Neuvillette ha decidido que su pequeño Wriothesley está listo para follarlo.
—Pareces asustado, amado —le comentó Neuvillette al chico que estaba a horcajadas sobre su pecho. De hecho, podía oler algo parecido al miedo en su sangre, pero no del todo. Wriothesley se había congelado en el sitio, aunque el insistente latido que provenía de entre sus piernas le aseguró a Neuvillette que se encontraba bien.
—No lo estoy, mi señor —respondió Wriothesley con una voz notablemente firme—. Solo no sé por dónde empezar.
Abrumado, entonces. Era comprensible: Wriothesley siempre se había preocupado por complacer a Neuvillette, y lo hacía a la perfección, su buen muchacho que lo amaba más que a su propia vida. Pero Neuvillette estaba decidido a poner a prueba a su protegido aún más; y no tenía ninguna duda de que quedaría muy satisfecho con él.
—Tómate tu tiempo, podemos quedarnos aquí tanto tiempo como queramos —le aseguró Neuvillette, mientras le acariciaba la cadera y el muslo firme—. Simplemente deseo ver cuánto has aprendido de mí.
—Me siento honrado, mi señor, de que confíe en mí de esta manera.
—¿Te sorprende, amado? —tomó la mano izquierda de Wriothesley, más suave y tersa que la que protegía el guante, y besó su dorso, donde palpitaban sus venas—. No hay necesidad de ello. Has demostrado tu valía en cada momento, en el laboratorio, en el campo de batalla y en mis brazos. Por lo tanto, mereces una recompensa.
Ah, nunca se cansaría de la forma en que Wriothesley se iluminaba como una llama al oír un merecido elogio. Nunca pedía nada más que eso: Neuvillette le daría lo que quería, y más, aunque solo fuera para admirar sus ojos brillando de adoración y gratitud y todas las pequeñas cosas que hacían que el niño fuera tan importante para él.
—Haré lo que quiera... —murmuró Wriothesley para sí mismo, antes de afirmar—: Entonces, mi señor, deseo quitarle la ropa. Quiero verlo.
—Ah, tan atrevido y directo, así es como te quiero —aprobó Neuvillette. Sí, su Wriothesley había crecido bastante en los últimos años: ya no era el niño tímido e inseguro que se escondía en las sombras, avergonzado de su propia existencia. No, ahora era casi un hombre a sus dulce dieciséis años, con la espalda erguida y la mirada fija. El orgullo se enroscó cálido en su abdomen.
Sonriendo, Wriothesley se inclinó para colocar sus manos sobre los hombros de Neuvillette. Pero en lugar de quitarle la ropa como se esperaba, el chico colocó su boca sobre la de Neuvillette y lo besó con una dulzura que nunca antes había experimentado, moviendo una mano para ahuecar una de sus mejillas y sus labios calientes succionando suavemente el inferior de Neuvillette como lo haría con su garganta. Incluso se atrevió, con una audacia escandalosa, a sacar la lengua.
Aún quedaban muchas sorpresas por descubrir. Neuvillette no podía esperar.
El cuerpo del señor Neuvillette no se parecía en nada a lo que Wriothesley había imaginado.
No era frágil, ni mucho menos: seguía siendo un hombre atractivo, las curvas y los surcos de sus músculos eran visibles bajo su piel suave y perlada. Pero sin las muchas capas de ropa que lo protegían, y visto de cerca, el vampiro parecía extrañamente... vulnerable.
Wriothesley podía tocar su pecho con su mano. Su piel estaba helada bajo su palma, pero la intimidad de la situación casi quemaba. Estaba acariciando a su señor, sus dedos recorriendo su pecho para rozar sus largos brazos y su abdomen, y Neuvillette estaba completamente relajado y feliz mientras disfrutaba del toque de su protegido, inmóvil excepto por un fuerte ronroneo.
No podía quitarse de encima la incredulidad de que lo vería así, debajo de él, mirándolo con ojos brillantes y lujuriosos. Cuando llegó al cinturón, vaciló.
—¿Qué te preocupa, Wriothesley? No es nada que no hayas visto antes.
Wriothesley no supo qué responder. El señor Neuvillette no se equivocaba: no era la primera vez que se encontraban en aquella habitación, en aquella cama, que se daban placer mutuamente. No podía explicar la tensión que tensaba sus músculos con cada movimiento.
—Sí, mi señor —logró decir, sin mirarlo a los ojos. Sí, había una diferencia sustancial en que Neuvillette retirara sus pantalones y que Wriothesley se dispusiera a quitárselos. Este último era un gesto demasiado íntimo. Como si fueran amantes.
¿Lo eran? El señor Neuvillette nunca le había dado una respuesta cuando Wriothesley se lo preguntó. Y era difícil pensar en una respuesta para sí mismo cuando el vampiro lo atrapó contra una pared y hundió los dientes en su carne mientras repetía en su oído lo precioso y especial que era.
—Pensé que te gustaría tener el control —preguntó Neuvillette con una sonrisa.
Wriothesley se mordió el labio. Sí, no podía negar que la propuesta de su señor le había hecho perder toda forma de razón en ese momento. Había… fantaseado con llevarlo a la cama.
(Hacerlo gritar de éxtasis y agitarse sobre las sábanas y oh…)
Pero eran sólo fantasías. Jamás imaginó que el señor Neuvillette le permitiría convertirlas en realidad. Jamás hubiera imaginado que Neuvillette se entregaría así, en cuerpo y alma, y Wriothesley tenía miedo de verse aplastado por el peso de tanta responsabilidad sobre sus hombros.
¿Cuidarlo? ¿Adorarlo de tal manera…? Wriothesley no tuvo el valor de llamarlo “romántico”, pero ¿cómo podría llamar de otra manera a ese gesto de pura confianza y afecto que le habían otorgado?
Había dudado demasiado tiempo. Con un gesto decidido, Wriothesley quitó la última prenda que cubría el cuerpo de Neuvillette, dejándolo completamente expuesto a sus atenciones.
—Sí, mi Señor, tiene razón. No le decepcionaré.
—Nunca lo dudé, amado. Y tú tampoco deberías hacerlo —una de sus manos se dirigió a la cabeza de Wriothesley: ese toque tranquilizador era la única chispa de familiaridad en la que podía apoyarse—. Eres demasiado inteligente y tienes demasiado talento para ceder ante tal inseguridad.
Wriothesley recibió en silencio la reprimenda. Como para enmendar su debilidad, levantó una de sus piernas y le dio un beso en la parte interior del muslo, en el mismo lugar donde el Señor Neuvillette a veces lo mordía. No necesitaba beber sangre, pero aún así disfrutó del pequeño arullo de placer.
—Mucho mejor, amado —ronroneó Neuvillette, y eso fue suficiente para calmar su corazón y llenarlo de una calidez ardiente.
En medio de la confusión que se apoderaba de sus entrañas, Wriothesley estaba seguro de un solo hecho: amaba a su señor y no anhelaba nada más que su felicidad y su orgullo.
—Quédate así, mi señor —ordenó Wriothesley entre un beso y otro. La sensación de la piel tirante en sus labios era nueva e inhumana, pero la recibió con gusto.
El vampiro echó la cabeza hacia atrás, con un brillo en sus ojos oscuros y colmillos alargados que asomaban por sus labios—: Parece que tienes algo en mente.
—De hecho, sí —otro beso con la boca abierta; fue recompensado con un siseo de satisfacción—. Parece que disfrutas mucho de mi tacto, mi señor.
—Lo disfruto mucho —suspiró el señor Neuvillette y arqueó la espalda para acercarse a las atenciones de su protegido—. Me alegro de haberte enseñado bien cómo usar esos encantadores labios tuyos… Te has vuelto tan audaz que te atreves a burlarte de mí ahora —la dureza de sus palabras quedó amortiguada por la tensión en la voz de Neuvillette y el sonido de la tela rasgada. Había arañado la sábana. Wriothesley quería que lo hiciera de nuevo.
¿Quién lo hubiera pensado? A lo largo de su ilícita relación, Wriothesley había conocido a Neuvillette como un amante silencioso y estoico, tan reticente a mostrar signos de placer que Wriothesley había dudado durante mucho tiempo de que tuviera algún efecto sobre él.
—Mi señor, usted es el que dijo que tengo permitido hacer lo que quiera —le recordó Wriothesley, y oh, estaba haciendo que Lord Neuvillette se retorciera , de una manera tan claramente humana.
Si Wriothesley no podía contener sus jadeos y gemidos ante la extraña y embriagadora sensación de frotarse contra la piel de Neuvillette, el vampiro estaba aún menos avergonzado de su propio placer—: Y esa fue… ah- … la mejor orden que he dado en mi existencia.
Wriothesley lo miró. A juzgar por la forma en que Neuvillette movía las caderas sobre el colchón, estaba perdiendo la compostura a una velocidad alarmante. Y era Wriothesley quien le estaba haciendo esto. Eufórico, alcanzó la afilada oreja de Neuvillette para besarla y susurrarle.
—Le haré ver las estrellas, mi señor.
Acostado sobre el vampiro, arrancó ronroneos de placer de su señor. Wriothesley había logrado domar a Neuvillette, como se haría con un animal. Se llevaría ese conocimiento a la tumba, pero no sin antes aprovecharlo, como se le había permitido.
¿Quién más había tenido la oportunidad de ver a Neuvillette así? Totalmente desnudo, acostado boca abajo, con el largo cabello despeinado sobre la almohada, las caderas inclinadas hacia arriba y dando la bienvenida al chico en su interior... era suficiente para hacer palpitar a Wriothesley a pesar del frío que lo rodeaba.
Tenía en mente pedirle a Neuvillette que se quedara sobre su espalda la próxima vez (habría una próxima vez, la realización casi hizo que Wriothesley perdiera el ritmo) aunque solo fuera para permitir que su señor lo abrazara, estar lo más cerca posible. Sostuvo su polla con una mano y la dirigió hacía su entrada, penetrándolo lentamente.
—No te contengas... —ronroneó el vampiro, satisfecho como un gato al que acarician—. Ahí tienes, así, lo estás haciendo muy bien...
Wriothesley no se contendría. Podía hacer lo que quisiera con su señor. Podía besarlo, acariciarlo, lastimarlo...
Llevado por un deseo bestial, sus dientes se hundieron en la carne de su hombro. La piel era fina, pero no se rompió bajo los caninos de Wriothesley. No importaba, no tenía ningún deseo de beber la sangre de Neuvillette: su único objetivo era hacerle echar la cabeza hacia atrás y gemir, y lo hizo con una voz que estremeció a Wriothesley hasta los huesos.
—¡Ahh…! ¡Eso es, eso es, ese es mi chico…!
Wriothesley gruñó de lujuria, no estaba dispuesto a dejar ir a su presa. Su presa, Neuvillette era suyo, suyo para complacer y suyo para dominar...
Todo era demasiado para soportar. El poder que vigorizaba sus músculos, los pequeños gemidos que reverberaban por sus cuerpos... y todos eran para Wriothesley, así como su propia sumisión era para su señor y para nadie más.
Ahora comprendía mejor a Neuvillette.
—Ah, N-Neuvi… mhh… Estoy cerca…
—Entonces terminemos juntos.
Sintió, más que vio, a Neuvillette cambiar de posición, mover su mano entre sus piernas… y Wriothesley se atrevió a interrumpirlo, a tomar la gruesa erección del vampiro para sí, y bombearla a su propio ritmo.
—No… Yo te haré venir, mi señor.
¿Desde cuándo era tan asertivo? La mente nublada de Wriothesley no podía recordar y no le importaba; solo le importaba que él tuviera el poder para hacerlo, y se apoderó de su abdomen, persiguiendo su clímax, solo un poco más, marcaría a Neuvillette con su semilla y lo reclamaría…
—¡Oh, mírate! Sí, mmh, sigue así... Estoy tan orgulloso de ti, mi Wriothesley...
Su grito fue amortiguado por la carne pálida entre sus dientes, cuando su cuerpo fue dominado por puro placer, olas ondulantes de fuego lo sacudieron de dentro hacia afuera, e hicieron temblar también a Neuvillette, quien cubrió su mano con su clímax.
Con cuidado (más por él mismo que por el fuerte vampiro), salió de su interior y se limpió lo mejor que pudo, a pesar de que le temblaban los muslos. Cuando regresó a la cama, Neuvillette estaba acostado boca arriba esperándolo, sin una pizca de vergüenza y tan, tan hermoso.
Wriothesley se arrastró sobre el pecho de Neuvillette. Por lo general, no disfrutaba del contacto cercano con su señor después de hacer el amor, porque le daba frío hasta los huesos; sin embargo, ahora se había esforzado tanto que sudaba, lo que hacía que la piel del vampiro se sintiera agradablemente fresca y relajante. Su ronroneo solo arrulló aún más a Wriothesley, sumiéndolo en un cálido y satisfecho éxtasis.
Te amo, las palabras se quedaron atrapadas en la punta de su lengua.
Pero le hizo una pregunta más urgente—: ¿Lo hice bien, señor?
—Sabes que siempre lo haces —le aseguró con un beso en la frente.
Wriothesley notó el corte en la almohada, sospechosamente parecido a los colmillos del vampiro, y sonrió.
—Nunca me atrevería a asumirlo, mi señor. Tenía miedo de que, debido a su resistencia y a mi inexperiencia... no fuera suficiente...
—Amado… —Wriothesley cerró la boca de golpe—. La mayor alegría para mí fue tenerte dentro de mí. Verte perseguir tu placer sin control. Fue estar en tus brazos, que me cuidaras tú y solo tú. Eres maravilloso más allá de las palabras y vale la pena disfrutarte en todas tus facetas.
Oh.
Wriothesley se quedó casi sin aliento, asfixiado por el incesante torrente de elogios que lo cubrían como una cálida manta. Y el Neuvillette lo abrazó, sus ásperas palmas acariciaban su espalda con movimientos tranquilizadores, y Wriothesley casi podría haber llorado de amor por eso.
—Mi niño —repetía con voz cansina—. No, te has convertido en un hombre de verdad ahora, ¿no? Aún eres inexperto, pero tienes un potencial ilimitado.
Wriothesley frunció el ceño, y una pizca de fastidio congeló su anterior satisfacción. No, eso no serviría. Ya no era suficiente, no era suficiente para la confianza que Neuvillette había depositado en él. Tenía que ser mucho mejor que eso.
—¿Inexperto? —se acurrucó más cerca del rostro de Neuvillette, hasta que su propio cabello lo enmarcó—. Creo que solo hay una solución a ese problema —una sonrisa cariñosa se dibujó en los labios de Wriothesley.
fin.