban torpemente para facilitar el contacto. El ronroneo que comenzó siendo solo pausado y sordo, atrapó los sentidos de Saitama, haciendo que éste atrapara a Genos de nuevo con una mano en su cintura, pero no permitió que la suave colita se enrollara de nuevo a su cuerpo. Lo jaló hacia él y cayeron juntos sobre la alfombra, recostados uno sobre el otro.

El cascabel en el cuello de su mascota no dejaba de sonar, pues Genos no dejaba de moverse, intentando encontrar una postura más cómoda sobre su pecho. Aquella cola serpenteó, subiendo por el brazo que le sujetaba de la cintura y terminó acariciando así el hombro de quien le sostenía, rozando su cuello con suavidad. Meciéndose con cariño, Genos frotaba su entrepierna contra el muslo de Saitama, intensificando el ronroneo. No era en plan de juego sexual, pero era una clara muestra de afecto y de que le había extrañado durante el día.

Saitama había estado fuera de casa durante toda la mañana y tarde, incluso parte de la noche, y eso lograba poner a Genos de muy mal humor. El minino se molestaba por quedarse solo en casa como una simple mascota encerrada, cuando sabía que era la pareja de su amo y tenía derecho de salir con él. Pero el maldito problema eran sus orejitas gatunas puntiagudas y su colita peluda.

A pesar de que solo contaba con unas orejas, una cola algo larga y unas uñas afiladas, Genos tenía ciertos comportamientos para nada normales, como el tomar leche en exceso, lamerse los dedos con concentración y euforia. En ocasiones lograba salirse por algún lado y trepaba los edificios, quedándose hasta altas horas de la noche, mirando la luna y sintiendo el aire fresco en el rostro. He ahí la razón por la que Saitama le encerraba siempre que salía.

Genos soltaba gruñidos al momento de escuchar como candados eran puestos como si fuera un secuestro, pero estaba consciente de que había acabado con la paciencia de Saitama al no regresar cuando le llamaba; y es que él amaba salir, estar afuera, por lo que siempre ignoraba los llamados de su dueño. Además, aprovechaba las noches, ya que en el día no podía pasearse con una cola y orejas por la calle, sabía por parte de su amo lo peligroso que podía llegar a ser. Cualquiera podría apartarlo del lado de su amo, utilizarlo en laboratorios para experimentos o como un simple objeto sexual y demás cosas que le pasaban por la cabeza. Por un lado agradecía a Saitama que procuraba en ocultar su forma híbrida.

Mientras Genos fruncía el ceño y gruñía molesto por los pensamientos vagos de su mente, Saitama acariciaba su espalda, recordando cómo llegó con un gato a casa.

Al principio creyó que todo era una broma pesada de su mente, pero conforme iba dando pasos, podía notar un frágil cuerpo ser golpeado por el fuerte viento en la noche. Le notaba temblar además de soltar unos ruidos parecidos a los de un gato mal herido. Estaba hecho un ovillo. No se distinguía nada más. Iba de paso, camino a casa apenas saliendo de una tienda de conveniencia, se encontraba a un lado de la acera, por lo que caminando, se acercó cada vez más al cuerpo.

En cuanto se agachó para observarle mejor, notó que era una especie de robot, puesto que poseía ambas extremidades superiores metálicas, aunque el resto de él estaba cubierto de tersa piel. E instantes después, notó aquella extraña extremidad que salía del final de su espalda baja… y esas orejitas de gato que se movían al llegar a ellas algún sonido bastante fuerte. Nunca había visto algo parecido. Parecía estar inconsciente, aunque soltaba gruñidos parecidos a los de un gato enfadado. De un momento a otro, y por alguna razón que hasta ahora no lograba entender —lo aseguraba—, decidió llevarlo a casa.

Concluyendo que solo iba a revisarlo y luego le dejaría ir, lo cargó en su hombro y lo cubrió con su larga capa lo bastante caliente por el calor que su cuerpo emitía. Sin pensárselo de nuevo, lo llevó a su casa.

Un par de horas más tarde, estaba correteando tras él, pues había tomado algunos de sus mangas sin pensarlo, y con aquellas pequeñas pero filosas garras, jugueteando, terminó haciendo pedazos uno de ellos. Quería matarlo, pero sólo tiró ligeramente de su cola para atraparlo y aquella extraña criatura soltó un débil sollozo. Saitama creyó que se echaría a llorar, por lo que volvió a tirar de su cola esperando mil lágrimas sin freno como castigo por su imprudencia. Sin embargo, esta vez la reacción no la esperaba. Gruñó de tal manera que su cola se esponjó tan impresionantemente que le hizo saber que estaba realmente molesto.

Unas doce horas más tarde, estaba observándole devorar un plato lleno de deliciosa carne que había encontrado en oferta y guardado en el refrigerador, sin preguntárselo. Le miraba con ira desde la puerta y él ni se inmutaba, comía, comía y seguía comiendo sin parar, lamiéndose los dedos y atacando hasta los huesos.

Unas veinticuatro horas más tarde, estaba echado en su futon, ronroneando y acariciándole la mano con su cola en señal de agradecimiento. Su nombre era Genos.

Sacudió la cabeza, dejando sus pensamientos de lado y concentrándose en el cascabel que colgaba del cuello de su mascota, notando que sonaba demasiado fuerte dentro de su cabeza. Lo atrapó con una mano y luego lo soltó, haciendo que este se mantuviera quieto y sin moverse, y con su dedo índice, comenzó un golpeteo constante haciendo que éste sonara más fuerte. Cerró los ojos y se concentró en el sonido ya bastante conocido para sus oídos. Un ronroneo comenzaba a ser audible, se volvía más intenso con cada golpe.

Genos era tan sensitivo que lograba ponerse con un poco de cascabel y caricias en la curva baja de su espalda, sin embargo, Saitama no tenía muchas ganas de hacer algo con él.

—Bien, basta —sujetó de nuevo el cascabel para que dejara de sonar, mientras Genos bajaba los brazos acariciándole el pecho.

—Te extrañé —murmuró, mirando sus pequeñas uñas largas y muy bien cuidadas—. Es aburrido estar sin ti, quiero salir —sus orejas cayeron notoriamente.

—Eso ya lo hemos hablado —dijo el mayor con voz dura—. Eres un robot-medio-gato, o lo que sea. No puedes pasearte ni fingir que esa cola y esas orejas no existen. Estoy cansado de repetirlo, lo sabes.

—Sí, lo sé. Lo siento.

—Basta de eso. ¿Pero sabes qué?

—¿Galletas de atún? —soltó con un tono aburrido en su voz.

—¡Pero siempre me pides esas malditas galletas, ¿sabes cuánto cuestan esas porquerías?! —preguntó sin ningún reparo en su voz, estaba siendo duro, pero solo esa era la forma de hablarle si no quería terminar con un gato molesto en la casa, arañando sus cortinas por venganza—. ¡Pues tendrás que saber que mucho! ¡Debo pedirlas especiales! ¡Especiales! ¡Porque a ningún chef en el mundo se le ocurriría hacer galletas con atún! Y como para que las traiga y el mocoso diga no y las tire a la basura-

—¡Yo no te obligo a traerme tus malditos premios! —respondió mostrando sus colmillos afilados y su cola se erizó totalmente curveándose hacia abajo. Al igual que su cola, su espalda se encorvó y sus ojos brillaron furiosos—. ¡Deja de darme cosas por lástima!

Le arrebató la bolsa de galletas que tenía Saitama en la mano y comenzó a comer sin pensárselo y sin dejar su lugar en el pecho de su dueño.

—Mucho mejor.

Su semblante cambió notoriamente. Se veía gustoso de las galletas en su boca, comiendo con ganas cada una mientras su cola regresaba a la normalidad y comenzaba a agitarse a los lados como normalmente hacía cuando estaba feliz.

Saitama le tomó la cintura con ambas manos y lo acomodó mejor a su lado, para luego encender el televisor. Su mano comenzó a acariciar la zona baja de la espalda de su mascota, haciendo que las caderas de su pareja comenzaran a elevarse buscando más contacto en esa zona bastante estimulante para él. Genos movía la cabeza, arrastrándola de manera afectiva hacia el pecho de su dueño mientras saboreaba las galletas en su boca.

—¿Qué has hecho hoy? —le preguntó Saitama, rompiendo el silencio entre ambos, mientras veía como se lamia los dedos con insistencia y metía la mano en la bolsa por otra galleta.

—Mirar por la ventana —respondió Genos con algo de melancolía mientras metía la mano a la bolsa por otra galleta evitando el contacto visual.

—¿Mirar por la ventana? ¿Eso es todo? Estoy seguro de que encontraste algo para jugar.

—No, nada, dormí casi todo el día y luego vi que estaba por llover, así que me senté en la ventana mirando llover, esperando a que llegaras.

—Lamento tardar.

—Lo entiendo, está bien, yo no sé de esas cosas.

Saitama apagó la luz que había encendido tras su llegada. Los ojos rojos de Genos se abrieron completamente y el brillo en ellos como luz de neón llamó la atención de su pareja. Eso solo le parecía sexy.

—Prometo traer algo para que juegues.

—Quiero jugar contigo.

—Entonces jugaremos los dos, gatito —pasó sus dedos por detrás de aquella oreja peluda. Genos levantó el rostro ladeándolo dando paso libre que le acariciara. Enseguida bajó los dedos a la barbilla de su pareja y debajo de ella comenzó a rozarle levemente con los dedos logrando el mismo resultado.

Ronroneó con ganas y se hizo un ovillo a su lado mientras saboreaba otra galleta.


—Cualquier duda que tenga, puede dirigirse directamente a mí —le miró con una ceja alzada.

—No, gracias.

—¿Busca algún juguete para su gato? —dijo de nuevo, preguntando al ver que el otro veía los artículos para gatos.

—Sí —respondió frío, creyendo que no necesitaría la ayuda de la dependiente, sin embargo, después de cinco minutos se volvió hacia la chica que le seguía mirando con una sonrisa en el rostro, demasiado amable—. Quiero un juguete para mi gato… y que sea barato, estoy seguro de que tienes algo por aquí —la chica asintió y corrió a tomar algo que Saitama no alcanzó a notar al instante.

Rápidamente lo levantó cerca de su rostro para que pudiera mirarlo de cerca. Cascabeles. Le gustaba ese sonido, sólo si provenía de dicho collar que tenía una «G» escrita en rojo y que se encontraba justo en el collar su mascota. Negó con la cabeza y la dependiente asintió de nuevo, buscando alguna otra cosa más.

—¿Y que le parece este? —la chica de la tienda levantó el objeto con diversos cascabeles y peluches saliendo por todas partes. Era terriblemente adorable, si lo considerabas para un gato y no para una persona—. En un artículo muy bueno, puede entretener a su mascota durante horas y jamás se aburrirá. Además, el material con el que está fabricado es resistente a las garras y colmillos de los gatos, no se destruye fácilmente.

—Escuche, quiero algo que… estimule a mi gato pero que pueda involucrarme a mí, ¿entiende? Que le tenga feliz, que… —se quedó callado.

¿Qué se supone que iba a conseguir en una tienda de mascotas? Resopló y salió de la tienda dejando a la chica con las palabras en la boca. Bien, se suponía que no debería estar haciendo eso, se suponía que no debería tener un gato en casa, se suponía que no debería enrollarse con ese gato. Pero ya lo estaba y a él sólo le parecía sexy.

Caminaba de regreso a casa, saliendo del centro comercial, cuando unas luces neon le llamaron demasiado la atención, se quedó mirando disimuladamente hacia el enorme letrero que claramente parpadeaba, una clara invitación a entrar y comprar todo tipo de objetos que se encontraban ahí.

La saliva que estaba en su boca se secó totalmente y sus ojos se abrieron enormemente con ilusión, como si del diamante más precioso se tratara. Sus labios permanecieron fuertemente apretados en una línea, para luego soltarse, hacer un pequeño chasquido y tomar su capucha para ponerla sobre su cabeza, cubriéndolo totalmente a falta de un pasamontañas improvisado. Nadie podía saber que Saitama, el villano más fuerte del mundo, estaba entrando a una tienda de juguetes, películas y objetos sexuales.


Entró a casa. De nuevo, estaba oscura, y los ojos afilados en el centro de la habitación brillaban intensamente. Encendió las luces y los ojos de Genos regresaron a su estado normal. Llevaba unos bóxer negros y encima una camisa de Saitama, nada más. El otro no entendía si pretendía provocarle o sólo tenía calor…

—¿Qué pretendes? —preguntó.

—¿Qué pretendes tú? —contraatacó su pareja.

El minino comenzó a rondar como cazando a su presa y finalmente se acercó a su amo. Posó sus labios sobre los de su dueño, comenzando a moverlos suavemente. La bolsa negra que Saitama tenía en manos, terminó en el suelo. Sus manos se aferraron a las caderas de Genos, sin evitar tocarle un poco más abajo. Sus piernas al descubierto dejándole ver la piel tersa y cálida, le provocó una oleada de calor que se concentró rápidamente en su entrepierna. Sus manos se deslizaron con suavidad desde sus muslos hasta su trasero, cubierto por la fina tela color negro. Apretó con fuerza y al instante sintió unos afilados colmillos aferrarse a su labio con sensualidad. Una de sus manos se posó sobre la entrepierna de Genos y acarició esa zona mientras que la otra subía hasta su cintura y apegaba más sus cuerpos.

Un gemido salió de los labios de ambos al momento en el que Saitama se alejaba de los labios de Genos para ahora atacar su cuello con suavidad. Las orejas del gatito cayeron por la oleada de placer que comenzaba a sentir por todo el cuerpo. Su cola se envolvió en el brazo de su amo, impidiéndole cualquier intento de quererse alejar. Los pantalones le apretaban.

El mayor dio el beso por terminado y le soltó como si nada, deshaciéndose del sempiterno agarre de la cola de Genos.

—Bienvenido, amo —murmuró.

—Te traje más galletas —dijo Saitama sin responderle el saludo. Extendió la bolsa y Genos con la frente arrugada la arrebató de sus manos comenzando a comer con ganas. Estaba molesto. Claro que su dueño y amante había notado el que tuviera una erección, pero a Saitama parecía no importarle su necesidad de desfogue. Le ignoró y volvió a tomar la pequeña bolsa negra que traía en manos y que había dejado en el suelo minutos antes.

—Voy a comer esto con leche —murmuró, notando que su amo comenzaba a ignorarle.

La mente de éste no pudo quedarse tranquila con las palabras dichas, mal interpretadas, obviamente. Pero Saitama sólo se encogió de hombros y le hizo una señal con la mano que fácil se traducía en un: vete, déjame solo, o cállate ya. Cuando sus gruñidos y su cola estuvieron fuera de su vista y oído, se dirigió al baño, poniendo el pestillo. Una vez asegurándolo todo, su atención fue puesta únicamente en las compras recientes que había hecho.


—¡Oh! Galletas —murmuró excitado. Tomó una con ambas manos y la olisqueó, disfrutando el olor que emanaba de ella. Amaba las galletas de atún, eran la cosa más deliciosa que pudiera probar en su vida, o al menos eso repetía hasta el cansancio cuando se lamía los dedos con insistencia.

Saitama le miraba con seriedad desde el marco de la entrada al pequeño living, un tanto aburrido. Genos lo ignoraba, saboreando las galletas en su lengua. Se le hizo completamente inevitable ponerse a ronronear al saborear esa galleta sumergida en un poco de leche tibia. Genos era con las galletas de atún, lo que Saitama con sus mangas. Completamente iguales.

Desde que Saitama le había llevado consigo, no había día que no le obsequiara algo de comer o quizás algún regalo. Sin embargo, estos últimos habían cesado completamente, ya no llegaba con nada de eso; solo con una simple bolsa de galletas que no se molestaba en ocultar, y le acariciaba mientras él las comía. Luego de eso se cansaba y se iba a leer sus mangas. Bien había días en que Saitama cuando se iba, Genos se quedaba sobre la silla frente al escritorio, fingiendo estar dormido, tirado en poses extremadamente sensuales y mirando esos tomos gruesos con todo el rencor que podía haber en él.

Recordaba que en más una ocasión, Genos había arrancado algunas páginas al azar con sus garras de pura venganza y coraje al haberlo dejado botado por unos cuantos mangas. El primer día que ocurrió, o más bien, su amo se dio cuenta de todo, Genos estaba descansando hecho un ovillo, sintiendo la manta caliente que Saitama había puesto sobre él. Minutos antes éste había sido demasiado dulce y hasta sintió amarle más, sin embargo, en cuanto se sentó en su lugar habitual y estuvo dispuesto a leer el nuevo tomo que acababa de comprar el día anterior, se dio cuenta de que habían rastros de páginas faltantes y marcas de maltrato —para ser más precisos, garras— y todo el amor que estaba invadiéndole desapareció por completo en un abrir y cerrar de ojos.

Saitama estaba hecho una fiera. Se dirigió a él y tiró de su cola con fuerza y maldad cuando notó que Genos quiso correr por supervivencia, lastimándole y molestándole. Genos tenía coraje y estaba a nada de llorar, sus ojos estaban cristalinos y sus labios ligeramente curveados hacia abajo, temblequeando débilmente, su cola estaba caída al igual que sus orejas al escuchar el regaño que su dueño estaba dándole a gritos.

Pero a pesar de eso, no era la primera vez que ocasionaba daños a alguna de sus pertenencias. Siempre lo hacía sin querer. Odiaba que otras cosas le llamasen más la atención a Saitama que él mismo, por lo que siempre intentaba insinuarse, lamer sus dedos cuando comía, arrastrarse sobre su cuerpo como gatito inocente o usar poca ropa —justo como ahora—, pero eso sólo provocaba el regañarle, pues cogía resfriados, muy seguidos, y Saitama no tenía ni puta idea de qué hacer en esos casos.

Una vez terminada su cena, se lamió los dedos con entusiasmo y comenzó a ronronear, intentando llamar la atención de su dueño, quien parecía no hacerle caso. No hasta que sus sensores percibieron lograr estimular sus sentidos. El ronroneo de Genos lograba inquietar a Saitama de cualquier forma.

—¿Y? —musitó el mayor en voz baja. La cola de Genos se movió a los lados.

—¿Qué?

—¿Qué pretendes? —atacó Saitama a su pareja con obviedad. Estaba intentando llamar su atención especialmente, ¿para qué?

—¿Yo? —Genos se removió en sobre la alfombra, quedando boca arriba, e incitando a Saitama a acercarse a él para que le acariciara un poco. Mas pasó de él—. Amo…

—Estoy cansado para jugar contigo, mañana quizás.

La cola de aquel gato en la habitación se erizó de manera molesta y grotesca.

—¿Mañana? Mañana te irás de nuevo y me dejaras solo. ¡Es injusto! —gritó justo cuando Saitama parecía querer salir de la habitación—. Nunca me prestas atención, además de dejarme encerrado. ¡No soy una mascota solamente! Estoy cansado de estar aquí, no me tocas ni me tratas como tu novio, sólo como una mascota molesta a la cual debes alimentar y ya. ¡Tengo derechos! Ni siquiera juegas conmigo —lloriqueó.

Saitama se quedó callado un momento, como asimilando las palabras de Genos y dio un suspiro, mirándole seriamente.

—¿Los gatos tienen derechos?

La cara de Genos se descompuso notoriamente. Su cola se erizó y gruñó, mostrando sus colmillos. Sin dar muestras de lo que haría, se lanzó contra el cuerpo de su amo, en un vano intento de arañar sus mejillas y brazos en muestra de venganza.

—¡Te odio!

—Está bien, sólo bromeaba, Genos —los ojos del nombrado se iluminaron al escuchar, una de las pocas veces que podía, su nombre saliendo de los labios de su amo.

Saitama tomó la mano de su pareja, arrastrándolo de una manera casi desesperada. Genos se mordía el labio de manera ansiosa. Creyendo que el ronroneo había funcionado de alguna manera, su cola se meneaba hacia los lados, se erguía orgullosa y estaba ligeramente esponjada a causa de una excitación que comenzaba a recorrerle el cuerpo.


—¿Quieres dejar de hacer eso? —murmuró Genos con voz bajita, sentado sobre el futon y abrazando con fuerza sus piernas pegadas a su pecho. Su cola de agitaba a los lados de manera perezosa y su cara se escondía entre sus piernas de manera deprimente.

—Shh, calla.

Ambos estaban echados en el futon. Genos demasiado deprimido por el que su plan se fuera al caño, y Saitama exageradamente concentrado en la pantalla frente a él, en una película de mala calidad. No era nada interesante pero lograba llamarle la atención.

—Amo, es en serio, esto es muy… —soltó un suspiró y negó con la cabeza, abrazándose con más fuerza. Era completamente imposible hablar con él.

Aquel suspiro abandonado pareció llamar la atención de Saitama, quien aprovechando que aquella película tenía una pequeña pausa comercial, decidió mirar al gato hecho bolita en el futon.

—¿Qué?

Genos negó y hundió su cara contra sus rodillas, colocando su cola en su frente para dar ocultar las lágrimas en sus ojos.

—Oh vamos, Genos, deja de llorar. ¿Qué sucede contigo?

El mencionado alzó la cara y sonrió de lado. Expulsó el aire en sus pulmones y gateó quedando de espaldas a Saitama, ignorándolo.

—Te dije que nada. Déjame.

—Gen… Genos… ¡hey! —el mayor empujó las mantas con ambos brazos, haciendo que el futon se moviera de manera exagerada. Genos gruñó erizando la cola—. ¿Vas a enojarte conmigo, gato malcriado? ¡Bien! Entonces me voy.

Aquellas palabras malditas para Genos retumbaron en la habitación, haciendo eco y enterrándose en lo más hondo de su cabeza. En su mente solo pudieron aparecer palabras que brillaban con letras rojas, asustándolo de repente.

Solo, encerrado, aburrido, sin comida, sin jugar, sin atención, sin Saitama.

—¿T-te vas? —pronunció con la voz rota y girando lentamente para ver como su amo se levantaba del futon y estiraba sus pantalones para sacudirlos. Sus ojos brillaron intensamente a causa de las gotitas saladas que se acumulaban sin poder contenerse—. ¿Por qué?

—Tengo hambre. Voy a cenar en algún lado, no lo sé. No me esperes hasta tarde.

—Oh… —murmuró con voz rota—. E-está bien —Genos bajo la cabeza a modo de rendición y su labio inferior tembló tanto que un sollozo escapó de sus labios.

Saitama le miró desde el marco de la puerta, y tomando las llaves que por alguna razón estaban en el piso, se giró hacia ella con una sonrisa bastante extraña en la cara.

—¿Quieres venir?

Ni siquiera tuvo que volver a repetir la pregunta. Por muy murmuradas que habían sido las palabras, las puntiagudas y peludas orejas de Genos captaron claramente el mensaje, haciendo que éste brincara emocionado, tomando unos pantalones cualquiera, la chaqueta que estaba en el perchero y abriendo la puerta principal para echar a correr escaleras abajo. Saitama, quien seguía de pie en medio de la habitación, sólo se tocó la sien, un poco nervioso y deseando que nada fuera de lo común ocurriese.

Con calma se tomó su tiempo para tomar su chaqueta, cerrar la puerta con cuidado y bajar tranquilamente las escaleras, haciendo todo a paso lento. Genos correteaba a su alrededor.

—Escucha, sales con mis reglas así que, debes esconder esa cola debajo de esta chaqueta —dijo Saitama pasándole a su mascota una chaqueta que le quedaba algo grande, logrando cubrir parte de sus muslos, ocultando así la cola peluda que se meneaba con libertad.

—Oh, sí, sí, está bien. Lo haré.

—Ponte esto también —un gorro de tela era examinado con curiosidad por unas manitas blancas pequeñas y unos ojos rojos brillantes en la oscuridad—. Solo póntelo, no me importa si no pega con tu ropa.

—Sí, está bien… uhm —con la mirada aún clavada en aquél pedazo de tela, Genos pensaba con una interrogante que flotaba sobre su cabeza.

—Va en la cabeza, sobre tus orejas. Tápalas con esto —una mano casi con desesperación colocó el gorrito sobre la cabeza de Genos tapándole los ojos por equivocación—. Mierda. Arréglalo, vamos, no es complicado.

—Sí, ya está. ¿Y a dónde vamos? —preguntó Genos con ambas orejas dejándose notar nuevamente y su cola saliendo debajo de la larga chaqueta.

—Oh, ¿te gusta el udon?

—¡Sí, se me antoja! —gritó entusiasmado el pequeño minino aplaudiendo con gracia y moviendo la cabeza hacia los lados. Su cola se agitaba y golpeaba el brazo de Saitama, que caminaba tranquilamente a su lado, y sus orejitas se movían escuchando el interminable ruido de la ciudad.

—Genos, escucha, tu cola… —tomó con algo de brusquedad la cola de su pareja—. Debe ir dentro de la chaqueta —con la misma rudeza la metió debajo de la chaqueta y golpeó ligeramente el hombro de Genos con advertencia—. Y este gorro, tiene que taparte las orejas.

—¡Oh! Sí, sí —con cuidado, colocó sus pequeñas orejitas dentro del gorrito de tela dándole un aspecto bastante infantil—. Listo, ya está.

—Bien. Es aquí. Por favor, no corras cuando…

Y salió a toda prisa detrás de un Genos que había salido corriendo nada más al saber que habían llegado. En cuanto entró al lugar, notó que estaba demasiado lleno y una oleada de pánico le inundó momentáneamente.

Se acercó a paso lento hacia el joven gato y le apretó la cola suavemente por encima de la chaqueta, en forma de reprimenda, pero su pareja y mascota estaba tan emocionado platicando con el cajero, que pasó del apretón en su colita y siguió hablando de temas triviales que claramente le hacían parecer un rarito ante el chico de uniforme que parecía importarle poco lo que le decía y solo movía la cabeza asintiendo y negando.

Eligiendo que la mesa más alejada era perfecta, Saitama casi empujó a Genos contra la silla con furia y le dio un tirón al poco cabello que salía del gorrito de tela.

—¡Ah! ¿Qué sucede contigo? —preguntó Genos, sobándose la raíz de sus cabellos con la palma de la mano por sobre el gorrito.

—¿A mí? Escúchame, gato —dijo seguro de que el llamar gato a Genos no era una falta de respeto—. No hagas lo que acabas de hacer, ¡es raro! Compórtate, no voy a volver a sacarte si te portas como un malcriado —las orejitas peludas del minino dentro del gorrito de tela cayeron, y asintió demasiado sentido por el regaño reciente—. Ahora, voy por la comida y tú quédate aquí. Por favor. No. Te. Muevas.

—Sí, sí, aquí me quedo, amo —golpeó el asiento dándole asertividad al comentario—. No me moveré.

—Bien.

En cuanto Saitama se dio la vuelta, colores llamativos y gritos de diversión captaron los sentidos de un Genos curioso. Sus ojos fascinados y sus orejas como antenas le incitaron a levantarse de su lugar y correr hacia un área llamativa y bastante grande. Niños correteaban por todos lados, nadaban en la piscina de pelotas y se deslizaban por un tobogán bastante alto, gritando y sonriendo descalzos.

La curiosidad definitivamente mató al gato.


Saitama estaba concentrado, pensando en si debió haber pedido un platillo más barato, hasta que escuchó unos murmullos bastante fuertes. Creyendo que era cualquier barullo callejero, ignoró la sarta de insultos —no lo bastante crueles— que eran dichos.

Los niños salían del área de juegos y los padres se mostraban molestos ante cualquier cosa que estuviera pasando. Ignoraba todo lo que tenía que ver con ello, hasta que un chico, del personal del restaurante, gritó. Sus manos se apretaron fuertemente y su cara se desfiguró del coraje. Pasando de la chica que le preguntó qué más se le ofrecía, caminó con la sangre hirviendo hacia la zona de juegos, donde se escuchaban gritos de diversión bastante conocidos y otros algo molestos.

—¡Oiga, usted no puede subirse a los juegos infantiles! ¡Tendré que pedirle que se retire del lugar! —pidió el chico con desesperación—. ¡Oiga, escúcheme! ¡Tiene que bajarse!

Cuando Saitama enfocó su mirada, sólo pudo notar a un chico bastante emocionado dentro del laberinto de cubos de colores. Reía y chillaba de felicidad al ver todos los caminos que se le presentaban en diferentes colores amontonados en algo extremadamente divertido.

—¡Genos! —el grito hizo que los cristales que se encontraran en el lugar vibraran como si un temblor sacudiera el local. El aludido giró el rostro, buscando al dueño de la voz y no descifrando que Saitama estaba molesto, le miró con una sonrisa y saludó con una mano desde la parte de arriba como un niño que saluda a sus padres desde el carrusel. Eso solo molestó más a Saitama—. ¡Pedazo de idiota, bájate de ahí!

—¡Sí, por el tobogán! ¡Amo, tienes que atraparme al final! —Genos viajó por entre el laberinto de color verde y llegó al principio del tobogán, sintiendo pánico al notar la altura, pero demasiado emocionado al ver que Saitama le esperaba al final, tal y como le había dicho.

—¿Qué esperas, gatito? Ven acá, Genos —murmuró Saitama con la voz cargada de sarcasmo, ironía y enojo.

—Sí, ¡ya voy! ¡Atrápame! —estirando las piernas y dándose impulso, se deslizó con velocidad por el tobogán gritando un «wi» bastante irritante para todos los que lo presenciaron.

En cuando sus pies tocaron el piso. Unas manos bastantes toscas lo tomaron por las axilas, levantándolo con fuerza y de un empujón fuerte tiraron de él hacia la salida de la zona infantil. Genos seguía abrumado y contento porque definitivamente se había divertido mucho, pero al girar para decirle a Saitama su nuevo descubrimiento, lo encontró con la cara descompuesta en ira. Al instante supo que había algo mal y prefirió callar cuando su dueño se despegó un momento de él para arrebatar su pedido, que yacía sobre las manos de un hombre bastante molesto. Este le dirigió unas palabras a su novio y dueño, al parecer nada cordiales, pues éste mostró el dedo corazón y lo jaló del brazo sacándolo del restaurante.

Salieron del lugar, vetados de por vida y con la comida fría.

—Amo.

—Cállate.

—Pero yo…

—¡Que te calles! —Genos se quedó callado aguantándose las lágrimas y abrazándose a sí mismo. No porque tuviera frío, sino más bien porque de nuevo sintió el vacío y la tristeza—. Maldita sea —el mayor se giró y tomó del brazo a su pareja, quien al sentir la presión mostró sus colmillos y su cola, que había estado escondida, se erizó hacia abajo, saliendo de su guarida—. No me mires así. Te lo dije. ¡Te lo dije! ¿Tanto te costaba quedarte sentado en un maldito lugar?

—Lo siento, yo no…

—¡Cállate! No vas a volver a salir jamás y fin de la historia.


Había sido un tormentoso regreso a casa. Genos llorando desconsoladamente soltando lamentos y sollozos, su cola cubriendo las manos que tapaban sus ojos. En cuanto llegaron, Genos subió corriendo, no sin antes tomar las llaves de su amo y encerrarse en el apartamento, ignorando los toques en la puerta insistentes.

Usando la llave de repuesto, y su paciencia habiendo llegado al límite luego de esperar un par de horas, Saitama decidió entrar, haciendo el menor ruido posible, notando que Genos se había quedado dormido sobre su lado del futon, acurrucado. No tenía ropa en absoluto, solo un pequeño bóxer que tapaba su entrepierna lo suficiente y la cinta de cuero negra atada alrededor de su cuello. Admiró la cola peluda que delineaba el contorno de la figura de Genos, arropándolo por las piernas y llegando hasta casi su rostro. Las orejitas se movían captando ruidos, sin embargo, el minino dormía tan plácidamente que parecía ignorar todos los sonidos externos. Inconscientemente, pasó una mano por toda la espalda desnuda de Genos, haciendo que por instinto éste levantara la cabeza, asustándose al mirar a su amo tan cerca de él.

—Hey, tranquilo. Mira —Saitama habló despacio y tomó un pequeño plato caracterizado de gato lleno de galletas de atún—. Te traje galletas.

—Amo, lo siento por lo de…

—Cállate, ya está. Me molesté, lo sé, pero sabes que no puedes estar con tanta confianza en la calle. Estabas completamente ido, pudieron haber visto tu cola o tus orejas. Genos… —tomó la cara del más joven entre sus manos, y a causa de la falta de luz en la habitación, los ojos rojos brillaron intensamente—. Sabes que no quiero que nadie te vea.

—Lo siento. Lo siento tanto —Genos saltó al regazo de su dueño y juntó sus labios en un tierno beso que no consistió en nada más que en una simple presión.

Saitama tomó la nuca de Genos y ladeó la cabeza, convirtiéndolo todo de un beso pequeño y casto a uno demasiado húmedo y necesitado de contacto. La playera comenzó a sentirse sofocante contra su piel, tiró de ella sacándola del torso de su cuerpo con desesperación y luego atacó el pecho desnudo de Genos. Lamió la clavícula marcada y dejó un par de besos debajo de ella, llegando a sus pezones. Mordisqueó y acarició con la punta de su lengua, rozando y succionando la piel blanca a su paso.

Una mano tiró de los bóxers de Genos hacia abajo, dejando libre su miembro semi erecto. Saitama, con mano rápida, separó las piernas de su amante y se posó entre ellas, acariciando el miembro con descaro y bajando la mano, rozando aquella abertura que tanto le llamaba la atención, mientras que sus labios atacaban el cuello delgado y delicado.

—Uhm. Quiero… quiero… juega conmigo, amo —murmuró Genos, abriendo más las piernas y tomando por los hombros a Saitama, arañando la piel al descubierto. Acarició sus fuertes brazos y tomó una de sus manos, llevándosela a los labios, besando, lamiendo y ensalivando excesivamente los dedos de aquella mano bastante atractiva y ruda.

Los dedos húmedos comenzaron a descender por su pecho, pasando por su abdomen y perdiéndose entre sus piernas, donde comenzaron a hurgar su entrada. Genos ahogó un gemido y alzó las caderas en cuanto sintió entrar dos dedos con facilidad y acariciar sus paredes internas.

—Eso, así —su amo le acarició con frenesí, viendo como se removía por más contacto, y aumentó un dedo más.

Los dedos que hurgaban en su interior le hacían querer saltar sobre algo. Las corrientes eléctricas que recorrían toda su columna le hacían soltar jadeos. Su trasero se movía y sus piernas se abrían buscando algo más grande que unos simples dedos. Saitama acarició constantemente con la yema de sus dedos el interior de Genos, haciendo que éste soltara un grito y comenzara a gemir ruidosamente. Sacó los dedos del cuerpo ajeno con cuidado y besó su mandíbula con cariño. Se levantó de la cama y caminó hacia la cómoda, en donde terminó guardado las compras que había hecho en la vergonzosa sex-shop que había encontrado.

—Bien. ¿Querías jugar conmigo? Pues vamos a jugar.

De la pequeña bolsa aterciopelada que colgaba de sus manos, extrajo un pequeño cono. La idea brilló en su mente desde que lo vio, y se acercó a Genos, quien yacía con los ojos entrecerrados. Levantó sus piernas, colocándolas sobre sus hombros, y acarició su entrada, rodeándola con los dedos. Acercó aquél artefacto e introdujo la punta de éste, presionando, notando como un agradable ronroneo comenzaba a escucharse en la habitación. Los jadeos de Genos eran eróticos y su cintura se agitaba al sentir la presión en su agujero. Saitama sonrió notando como entreabría los labios y los humedecía con la lengua mientras se tocaba el pecho. Oprimió un botón al aparato y éste comenzó a emitir un sonido. Comenzó a vibrar potentemente estimulando a Genos, haciendo que su cola se esponjara y se agitara a lo largo de las mantas.

—¡Am- ahh! ¡Amo! —los gritos que salían de su garganta subían cada vez más de tono, las piernas le temblaban y se contraían intentando cerrarse. El ronroneo que persistía se mezclaba con sus gimoteos, logrando encender a Saitama—. ¡Sí! Oh, amo… Saitama, uhm… ¡ah!

El nombrado, con su pelvis aún cubierta por la tela del pantalón, empujaba aquel artefacto y con ambas manos mantenía las piernas de su amante separadas una a cada lado de su cuerpo, rodeándolo. La espalda de Genos se arqueó y un hilo de saliva se escurrió por la comisura de sus labios. La colita ligeramente erizada se enrolló entorno a uno de los brazos de Saitama, que sujetaba una de sus piernas conteniendo su fuerza.

—Vamos, gatito, córrete para mí.

—¡Ah, ah! —los gemidos eran fuertes, ruidosos y bastante sensuales. El cuerpo de Genos se sacudió en un espasmo enviándolo cada vez más cerca del orgasmo—. ¡Amo! ¡Por favor!

Saitama tomó su miembro y lo sacudió con fuerza, provocando que Genos se corriera en su mano, soltando un grito de satisfacción y dejando caer su cuerpo exhausto sobre el futon. Genos dejó de ronronear poco a poco. Saitama apagó el artefacto y lo sacó con cuidado de entre las piernas de su pareja, deshaciéndose del agarré de la colita peluda en su brazo.

—Buen chico —murmuró, sonriendo.

Notando el bulto en sus aún puestos pantalones, Saitama decidió seguir, importándole poco lo cansado que el cuerpo de Genos estuviera. Tomó de nuevo la bolsa aterciopelada y de ella extrajo un anillo con una forma bastante extraña. Acarició la entrepierna de Genos con delicadeza, incitándolo a levantarse de nuevo, y con unas cuantas caricias suaves y eróticas, lo logró. Con aquel objeto rodeó el miembro de Genos y procedió a sacar otro objeto de la bolsa.

Se quitó los pantalones y los bóxers rápidamente, y tomó aquel juguete. Con el pulgar acarició la mandíbula de Genos, sus mejillas y, colocándolo sobre su boca, presionó abriendo sus labios aquella mordaza pequeña con agilidad, abrochándola y ajustándola.

—Vamos, gatito, todavía falta un poco más —tomó el lubricante que había en la bolsa aterciopelada y vació una buena porción sobre la entrada abierta de Genos, quien al sentir lo frío del líquido, gimoteó gustoso y abrió las piernas aún más.

Otro juguete sexual era tomando en manos de su amo y colocado sobre su propio miembro, esperando que realmente funcionara como se lo habían explicado. Tomó las caderas de Genos y lo levantó un poco para recargarlo sobre sus muslos. Colocó la punta de su miembro sobre aquella entrada abierta y presionó lentamente.

Vaya que sí servía.

Ambos soltaron gruñidos bastante abrumados por la excitación. Aquella funda extrañamente parecida a un condón con relieves realmente servía. Genos sentía como aquella superficie se deslizaba en su interior. Sus ojos lagrimeaban y sus gimoteos eran gritos incoherentes por la mordaza entre sus labios, impidiéndole hablar correctamente y salivando de más. Saitama, apurado, comenzó a embestir con fuerza el cuerpo débil y sin fuerzas debajo de él. Besaba sus labios y lamía su cuello dejando marcas difíciles de quitar sobre la piel blancuzca. Acariciaba la cintura de su pareja y le sostenía firmemente al momento de la penetración.

—Dios, Genos, ¿cómo haces esto? Sigues apretado, eh…

Genos tomó el cuello de su dueño y se colgó de él, tirando de su cuerpo hacia arriba, haciendo que Saitama se recostara contra el futon, logrando quedar montado sobre él. Su cuerpo se agitó fuertemente y los dedos de sus pies se contrajeron al sentir espasmos recorrer su cuerpo. Los calambres en su columna vertebral le hacían estremecerse. Dando pequeños saltitos, logró hacer que el miembro de su amo tocara aquél punto sensible, haciéndole perder el control sobre sí mismo. La cola acariciaba las piernas desnudas de Saitama al moverse frenéticamente hacia los lados.

El ritmo era controlado por ambos y al igual que con el primer juguete, el mayor presionó un pequeño botón en el anillo que rodeaba el miembro de Genos y este comenzó a vibrar intensamente, logrando que el minino dejara de moverse al no soportar la sobreestimulación en su cuerpo. Soltó un fuerte gemido y dejó caer la cabeza sobre pecho de Saitama. Sus piernas, cada una al lado del cuerpo de su amo, temblaban fuertemente a causa de la excitación.

Unas manos fuertes le tomaron de la cintura, levantándolo lo suficiente como para romper la penetración y retirar el artefacto que cumplía la función de una funda sobre el miembro de su dueño para luego volver a entrar en contacto con las cálidas paredes internas de Genos, que apretaban a cada embestida, logrando que el orgasmo comenzara a llegar poco a poco hasta que, sin poder contenerse, se corrió dentro, llenándolo de su esencia completamente.

Genos cayó flácido sobre el cuerpo de su amante mientras se corría entre sus vientres. Saitama tomó sus muslos por la parte interna y le levantó suavemente, saliendo de él con cuidado de no lastimarle. Besó su mejilla y le abrazó con fuerza, quitándole con suavidad la mordaza de entre sus labios. La mano libre empujaba lejos del futon todos los juguetes que habían ocupado.

Un leve ronroneo nacía del cuerpo del minino aferrado a su dueño.

—Quiero que juegues más conmigo, amo —murmuró el felino pegado al cuello de su pareja, dejando pequeños besos sobre la piel caliente.

Saitama sonrió y, tomando una rápida nota mental, creyó conveniente volver a pasearse por aquella sex-shop para nada discreta.

—Lo haré, Genos, lo haré.

fin.