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Control

Cualquier cosa que sensei hiciese, yo me cercioraba de apuntarlo en mi mente.

Saitama-sensei se especializaba en matemáticas, y yo no era especialmente bueno con ellas. Siempre me habían costado sudor y sangre desde el primer año, pero estando ya a finales de mi tercer año, ya ni me esforzaba por mejorar porque sabía que no lo lograría. Tenía mi cabeza en otros lugares más interesantes; como por ejemplo observar atentamente los perfectos dedos de mi sensei mientras escribía algo en la pizarra. Pero Saitama-sensei era dedicado y se centraba en hacer que todos sus alumnos comprendiesen cada tema que él explicaba. Yo no servía para eso, así que sensei tuvo que tomar serias medidas conmigo.

Comenzaron las clases extra curriculares, luego de mis horas usuales de clase o en las pocas horas que tenía libres. Sensei me explicaba y yo no entendía ni un cuerno. Me rompía la cabeza con ejercicios de diversos temas, pero todo me entraba por un oído y me salía por el otro. Y sensei comenzaba a exasperarse, acercándose a mí, pegando su pecho a mi cabeza cuando se inclinaba y me ayudaba a comprender. Todo había resultado bien, sensei era agradable y se dedicaba a hacer que comprendiera, pero esa no era mi especialidad. Yo era una maldita zorra de preparatoria.

Tomé a sensei por sorpresa. Comencé a flirtear con él, a dejar de esforzarme en matemáticas —porque sí, al comienzo sí lo había intentado—, hasta arrastrarlo conmigo. Lo había atraído hacia mí y él había caído. Lo había besado incontables veces, sensei me había besado de vuelta, y me había puesto de rodillas para él, sin que siquiera me lo pidiese. Comencé a vestirme para él, comencé a utilizar la loción que más le gustaba, comencé a provocarle con miradas desde lejos en nuestras clases generales de matemáticas, para que él luego me recordara que no tenía que hacer eso porque teníamos nuestras clases extra curriculares. Sensei me buscaba, yo lo buscaba a él, nos encontrábamos mutuamente y eso hablaba de todo lo que sucedía. Genos se dejaba ante sensei.

Sin embargo, nadie sabía sobre nuestra relación, él no quería hablar de eso, y si follábamos era porque yo no me cansaba de persuadirlo, tranquilamente me entregaba a él. Pero si no fuese por mí, Saitama-sensei jamás daría el primer paso por sí mismo. Él tenía mucho cuidado, no quería que nos descubriesen, porque básicamente no era algo apropiado. A mí me importaba poco, acababa de cumplir la mayoría de edad y pronto dejaría la preparatoria luego de mi graduación. Pero sensei siempre me regañaba diciéndome que mientras estuviésemos aquí, debíamos tener cuidado desde ambas partes. Eso no significaba que yo hubiese tenido intenciones de decírselo a alguien, pero no le refutaba nada.

Saitama-sensei terminó de explicar lo que sea que estuviese explicando y se giró hacia la clase, preguntando si alguien tenía alguna duda. Su mirada recorrió todos los rostros jóvenes, hasta que llegó al mío y me sostuvo la mirada. Le sonreí de lado y me lamí el labio inferior de manera sugestiva. Sensei hinchó su pecho de aire y se contuvo, pero sabía que le encantaba cuando hacía eso. Deslicé mi mano precavidamente por mi cuerpo hasta situarla entre mis piernas, encogiéndome un poco mientras lo miraba. Sabía que sensei estaba controlándose para no correr hacia mí, tomarme del cabello y presionar mis labios para comerme su pene.

—Genos —me llamó de repente, sonriéndome. Yo abrí los ojos y alejé mis manos rápidamente, carraspeando un poco y enderezándome en mi asiento—. Toma tu guía y resuelve aquí el ejercicio tres de la página diecisiete.

Miré a Sonic, quien se sentaba a lado mío, sonriéndome con su pulgar entre los dientes y extendiéndome su guía, porque yo ni siquiera tenía la mía. Procedí a colocarme de pie, caminando entre los pupitres de mis compañeros de clase mientras buscaba la página. Oh, diablos. Eran de esos ejercicios infinitos y con muchas propiedades para aplicar. Alcé la mirada y sensei me extendió el marcador. Cuando me detuve delante de la pizarra, se cruzó de brazos y me sonrió victorioso, deteniéndose precisamente junto a mí. Delante de toda la clase, comencé a transcribir el ejercicio a la pizarra.

—Te has portado muy mal hoy —murmuró, para que sólo yo pudiese escucharle. Sin querer, apreté violentamente el marcador contra la pizarra, porque él me había hablado con ese tono de voz dulce y amenazante—. Te mereces el peor de los castigos.

—¿Qué va a hacerme? —pregunté débilmente, terminando de transcribir el ejercicio. Suspiré y lo miré de soslayo—. Por favor. Sensei, no me mire de esa forma.

—No voy a decirte lo que te haré —respondió, una sonrisa ensanchando sus labios. Tragué saliva y no sabía de qué manera comenzar a resolver lo que acababa de escribir—. Te has portado terriblemente mal. Resuelve ya mismo el ejercicio, Genos.

Para mi suerte, la campana retumbó en toda la institución, indicando el final de la hora. Todos comenzaron a alistar sus cosas, pero Saitama-sensei me miró seriamente cuando atiné a irme por las mías. Me encogí de hombros y esperé allí, observando cómo todos se largaban con desesperación. Un castigo se avecinaba, y no uno cualquiera, uno de sensei. Vi al último de mis compañeros retirarse, cerrando la puerta detrás de sí. Y el salón estaba vacío. Sólo quedábamos Saitama-sensei y yo. Sólo mi sensei y yo.

Sensei caminó hacia la puerta y la cerró colocando el pestillo. Respiré profundamente cuando volvió a caminar hacia mí con una mirada seria.

—Resuelve el ejercicio —indicó con mueca tranquila.

—No puedo hacerlo, sensei —respondí en un hilo de voz. Él me miró sin expresión alguna. Bajé la cabeza y me mordí los labios—. ¿Qué va a hacerme?

—Nada hasta que no resuelvas ese ejercicio —sonrió. Alcé la mirada y lo observé desconcertado. Soltó un suspiro—. Resuelve el ejercicio, Genos.

Apreté los labios en una fina línea y me volteé hacia la pizarra, echándole un vistazo a lo que anteriormente había escrito, aún con el marcador en alto. Esto era algo así como trigonometría, no podía ser tan complicado. Suspiré y comencé con mi mayor esfuerzo por resolver el maldito ejercicio. Realicé lo primero y sentí cómo sensei se detenía junto a mí. Demasiado cerca.

Me tomó de la nuca y tiró de mí hacia él, haciendo chocar nuestras bocas con violencia, la suya ya entreabierta para abarcar la mía con su lengua. Gemí contra sus labios y sentí cómo tomaba mi mano, la que sostenía el marcador, y me hacía escribir en la pizarra. Sensei escabulló su mano libre en mi cabello suave y desordenado, besándome con ansias y remarcando cada zona de mi boca con su lengua. Detuvo mi mano sobre la pizarra y él descendió la suya hasta la cintura de mis bóxers que se asomaban por sobre mis pantalones. Jugueteó con sus dedos allí, robándome un suspiro cálido.

—Noté cómo mirabas mis dedos en clase —susurró contra mi oído, luego de alejarse de mis labios. Tragué saliva costosamente—. ¿Qué quieres que haga con ellos? ¿Dónde los quieres? Dime, Genos.

Sensei no me dio tiempo a responder. Solté el marcador al instante cuando me cogió de ambas nalgas y con facilidad me arrastró hacia el escritorio. Tiró de mí hacia arriba y me sentó al filo del escritorio. Me miró fijamente, y yo ya me sentía demasiado caliente.

—¿Dónde los quieres? —preguntó una vez más.

—E-en mí —jadeé. Lo miré a los ojos—. Los quiero en mí, sensei.

—No puedo oírte —sonrió sensei, jugando conmigo. Me lamió los labios suavemente, robándome otro jadeo—. No lo dices lo suficientemente alto como lo piensas en tu cabeza. Dilo, anda…

—Tus dedos… en mí… abriéndome… —dije entre suspiros. Sensei sonrió contra mi boca.

—No lo haré, porque estás castigado.

Abrí los ojos y solté un jadeo cuando sensei me hizo ponerme de pie y colocar mis manos contra el escritorio, para luego tirar de mis pantalones y deslizarlos hasta mis tobillos. Sentí escalofríos cuando me tomó del cabello y sus labios se pegaron a mi oído.

—¿Cuántos necesitas para que te vuelvas obediente y aplicado? —preguntó con suavidad.

—D-diez —respondí tembloroso—. Con diez estará bien, sensei.

—De acuerdo —él asintió, alejándose de mí. Escuché la hebilla de su cinto al removerse y me mordí los labios—. Cuéntalos tú. Yo pierdo fácilmente la cuenta en esta situación. Y que sea en voz alta.

Asentí con la cabeza. No tuve el valor de voltearme siquiera, porque sabía que sensei me daría el peor de los castigos. Y me sentí más temeroso cuando él descendió mis bóxers hasta por debajo de mis nalgas. Cerré los ojos y bajé la cabeza. Me sorprendió con el primer azote. Suspiré de dolor y sólo mantuve los ojos cerrados. Saitama-sensei siempre era muy suave conmigo, pero no dejaban de ser sus malditos azotes a modo de castigo. Y yo amaba sus malditos castigos.

—U-uno —dije. Sólo hice una mueca—. Dos —el segundo ardió un poco, pero logré soportarlo—. Tres —el tercero llegó, y siempre era el que más me encendía—. Cuatro —gemí. Me mordí los labios y sentí cómo se calentaban mis mejillas. Comencé a crecer debajo de la presión de mi ropa interior—. Cinco —el quinto azote fue directo, y casi pareció recorrer mi cuerpo hasta concentrarse en mi polla.

Y los cinco restantes fueron similares, porque yo ya estaba excitado y gemía los números. Sensei depositó su cinto sobre el escritorio y sentí cómo acariciaba suavemente mis nalgas maltratadas. Me estremecí cuando dos de sus dedos se separaron de su mano y acariciaron mi entrada, robándome un quejido. Sacó la botella de lubricante de su escritorio y su mano se trasladó a través de mi espalda, alzando mi playera. Me ayudó a quitármela y sus labios se encontraron con mi piel pálida y desnuda, besando mi hombro derecho, para seguir con mi nuca y terminar en el lateral izquierdo de mi cuello. Su bragueta se frotó sólidamente contra mis nalgas y sufrí ante el roce.

Sensei me volteó con cuidado. Lo miré con las mejillas rojas y mis labios entreabiertos, y él no se privó de besarme suavemente, intercalando nuestras bocas. Sus manos se deslizaron hacia mis caderas desnudas, continuando más abajo, separándose de mis labios cuando comenzó a deslizar mis bóxers por mis piernas. Me sonrojé aún más cuando mi pene quedó expuesto ante él. Se deshizo de mis deportivos y mis calcetines, y luego procedió a retirar mis pantalones y por último mis bóxers.

Me tomó de mis tobillos y me obligó a doblar las piernas, empujándome sobre el escritorio, lejos del filo del mismo. Hizo que las plantas de mis pies encontraran la fría madera mientras él me miraba con una sonrisa, satisfecho. Me sentí completamente excitado de mostrarme así ante él, porque sabía que le gustaba cuando era el primero en estar completamente desnudo. Sensei me echó un último vistazo antes de tomar la botella de lubricante que utilizaba exclusivamente conmigo —o eso esperaba—. Me sentí estúpido por querer ser la única persona en el ámbito sexual de Saitama-sensei, pero es que ya le había cogido cariño y era complicado pensar que más allá de esto, mi sensei podría tranquilamente estar con más personas.

El primer dedo me sacó de mis cavilaciones, y sensei lo movió con facilidad, robándome suspiros. Ya estaba acostumbrado a que me follara, un dedo no hacía ninguna diferencia. Pero yo sí necesitaba sus dedos, porque se sentían maravillosos dentro de mí. Y él lo sabía.

—Otro —me alertó, sintiendo cómo presionaba el segundo. Me mordí los labios y respiré entrecortadamente. Sensei removió sus dedos en mi interior de esa manera que sólo él poseía en sus yemas—. ¿Por qué no prestas atención en mi clase? No quiero que jodas tu último año sólo por ser un niño caprichoso y rebelde.

—Tu… ah- tu asignatura no es mi… no es mi mayor cualidad —respondí entre gemidos, disfrutando de sus dedos empapados en lubricante, casi chorreando fuera de mí. Sensei soltó un bufido como respuesta—. No puedo… ngh- sensei… no puedo pasar sus exámenes si me mira mientras estoy allí, rodeado de mis amigos… uhm, por favor…

—Como si yo pudiese dar mi clase tranquilo, si me volteo hacia ti y te acaricias entre las piernas —masculló. Sonreí victorioso al descubrir que había algo que lo encendía en los momentos donde no podíamos estar a solas—. Tercero.

—¡S-Sensei! —gemí extasiado. Amaba cuando alcanzaba a albergar sus tres dedos. Me sentí escurrir por su maldita culpa y esos increíbles dedos dentro de mí.

—Genos, te he dicho que no me llames así cuando estamos a solas —pidió mi sensei, moviéndose un poco para darse espacio y embestirme perfectamente con sus dedos. Tiré mi cabeza hacia atrás y gemí su nombre—. Oh. ¿Esa marca morada me pertenece?

—Sí, sen… Saitama, ni la magia del maquillaje ha logrado ocultar eso —respondí en voz baja, haciendo muecas de placer. Él hablaba del hematoma que había dejado en mi cuello, un poco por debajo de mi garganta, debido a un fuerte mordisco de su autoría mientras alcanzaba el clímax dentro de mi cuerpo. Mi piel se marcaba con facilidad, así que esa marca era de hace semanas y aún continuaba morada como si fuese del día anterior. Tragué saliva con dificultad—. Saitama, fóllame… por favor.

—¿Por qué siempre tienes que ser tan impaciente? ¿Eh, Genos? —preguntó molesto. Tiró con cuidado de sus dedos y me miró con enfado—. ¿Por qué siempre tengo que consentirte? Eres de los peores alumnos que he tenido durante toda mi vida como profesor.

—Tienes que enseñarme a portarme bien —lo provoqué con una sonrisa. Saitama se deshizo de su camisa y luego de la playera que llevaba debajo, permitiéndome disfrutar de su abdomen duro, plano y muy bien trabajado. Suspiré de puro gusto.

—Cállate —masculló, soltando la bragueta de sus pantalones. Deshice la posición comprometedora y me acerqué hacia el filo del escritorio para luego inclinarme hacia él y besarlo suavemente, al mismo tiempo que escabullía mi mano en el interior de sus bóxers. Saitama suspiró contra mí, pero continuó besándome, esta vez mis labios marcando el ritmo del beso. Lo acaricié en toda su longitud, lo endurecí rápidamente y lo sentí caliente bajo el contacto de mi mano. Su pene estaba ardiendo. Besé sus labios y lo hice soltar un jadeo cuando hurgué con mi pulgar en la ranura de la punta.

—Lo quiero en mi boca —le dije, besando sus labios con cortos chasquidos. Él asintió y yo le sonreí, dándole la espalda por un momento, para luego recostarme completamente sobre el escritorio, permitiendo que mi cabeza pendiera del filo de la madera—. Ponlo en mi boca, por favor…

Se acercó un poco más a mí y yo tomé su pene, colocándolo sobre mis labios. Succioné varias veces la cabeza, hasta que le hice señas con mis manos y se hundió completamente en el interior de mi boca, robándome un gemido de satisfacción. La posición ayudaba, y sensei fue hasta el fondo cuando notó que podía soportarlo. Se sostuvo de mi pecho para impulsarse hacia adelante y hacia atrás, follándome la boca. No podía creer que estuviese sucediendo esto, porque casi siempre lo hacía de rodillas, pero realmente quería que me follara la garganta en esta ocasión. Él gimió con ganas y rodeó suavemente mi cuello con su mano, maldiciendo al sentir cómo su pene llenaba mi garganta una y otra vez. Saitama me llenaba hasta la jodida garganta y se estaba regocijando por ello.

—Maldición, Genos —farfulló, cerrando los ojos con fuerza. Me embistió con cuidado, permitiéndome respirar en ocasiones—. Oh, Dios, mierda… tu boca…

Saitama retiró su pene hasta la punta, en donde lo detuve para lamer el orificio con la punta de mi lengua. Él limpió los restos de mi saliva que se habían escurrido por mis comisuras.

Ngh… Saitama, fóllame —pedí contra su pene, enredando mi lengua en la deliciosa punta. Tiré un poco de su piel con mi mano, provocando que gimiese un poco.

—Date la vuelta, anda —ordenó suavemente.

Mientras yo me enderezaba sobre el escritorio, Saitama vació un poco de la botella de lubricante en su mano, esparciendo el producto por toda su erección. Volví a la posición anterior, sentándome al filo del escritorio con las piernas separadas, colgando a cada lado de su cuerpo, mientras lo ayudaba a lubricarse le mordisqueaba el cuello y los labios.

—Ya, está bien —indicó, luego de haberle dejado un hematoma en el lateral izquierdo de su cuello, completamente a la vista, casi a modo de venganza por ese que él me había hecho y yo en años podría haber ocultado. Me sujetó de los tobillos y volvió a doblar mis piernas. Sentí la punta de su pene filtrándose entre mis nalgas—. Lo haré, Genos.

Asentí con la cabeza y Saitama se adentro de una sola estocada, robándome un suspiro de placer al sentir cómo se abría paso en mi interior, completamente caliente. Me mordí los labios y él jadeó cuando sus testículos chocaron con fuerza contra mis nalgas. Me tomó de la espalda baja mientras nos sosteníamos la mirada, ambas completamente encendidas. Mi cuerpo cedió a su toque al instante. Se mordió los labios y comenzó a embestirme rápido, con movimientos certeros y precisos. Me sostuve de su cuello en todo momento, gimiendo, intentando sostenerle la mirada, pero a veces los ojos se me cerraban al gemir porque él se sentía realmente bien llegando hasta los límites de mi cuerpo.

Saitama me besó mientras me follaba, y era algo completamente especial en él, siempre lo hacía. Mis manos se movieron a sus hombros y me sostuve así, manteniendo el beso en un ritmo más estable y recibiendo todo de él. Con su mano libre, Saitama alzó una de mis piernas e hizo que la enredara en su espalda. Gemí su nombre contadas veces, pero él nunca lo supo, porque mi boca estaba sobre la suya y la estaba dominando por completo, mi lengua se volvía totalmente sumisa ante la suya.

Sentía a Saitama arder en mi interior, mucho más de lo que había ardido debajo de mi mano. Y sabía que él mismo estaba en llamas, porque se separó de mis labios para luego empujarme violentamente, haciendo que me recostara por completo sobre el escritorio. Me tomó de la parte trasera de mis muslos, separó mis piernas y continuó golpeando rápido y con fuerza dentro de mí. Mis pies se encogieron y retorcieron, mi espalda se arqueó y mis labios soltaron gemidos pornográficos repletos de maldiciones y de su nombre. Su cuerpo chocaba secamente contra mí, aún sentía la acción del lubricante, pero los golpes eran secos y bestiales. Había perdido el control.

Me había olvidado por completo, hasta el momento, de mis maltratadas nalgas, pero cuando Saitama se hizo hacia adelante, separando mis piernas con su propio cuerpo y las magulló entre sus manos, memoricé cuánto habían dolido sus azotes. Me mordí los labios y cerré los ojos, haciendo mi cabeza hacia atrás cuando se dedicó a mordisquear suavemente uno de mis pezones. Su estómago se presionó contra mi erección, y esa fricción fue la que me hizo suspirar, además de la fricción que él estaba imponiendo dentro de mi cuerpo.

Saitama golpeó esa zona especial en mi interior, aquel punto crucial, haciéndome gritar dolorosamente. Mis pies se encogieron, aferrándolos a su cuerpo. Saitama se sintió satisfecho de encontrar mi límite y lo golpeó constantemente. Cerré los ojos y entreabrí mis labios, dejando escapar gemidos por cada golpe, mis manos alcanzando sus omóplatos, trazando líneas finas y diagonales con mis escasas uñas. Él siseó y me embistió brutalmente, haciendo que la parte inferior de mi cuerpo se alejara del escritorio por un momento. Gemí al mismo tiempo que temblé de éxtasis.

—Eres hermoso cuando estás cubierto tan sólo por tu sudor —sonrió Saitama.

Se enderezó un poco y se sostuvo de mis caderas con una mano y del escritorio con la otra, impulsándose dentro de mí de esa forma. Sentí cómo mi pene comenzó a expulsar las primeras gotas de pre-seminal. La mano con la cual Saitama se sostenía de mis caderas se trasladó hacia mi miembro, rodeando toda mi dureza con su palma y acariciando la cabeza con su pulgar con suaves movimientos. Golpeé el dorso de mi cabeza contra el escritorio y me arqueé violentamente por todas las sensaciones que sentí al mismo tiempo.

—Ah, S-Saitama… —suspiré y él se movió exquisitamente. Se me encogió el estómago y se me retorcieron todas las entrañas de placer—. No… ngh

—Genos… —llamó Saitama, sin dejar de hurgar con su pulgar en mi punta, ni de delinear mi glande. Tragué saliva, intentando hablar para indicarle que continuase, pero sólo pude hacer un ademán con mi cabeza. Las embestidas eran ahora lentas, pero certeras—. ¿Qué sientes cuando estás junto a mí?

«Calor, mucho calor. Eso es lo que siento cuando estoy junto a ti, Saitama-sensei», quise responderle, pero nada salió de mi boca. No sabía qué tenía que responder, porque su tono de voz había sido suave y suponía que era porque esperaba que fuese sincero con él, como siempre quería que fuera. Pero también había hablado con algo de sentimiento, como si esperase una confesión de mi parte, entonces intenté digerir lo que él esperaba de mí.

Saitama-sensei era mi profesor como tranquilamente podría ser un polvo una noche en un bar. Y eso es lo que hubiese deseado que fuera, porque resultaría mucho más sencillo poder estar junto a él. Pero con Saitama podía hablar si ambos queríamos sin tener la necesidad de enterrarle la lengua hasta la garganta. Sensei tenía algo. Y ese algo me gustaba. Incluso sólo yo le llamaba por su nombre, porque no se lo permitía a ningún alumno más. Si bien me follaba en todas las ocasiones que fuesen posibles, Saitama era como hablar de mi… pareja estable, de alguna manera. Pero Saitama-sensei claramente no era mi pareja. Nunca había pensado en eso, porque yo mismo aseguraba que él sólo me veía como un chico más del montón.

Quiero decir, ¿todo esto significaba algo más para él? Si me deseaba, ya lo había demostrado, porque yo también lo deseaba a él. Pero eso no nos hacía una pareja. Para ser una pareja se tiene que… oh.

—¿Por qué me preguntas eso ahora? —le pregunté algo tocado. Tanta cavilación me había incomodado un poco. Saitama se encogió de hombros, pero su mano no se detuvo y tampoco su pelvis. Ya casi lo sentía temblando en mi interior—. Dime qué quieres que te diga.

—No lo sé… —pareció pensar lo que iba a decir, hasta que observó mis manos, esparcidas alrededor de mi cuerpo, buscando sostén en donde no podría haberlo encontrado nunca—. ¿Está bien si te tomo de la mano? ¿O te gustaría que te tome del mentón y te bese suavemente? ¿O quizás besarte una mejilla?

Fruncí el entrecejo. No terminaba de cazar del todo lo que quería decirme. Pero tampoco pude pensar demasiado cuando mi estómago se retorció, mis mejillas se calentaron y mi mente se puso en blanco. Gemí roncamente. Me había venido sobre mi propio cuerpo y apostaba que la mano de Saitama no había salido ilesa. Liberé el aire que había contenido y relajé todos mis músculos, sintiendo los últimos hilos débiles de semen escurrirse por la punta de mi pene.

—Eso fue increíblemente húmedo —sonrió Saitama, llevando su mano cubierta de mi semen a sus labios, lamiendo y chupando los restos del mismo. Detuvo sus suaves embestidas por un momento para degustarme en su boca. Me sonrojé—. No creí que estuvieses tan cerca, pero fue delicioso.

—Es tu turno —le respondí. Saitama iba a retomar las embestidas, pero yo me enderecé rápidamente y lo tomé de su barbilla—. En mi boca.

—Q-qué… Genos, yo… —intentó hablar, pero yo lo persuadí con dulces besos en las comisuras de sus labios. Saitama soltó un bufido y rodó los ojos—. Está bien. Anda, ven aquí.

Saitama se retiró con cuidado de mi interior, alejándose un poco del escritorio para que yo pudiese bajarme de un saltito. Me coloqué de rodillas y observé su pene duro y húmedo con los restos del lubricante, casi a punto de liberarse. Saitama se sonrojó cuando esbocé una sonrisa y entreabrí mis labios, a tres centímetros de su punta. Soltó un suspiro y se tomó de su base, comenzando a bombear sobre sí mismo. Los gruñidos de mi sensei llenaban mis oídos y él mascullaba diciéndome que no hiciese esa mueca mientras esperaba que se viniese en mi boca. Besaba la punta cuando él se despistaba y Saitama me regañaba con un gemido quedo.

Jadeaba entrecortadamente, dándome indicios de que estaba muy cerca. Cerró los ojos y con un grito final, se descargó sobre mi rostro, porque fue sobre mi rostro y no precisamente sólo en mi boca. Hilos espesos de semen me cubrieron las mejillas y los pómulos, pero la mayor parte alcanzó mi boca y mi barbilla. Me coloqué de pie sin tragar absolutamente nada, y él lo notó, así que se inclinó hacia mi cuello y posó sus labios sobre mi garganta. Entonces engullí todo, sintiendo la sonrisa de Saitama contra mi piel cuando todo se trasladó a través de mi garganta. Se alejó de mí con una sonrisa satisfecha, tirando de sus pantalones y bóxers hacia arriba. Yo me sentí completamente pegajoso.

—Estoy cubierto de tu semen —sonreí, ya que sentí cómo algunas gotas habían llegado a mi cuello y mi clavícula. Saitama se adelantó, luego de terminar de ajustar sus pantalones, dándome un húmedo beso. Cuando se alejó, hice un puchero—. ¿Sólo un beso?

Saitama sonrió. Me tomó delicadamente de las mejillas y retiró suavemente los restos de su semen con sus pulgares, dirigiéndolos luego a mis labios para que yo los tomara con mi lengua y los hiciese parte de mí. Se lamió a sí mismo a la altura de mi barbilla, también los restos de mi cuello y mi clavícula. Sonreí cuando se colocó de rodillas y lamió mis restos, que cubrían mi estómago y pecho. Pronto, todo mi cuerpo estuvo cubierto de su saliva. Era deliciosamente sucio tener sexo con él.

Se enderezó y, en lugar de tirarme del cabello y devorarme la boca, me tomó delicadamente de mi barbilla y me dedicó besos cortos en los labios, con los ojos cerrados y sonidos suaves. Los correspondí todos, también cerrando los ojos, y alcé las cejas con sorpresa cuando él me tomó de la mano y en ese momento sus labios se separaron para un beso real, pero sin lenguas. Estaba siendo completamente romántico… me gustaba.

—¿Te sientes culpable por haberme castigado? ¿Por eso te muestras tan dulce y cuidadoso? —pregunté con una sonrisa, recibiendo un beso antes de una respuesta. Saitama me miró divertido cuando alcé una ceja.

—Eso jamás —respondió seguro, negando con la cabeza. Reí, desviando la mirada—. Fue una manera de demostrarte que puedo ser completamente rudo contigo —dijo, deslizando sus manos hacia mis nalgas, estrujándolas con fuerza, robándome un gemido—. Pero también puedo ser romántico —finalizó, suavizando sus manos al deslizarlas hacia mi cintura, besándome dulcemente la punta de mi nariz.

—No sé cuál sensei me gusta más —dije, mordiéndome el labio inferior. Saitama me miró con dulzura.

—¿A cuál prefieres? —preguntó suavemente. Me encogí de hombros y lo miré extrañado.

—No prefiero a ninguno, sólo quiero a sensei —respondí.

—¿Te me estás confesando, niño? —preguntó burlón. Parpadeé desconcertado. Saitama sonrió de lado y hundió sus manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones—. Porque… —soltó un suspiro y se rió suavemente—. Me gustaría corresponderte, Genos.

Abrí los ojos y alcé las cejas. ¿Qué? ¿Pero qué me estaba diciendo? ¿Acaso mi profesor de matemáticas se estaba confesando ante mí? No, no era sólo eso. Era Saitama, Saitama-sensei. El que me azotaba con una regla cuando no hacía sus ejercicios, el que me mordía los labios hasta magullarlos, el que me dejaba hematomas que mamá me preguntaba de qué chica habían salido o si es que me había encontrado con Drácula camino a casa. Era Saitama, el que me reprobaba para luego follarme contra su escritorio mientras me obligaba a hacer un examen. ¡Saitama-sensei! ¡El hombre que más me encantaba sobre la faz del planeta!

Sentí su mano tomando la mía, sus dedos entrelazándose con los míos, sus ojos buscando los míos. Lo sentí a él buscándome a mí.

—¿Genos? —preguntó preocupado.

Y sólo reaccioné de una manera. Me adelanté un paso hacia él y hundí mi rostro en su cuello. Él se sorprendió y alzó sus brazos, pero yo cerré los ojos y rodeé su cintura con los míos. Solté un leve suspiro cuando sentí las manos de Saitama alrededor de mi cuerpo desnudo, reconfortándome, brindándome calor.

—Sensei… —susurré.

—Cállate —pidió él. Sonreí contra su cuello y deposité un suave beso junto a una marca que le había dejado en otra ocasión—. Sólo quédate así, en silencio. Me gusta así.

Me dejé arropar por él, sintiéndome en los mejores brazos que alguna vez me habían rodeado.

fin.